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Los microrrelatos ganadores del XII Concurso de la San Silvestre Salmantina
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FALLO DEL JURADO

Los microrrelatos ganadores del XII Concurso de la San Silvestre Salmantina

Actualizado 09/11/2024 18:36

Alberto Palacios Santos, Margarita del Brezo y Beatriz García Sánchez lograron los principales premios

El jurado del XII concurso de microrrelatos San Silvestre Salmantina, integrado por Daniel Escandell, profesor de la facultad de Filología de la Universidad de Salamanca; Alberto Marcos Guillén, técnico de la Universidad de Salamanca; Sigifredro Crego, profesor de Lengua del Colegio San Estanislao de Kostka; Sofía Vicente; bibliotecaria de la Universidad de Salamanca, y Jerónimo Hernández de Castro, corredor veterano y funcionario de la Universidad de Salamanca, ha destacado la excelente participación, al tiempo que desvelaba los ganadores.

Se han presentado 369 microrrelatos en esta XII edición, cifras que mejoran las ediciones de 2023 y 2022 en que se presentaron 329 y 280 respectivamente.

Tras el cómputo de los votos de los miembros del jurado, se produjo un doble empate en el primero y segundo puesto con dos relatos que obtuvieron el mismo número de puntos y recibieron voto de cuatro de los cinco jurados. El empate se resolvió por el voto de calidad del presidente que había otorgado más puntos al relato que resultó ganador.

Además de los relatos galardonados con un premio en metálico, se indican a continuación aquellos que han sido más valorados por el jurado. Su publicación en la revista de la carrera queda condicionada, como indican las bases, al espacio disponible.

Primer premio

Alberto Palacios Santos

Una vez más

Nadie lo sabe, pero soy un atleta de élite.

Entre abril y junio logré cruzar el desierto recorriendo la distancia de doce maratones. En julio me hice especialista en salto de altura y traté de saltar la valla, pero fracasé. Fue entonces cuando me hice nadador en aguas abiertas para cruzar hasta Melilla.

En otoño conseguí llegar a la península donde me convertí en atleta de marcha para recorrer a buen ritmo la distancia entre Algeciras y Madrid. En la capital me hice velocista de 100, 200 y 400 metros, dependiendo de lo insistentes que fueran los agentes de policía.

Por fin, en diciembre he llegado a Salamanca y, como lo único que sé hacer es correr, me he apuntado a esta carrera, la llaman la San Silvestre y parece que hay premios importantes. No creo que gane, pero estoy seguro de que, una vez más, llegaré a la meta.

Segundo premio

Margarita del Brezo

Una historia contada a la carrera

Lo primero que hago es ponerme el dorsal. Luego me recoloco la hoja de parra y, con ayuda de una pequeña rama de alcornoque, sujeto mi melena en un moño, arranco una manzana del árbol prohibido y la mordisqueo mientras me dirijo con parsimonia a la línea de salida. Adán ya está allí, haciendo ejercicios de calentamiento que solo interrumpe para lanzarme una afilada sonrisa de superioridad en cuanto me sitúo a su lado. Al oír la señal divina, echamos a correr. Desde el puente romano, la serpiente, puesta en pie, sostiene una pancarta con frases motivadoras; parece una señal de tráfico vista de lejos. A medida que me acerco a su posición, la balancea. Es la señal acordada para que yo baje el ritmo y él pueda ganarme otra vez. Pero este año no pienso caer en la tentación. Ya es hora de cambiar el argumento de esta historia.

Tercer premio

Beatriz García Sánchez

San Silvestre plateresca

No sé ya cuántos años hace que viene ocurriendo el prodigio, siempre la misma noche. Se resquebrajan los cuartos traseros del lince, las plumas de la cigüeña y la escafandra del astronauta. Agita las pinzas el cangrejo y se relame el dragón fabuloso. Estiran, impacientes, sus miembros agarrotados y una nube de polvillo áspero se eleva en el aire. Se desprenden las garras de la hojarasca pétrea. Palpitan los corazones hasta que la liebre sacude una oreja y el resto asume la derrota. El gallo, en su torre, alza la quilla y ensancha el pecho para anunciar la salida.

