En nuestro país, como en numerosos lugares del mundo, existe la costumbre de visitar las tumbas de los seres queridos muertos, el día de Difuntos o el de Todos los Santos. Es un hecho positivo, también desde el punto de vista psicológico, este recuerdo puntual de nuestros seres queridos ya fallecidos.
Por más que una gran parte de la sociedad y como sano mecanismo individual de defensa, cada individuo tienda a olvidar estas pérdidas dolorosas, nuestro psiquismo, de una u otra manera “se las apaña” siempre para recordar al fallecido/a y en general el tema de la muerte, final de toda existencia.
El ser humano no está “hecho” para morir, sino para nacer, pero la inevitabilidad de la muerte hace que sea muy útil el que nos preparemos para ella (como también enseñan la mayoría de las religiones).
Hay muchas maneras de hacer presente a los vivos la inevitable muerte y la “presencia” imaginaria de nuestros muertos. Además de la religión, la literatura, el cine, los sueños, los accidentes y catástrofes mortíferas, nos recuerdan nuestra fragilidad y finitud. Acabamos de salir de esa “gota fría” que se ha abatido trágicamente sobre la Comunidad Valenciana y otros puntos de la geografía española y todos hemos vivido muy intensamente esas pérdidas, de vidas humanas y materiales. Y nos hemos dado cuenta de que la cercanía a nosotros es decisiva para intensificar nuestros afectos y nuestras vivencias traumáticas. Aunque también sintamos tristeza por los muertos y heridos de la actual guerra de Ucrania y la del pueblo palestino, la distancia hace disminuir la intensidad de los sentimientos.
El arte está lleno de temas de pérdidas, que le han servido al artista para elaborar sus propios duelos. La impresionante obra “Dublineses” de Joyce, llevada al cine, como su obra póstuma, por John Huston con el título de “Los muertos” , conmueve al espectador sintiendo la presencia imaginaria de los muertos en nuestra vida y cómo no se puede negar el hecho de la muerte futura, cuando aún se goza de la vida: en la película, dos de las tres hermanas que organizan el banquete de Año Nuevo, están en una edad avanzada que le hace pensar a uno de sus invitados en la muy próxima muerte de esas dos mujeres, y en el funeral al que asistirá. Y su esposa ( en el papel Angélica Huston ) recuerda en el transcurso de la agradable y viva velada, cómo perdió a su joven novio, muchos años antes, enfermo de tuberculosis y cómo ella aún siente su ausencia tan desgarradoramente como la sintió siendo una joven enamorada de aquel muchacho. La vida y la muerte unidas.
Como en la inolvidable escena de la muerte de W.A. Mozart ( recreada en cine por Milos Forman en su “Amadeus”), en la cama, intentando terminar el Requiem que alguien desconocido le ha encargado y que él siente que TAMBIÉN lo está componiendo para su propia muerte inminente.
Nuestra conciencia del deseo de vivir y de la obligada muerte es el timón que sabiamente nos dirige a aceptar las dos, la vida y la muerte.
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