Al secarral de la Meseta no le asustan las crecidas que se llevaban antaño los barrios pobres a la par del río. Mucho tiene que subir el Tormes para asustar a las orillas de la ciudad letrada de donde salí para acabar en un sorprendente Cáceres sin río y un Badajoz que me regaló una riada. De ella recuerdo, hace más de veinte años, el aviso del agua, la salida precipitada de los alumnos para su casa y mi coche en medio de una carretera anegada. Se llevó lo peor entonces un barrio pacense que nunca conocí, porque mi Badajoz bello y desconocido era el centro y poco más ¡Qué hermosa ciudad arrinconada por Cáceres la bella y Mérida la romana! Tierra que pide agua junto al Guadiana, el Tajo, los pantanos llenos, la lluvia del norte en las bancadas de cerezos y valles que guardan el recuerdo de las plantas de tabaco. Extremadura no era seca y desértica, sino un jardín de primaveras inconmensurables que amo y extraño aquí en mi paisaje de tierras de pan llevar, y sueño con los alfares de Torrejoncillo, con los pantanos escoceses de la Siberia y con los valles de mi amigo Jesús Carlos y su casa mágica adornada de caballos y colmenas.
No sabemos aquí de agua que destroza, agua que todo lo lleva, agua que anega, agua que entierra a los cuerpos del viaje de la desdicha que convierte en poesía dolorosa mi hermana de versos, Ángeles Pérez López. El agua en mi mundo es jardín umbrío, patio florido, pozo de mi padre, árboles que florecen, bendición eterna. Agua para bautizar a los niños y llenar el río que nos lleva. Agua para lavar al quieto con paciencia de palangana, agua para que mi madre friegue la memoria de los corrales y bebamos todos de la tinaja de mis amigos los Moreno León, ahí donde reside el barro que agua necesita. Agua, agua, agua convertida en asesina y al otro lado de la ventana del hospital, el río acompasado al ritmo quieto de los quietos, al ritmo lento de las horas que pasan, al ritmo de un corazón agostado como la tierra en verano sin agua, agua, agua, agua en tierra baja, agua que no puedo ver como asesina ni malsana.
Nos pueden la repulsa, la pena, la impotencia y sobre todo, la idea de que somos vulnerables y hay una ola feroz de lágrimas y agua, agua, agua… el río, tan amable, el tiempo, tan fecundo, la pena, tan amarga…
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.
La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.
En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.