Pero este año hay novedad. Se ha cansado la ranita de ser mera espectadora. Salta del cráneo pulido, de un brinco se planta en la Plaza y de otro en la línea de meta.

-Dichosos advenedizos -croa altiva la batracia, mientras le llueven vítores de alabanza y laureles platerescos.

Menciones especiales

María Nieves Angulo Salazar

Patitas de alambre

Don Pío se calzó las zapatillas bajo la mirada crítica de todos ellos y salió a la calle entre murmullos reprobadores. “¿Dónde va, alfeñique, con esas patitas de alambre?”, se burlaba la patrona de la pensión. “Hijo, correr tú… Siquiera tu hermano…”, argüía su anciana madre. “Deja que haga el ridículo, mujer, así aprenderá”, refunfuñaba el padre, ya difunto. Y su antiguo profesor de gimnasia: “Un fracasado: en el deporte y en la vida”. Palabras coreadas por las risas de los compañeros.

Con semejantes moscardones flanqueándolo, nuestro hombre tomó la salida -su primera San Silvestre-. Dio esquinazo a la patrona en la Plaza Mayor; sus progenitores quedaron rezagados en La Palma. En cuanto a profesor y secuaces, confundieron su camino en el Paseo de la Estación. En fin: sin resuello, pero pundonoroso, don Pío cruzó la meta aclamado por el público. Volvió la cabeza y suspiró, feliz: nadie lo seguía.

María Soledad García Garrido

Cada cosa en su sitio

Harta de las miradas indiscretas de los turistas, decidí colarme en la carrera. Nunca me caractericé por ser rápida, más bien por saltar aquí y allá, aunque en mi caso me condenaron a la quietud, y ese día, para cumplir mi deseo, tuve que rebelarme contra mi condición.

Si no lo intentas, ya has fracasado, me dije, así que, contraviniendo mi forma física, salté por toda la ciudad y me planté entre los participantes, que calentaban sus músculos para sortear los rigores del invierno en Salamanca. Cuando llegué a la meta, las ancas me temblaban del esfuerzo. No recuerdo en qué posición quedé, pero, sin duda, mi lugar estaba encima de la calavera. Y regresé croando de puro cansancio hasta encaramarme a mi fachada, donde me esperaban para ser fotografiada toda aquella gente. Tampoco estaba tan mal.

Marisol Mongelós

Fugaz

Había comenzado la noche anterior. Estaba paseando a Canelo, cuando una parejita se detuvo a su lado. La chica se agachó y dijo con voz infantil: “¡Pero qué bonito eres! ¿Estás perdido?”

Se apresuró a regresar a casa para observarse tendidamente en el espejo. Que finalmente estuviera ocurriendo le pareció increíble pero sensato. El día de la carrera, terminó de suceder. El cielo estaba dorado y el aire, espeso. Inusitadamente, no se miró los pies al correr. Ni a los lados. Miró al frente. Se olvidó de los otros corredores. Dejó que los ruidos la atravesaran sin crisparse. Permitió la fugacidad de toda imagen interior sobre el pasado y sobre el futuro. Puso un pie frente al otro, un pie frente al otro… y, por primera vez en su vida, llegó primera a la meta. Qué momento más curioso para volverse invisible.

M. Salvador Muñoz

Corredor en penumbra

No somos un mito ni una leyenda. Desde la primigenia de los tiempos hemos coexistido con vosotros, los humanos. Nos hemos adaptado para sobrevivir. Ahora no seccionamos yugulares; la sangre de otros animales es menos sabrosa, pero suficiente para subsistir.

