A uno, a la vista de imágenes, sonidos, lamentos y tanta, tanta desgracia que inunda los sentidos y asfixia la esperanza, se le viene a las manos la desgana, a la boca el silencio y a los ojos la ceguera pueril del egoísta no mirar para no llorar culpable. Ante el cataclismo del agua que en Valencia deja cadáveres y bocas suplicantes y soles en la memoria herida arrumbados en barro y espalda rota, uno intenta el refugio niño del poema. Acudir a la escritura, tan inútil a veces, es ahora más. Tal vez no tanto la lectura del poema antiguo de los maestros, éste, por ejemplo, de Álvaro Mutis, cuya lectura hoy comparto como homenaje fraterno a las mujeres muertas y a los hombres muertos de agua en Valencia:
“CADA POEMA
Cada poema un pájaro que huye
del sitio señalado por la plaga.
Cada poema un traje de la muerte
por las calles y plazas inundadas
en la cera letal de los vencidos.
Cada poema un paso hacia la muerte,
una falsa moneda de rescate,
un tiro al blanco en medio de la noche
horadando los puentes sobre el río,
cuyas dormidas aguas viajan
de la vieja ciudad hacia los campos
donde el día prepara sus hogueras.
Cada poema un tacto yerto
del que yace en la losa de las clínicas,
un ávido anzuelo que recorre
el limo blando de las sepulturas.
Cada poema un lento naufragio del deseo,
un crujir de los mástiles y jarcias
que sostienen el peso de la vida.
Cada poema un estruendo de lienzos que derrumban
sobre el rugir helado de las aguas
el albo aparejo del velamen.
Cada poema invadiendo y desgarrando
la amarga telaraña del hastío.
Cada poema nace de un ciego centinela
que grita al hondo hueco de la noche
el santo y seña de su desventura.
Agua de sueño, fuente de ceniza,
piedra porosa de los mataderos,
madera en sombra de las siemprevivas,
metal que dobla por los condenados,
aceite funeral de doble filo,
cotidiano sudario del poeta,
cada poema esparce sobre el mundo
el agrio cereal de la agonía”.
ÁLVARO MUTIS, Los trabajos perdidos, 1964.
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