Mis músculos están algo entumecidos, pero llevo una eternidad preparándome para la San Silvestre. Cada noche corro el trayecto y mis tiempos empiezan a ser competitivos. La noche anterior al evento, cruzo mis huesudas garras, para que el humano del tiempo no pronostique un día soleado. Los elementos me son propicios, las nubes mis aliadas. Empieza la carrera. Podía convertirme en murciélago y ganar de calle, pero no sería ético. La meta está cerca, y cuando creo que la victoria es mía, un joven me adelanta y quebranta mi sueño. El ganador sonríe. Lo conozco, maldigo su alcurnia y solo pido que no os lo encontréis si hay luna llena.

Alberto Martínez Trapiello

La vida oculta de los trozos de madera

Ser un trozo de madera es una aventura. Mi trayectoria laboral comenzó siendo un listón de una verja, para contener al público que acudía a competiciones de atletismo.

Años después, unos carpinteros salmantinos reutilizaron dichos tablones para fabricar vallas de velocidad (ya sabéis, las que se colocan en pista para celebrar carreras de obstáculos). ¡Y yo fui uno de los tablones seleccionados para formar parte de las vallas! Era un trabajo muy emocionante. Ahí estaba, en medio de la pista, viendo a deportistas acercárseme a velocidades asombrosas hasta casi alcanzarme… Confiando en que en el último instante saltarían para sortearme... Terrorífico, ¡trepidante!

Finalmente, con el paso de los años, me ascendieron. La madera de las vallas fue reutilizada para fabricar testigos, empleados en carreras de relevos. La única pega es que ahora me paso el día siendo manoseado por manos sudorosas, pero definitivamente, la adrenalina hace que merezca la pena.

Juan Antonio Chamorro Barrientos

El regreso

Hoy he vuelto a Salamanca. En realidad, nunca me fui del todo porque ella y yo siempre fuimos uno. Casi no la reconozco. La Plaza Mayor, sin sus jardines. El "Novelty", en cambio, resiste bajo sus soportales, exactamente igual que entonces.

Andorreo sin rumbo evitando los grupos de turistas. En mi época no existían. Nadie repara en mí, parecería que no existiera.

La Catedral, la Casa de las Conchas, la Clerecía... hasta que me topo con una multitud de hombres y mujeres en paños menores multicolores que captan mi atención. Corren por el Paseo de San Antonio, por el Bulevar de San Francisco Javier, por la Cruz de Caravaca, por la Avenida de los Comuneros. En su indumentaria puedo leer "San Silvestre salmantina".

Pero debo irme. Dejo para el final la visita más deseada. Calle Bordadores, cuatro. Continúa majestuoso. Desde aquí comencé mi viaje, precisamente un día de San Silvestre...

José Matías Rodríguez López

La velocidad de la luz

Los maratones son juegos de niños. Ni el mejor corredor de la historia ha logrado seguirme el paso. Incluso a las cámaras de alta velocidad les cuesta capturar mi imagen residual. Aunque soy la más rápida, nunca había participado en competencias. Me parecía injusto pulverizar los sueños de maratonistas mundanos. Pero mi exigente trabajo de tiempo completo me llevó a buscar diversión. Decidí competir en la San Silvestre Salmantina. Tuve que darle ventaja a mis rivales. Cuando el más rápido de ellos estaba a un centímetro de la línea de llegada, empecé a correr. No me tomó ni una diezmilésima de segundo arribar a la meta. Esperé ansiosamente los aplausos y la medalla. Pero lo único que recibí fueron los gritos de un público desesperado que cubría con sus manos los ojos enceguecidos por mi luminosa presencia. El resto del mundo se encontraba a oscuras y en completo caos.

Relatos destacados

José Luis Soria Barbé

Mi nuevo dorsal

El golpe chirriante en los barrotes, me levantaron del camastro hundido, hoy treinta y uno de diciembre en esa celda escarchada donde las fechas no tienen sentido. Me miré en el espejo picado por la humedad y vi mi rostro desolado por la angustia de la desesperación. Giré la cabeza a mi izquierda con el único propósito de mirar por la ventana y borrar por un momento esas vallas electrificadas y el césped helado y pintar sobre ella ante mis ojos el Paseo San Antonio, la Avenida Maroto, la de Comuneros, la Plaza del alto Rollo…Recordar mi última San Silvestre. Las calles llenas de orgullosos atletas con el único fin de llenar un hueco en esa carrera y cumplir su propósito. Bajé la mirada a mi pecho y volví a la cruda realidad; había cambiado mi dorsal de libertad por un nuevo dorsal, el de recluso.

Anna Beth López Ford

La vergüenza me persigue…

Hoy un hombre que no conocía de nada me iba a chocar la mano en la calle, o eso pensaba yo, porque le choqué la mano y me miró muy extrañado. Resulta que iba a parar un taxi, y yo muerta de la vergüenza, le intenté explicar que yo también iba a parar un taxi de la otra acera, se giró y vió que la única carretera era esa, y cuando quiso darse cuenta, yo ya había echado a correr. Resulta que él era un atleta famoso, que se dirigía hacia ella San Silvestre. La gente dice que se me cayó el DNI a su lado y él lo cogió y ahora me buscan por todas partes para devolvérmelo. Ahora he cogido un taxi yo y estoy de camino al aeropuerto, en unas horas estaré volando hacia Nueva Zelanda a iniciar una nueva vida.

Ana María Abad García

Asomarse a un sueño

No necesita un calendario para saber que el invierno está ya a las puertas: lo siente en las entrañas. Pero antes de que las nieves pinten de blanco Salamanca tiene una cita importante, como cada año, y debe prepararse bien.Aunque el ejercicio nunca ha sido su fuerte, llegadas estas fechas el esfuerzo es ineludible: estiramientos al amanecer, flexiones a la caída de la tarde, controlar la respiración, beber mucha agua. Llegado el gran día, rebosa vitalidad por todos sus poros y se encuentra más que dispuesto.Cuando ve a los corredores preparados en el Paseo de San Antonio, alza sus ramas al cielo y sacude sus hojas, uniendo su murmullo al del viento para animarles, como en cada San Silvestre. Anhela alzar las raíces del suelo, saltar la tapia, correr con ellos, ganar la medalla al primer árbol en cruzar la meta.Quizás el año próximo.

Jonatan Penón Franch

Promesas

Cada Año Nuevo, Ana y yo hacíamos una promesa, y quien la incumpliese, debía encargarse de llevar al niño a natación todo el curso.En mi afán por enaltecer la vagancia, busqué algo para el 31 de diciembre y desentenderme el resto del año. El niño sugirió correr la San Silvestre salmantina. Me vale. Ana empezó a entrenar tras el verano. Menuda infeliz. Cuando me enteré qué nuestra categoría debía recorrer diez kilómetros ya había pasado el puente de la Constitución.Planifiqué correr 5 minutos diarios, e ir aumentándolo exponencialmente. A la semana, las agujetas habían encontrado un hueco en cada uno de los 650 músculos del cuerpo desde el que atormentarme.Un amigo sugirió alquilar una silla Hippocampe y tirar de mí. La idea casi provoca el divorcio. Fingí una torcedura, que tampoco cuajó.

Como soy muy testarudo, conseguí acabar la carrera al año siguiente.

Fuera de control, claro.

Lucía Alcázar Lara

Un deseo hecho realidad

Todas las noches, Manuel soñaba con correr la San Silvestre Salmantina. Sentía el frío en su rostro, el ritmo de sus pies golpeando el asfalto, y los gritos de ánimo a su alrededor. En la vida real, sin embargo, estaba atrapado en una silla de ruedas desde hacía años. Una noche, el sueño fue tan vívido que, al despertar, sus piernas seguían moviéndose. Asombrado, se levantó, tambaleante, y salió a la calle. El cielo aún estaba oscuro, pero las luces de la ciudad brillaban. Comenzó a correr. Sus pies, antes inmóviles, ahora lo impulsaban con fuerza. Corrió sin detenerse, cruzando la meta mientras la gente aplaudía. Pero cuando el eco de las palmas se desvaneció, la duda lo envolvió: ¿seguía soñando o era todo real? Miró sus manos temblorosas, y la respuesta nunca llegó. Quizás, en el fondo, no importaba.

Marcos Llemes

Mal perdedor

He perdido. Un tramposo me ha robado el primer lugar.La recta final me esperaba a pocos metros. Estaba a punto de ganar cuando se apareció por detrás, me apartó de un manotazo y cruzó la meta. No es justo. He perdido incluso siendo mejor que todos ellos. Mejor que él, a quien ahora veo con la medalla colgando del cuello, rodeado de cámaras y hablando de disfrutar la experiencia de correr la San Silvestre Salmantina sin importar el resultado. La sangre me hierve de furia. Esto no puede quedar así. Avanzo enfurecido entre el gentío y me impulso hacia él con las alas abiertas. Sobrevuelo su cabeza y le echo una cagarruta en la frente. Veo caras de asco y escucho carcajadas. Solo entonces, me alejo volando hacia el bosque.Que se quede con la medalla; nadie recordará su nombre. Hoy la gente hablará de mí.

Sandra Sanz Gálvez

Libertad compartida

La luz del sol acariciaba mi piel, el aire agitaba mi cabello. Olía a asfalto, sudor y hierba recién cortada. Rostros desconocidos aplaudían, gritaban, llenándome de energía. La libertad en mi pecho era tan intensa que dolía. Los corredores me adelantaban. Intenté hablarles, pero, como siempre, me faltaba el aliento. Me limité a disfrutar. Al fondo, la meta brillaba. Solo un poco más, pensé. Un esfuerzo más. El calor de los aplausos retumbaba como tambores de guerra. Un poquito más… Cuando al fin llegamos, vi la cara de mi padre, sudando, sonriendo. El cansancio en sus ojos no opacaba su felicidad. Me dolía la cara de tanto sonreír. — Gracias — pude decir al fin, mientras me besaba la frente y empujaba mi silla de ruedas hacia mamá, que nos esperaba con un par de botellas de agua.

David Díaz

Salamanca en 10.000 pasos

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Michael Parra

De alto rendimiento

He llegado al límite de mis capacidades. Mis resultados están por encima de los récords históricos. Tanto mi esprint como mi velocidad y resistencia son inmejorables. Tengo todo para ganar la San Silvestre Salmantina de este año. La cinta de correr donde gesté esta hazaña se averió anoche. El técnico ha gritado desde mi habitación, donde procura repararla, que nunca había visto algo semejante. Imagino que se refiere al registro de mis tiempos y velocidades en el tablero del fundido aparato. Mientras termina su trabajo y se larga de una buena vez, permanezco encerrado en este baño redactando mi testimonio. He revisado minuciosamente la lista de inscritos en la actual edición de la competencia. No hay forma humana de que alguno de ellos pueda derrotarme. Solo me falta vencer el miedo a salir de casa. El psiquiatra dice que mi caso es singular: soy un "hikikomori" de altísimo rendimiento.

Samuel Salgado Cuesta

Ave fénix

Lo siento en el cuerpo. Desde aquí puedo apreciar cómo la brisa golpea en el rostro y llena los pulmones, cómo el corazón late con fuerza enviando la sangre a los músculos y cómo el sudor humedece la piel. Anhelaba tanto esta sensación... es increíble. Todavía recuerdo los largos días en el hospital, luchando por vivir. Todo el sacrificio que siente un atleta para volver más rápido y más fuerte… Fue duro, muy duro, pero he logrado llegar hasta aquí. Es todo un orgullo. Ya no importa ser otro, ya no importa cómo una luz cegadora terminó con mi otra vida mientras corría cerca del anochecer. Solo importa esto, y disfruto de ello. Y ahora, con la prótesis de mi pierna, puedo sentir de nuevo la emoción de correr una vez más.

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