La expresión “la naturaleza está enojada con nosotros (en referencia a los seres humanos)” se la escuchaba decir a mi abuela ante cualquier desastre natural que ocurría en algún lugar remoto del mundo.
La cuestión es que hoy, aquellos sitios lejanos que a veces teníamos que buscar en el mapa, por ejemplo, un descorrimiento de tierras que sepultaba a un pueblo entero en los Andes de Perú o de Ecuador, lamentablemente desde el mediodía de este pasado lunes nos ha dado de lleno en España. Toda persona de bien está consternada y no exagero en decir, aún con la impresión y miedo en el cuerpo que nos transmitían las imágenes por televisión.
Los que llegamos a pensar en algún momento que el Tsunami de Indonesia de 2004, como consecuencia de un terremoto de 9,1 en la escala de Richter que ha sido el más devastador al que la humanidad se haya enfrentado jamás, con más de 230.000 muertos en un solo día, sería quizás un punto de inflexión, la catástrofe máxima con que el Planeta Tierra podía castigarnos… ¡nos equivocamos!
Porque le siguió en 2005 el Huracán Katrina, el mayor desastre natural que ha azotado a Estados Unidos a lo largo de la historia y dejaba el mayor número de muertos en la ciudad de Nueva Orleans. En total 1.200 personas murieron como consecuencia directa del huracán; en este mismo 2005 el terremoto de Cachemira, India, de 7,6 grados que se estima dejó más de 85.000 muertos; en 2010 el terremoto de Haití a pocos kilómetros de la capital de la isla de Haití, de magnitud 7,0 dejaba más de 225.000 muertos y un número aún mayor de heridos, en 2015 el terremoto de Nepal de 7,8 grados dejó 8.600 muertos; en 2016 el terremoto de Ecuador con cientos de muertos y miles de heridos; en 2017 la peor sequía de los últimos 60 años llega a Somalia, la que ha sido catalogada como la peor de los últimos 60 años se cernía sobre la región del Cuerno de África, empeorando el conflicto en Somalia y provocando hambruna ante la falta de cultivos o ganado; en 2019 el ciclón Idai sacude Mozambique, Zimbabue y Malawi dejando más de 1.000 muertos a causa de la peor catástrofe natural del hemisferio sur, según fuentes de la ONU, dejaban a más de 1.5 millones de afectados en los tres países.
Y la cuenta sigue y tenemos lo que hoy nos parte el corazón y nos duele el alma: la dana que ha demostrado el poder del agua y el viento cuando la naturaleza está cabreada.
Comparto el profundo dolor y toda la solidaridad y apoyo a las familias de las víctimas, que comprendo el momento: una carga imposible de gestionar fuera del ámbito de las emociones. Porque cuando queremos racionalizar qué es lo que ha pasado y por qué… no hay manera humana de comprenderlo.
Hoy no quiero dar pie al debate político sobre lo que se ha hecho bien o mal. No es momento de juzgar, sino de empujar…poner el hombro para que todos (ciudadanos y clase política) traten de dar lo más rápido que se pueda el alivio a tanta devastación.
Pero esta tribuna que tengo el privilegio de escribir todos los jueves, tiene que servir en este preciso momento para la reflexión…y aquí vamos:
1º) Las zonas de guerra están demostrado que tienen consecuencias directas en llevarse por delante vidas de civiles inocentes y la destrucción del entorno, lo que provoca también consecuencias en el cambio climático. Es por ello, que en el blog de actualidad de la Cruz Roja afirma que “El planeta también padece los conflictos armados. Las guerras, no en vano, suponen una amenaza directa a la conservación y preservación de nuestro entorno, y es una verdad tan inapelable que incluso hay una efeméride para recordar su importancia (el 6 de noviembre se conmemora el Día Internacional para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados)”.
Pero a pesar de las consecuencias terribles en vidas humanas y el deterioro del medio ambiente, seguimos peleando (la especie humana) en Gaza, Ucrania y El Líbano.
2º) Pero además de las guerras, es la actitud desaprensiva de nuestra especie en la falta de cuidado en los océanos y mares, en la alteración de los ciclos naturales que ello trae aparejado, porque cada vez que los hombres y mujeres intervenimos sin un nivel mínimo de concienciación, antes o después se contamina por un lado y lo peor, se carga de “pólvora” el sistema natural que termina explosionando con efectos trágicos sobre zonas costeras, hambrunas interminables, contaminación del aire, lluvia ácida, falta de agua potable, etc.
3º) La Tierra es un organismo vivo y esto está demostrado científicamente. Se ve sometida a ciclos geológicos y también astronómicos. En cuanto a los primeros, el impacto geológico se refiere a los cambios significativos en la estructura y composición de la Tierra causados por eventos naturales, como terremotos, erupciones volcánicas o la actividad tectónica. Las consecuencias de ellos son claras: alterar paisajes, crear nuevas formaciones terrestres, pero muy especialmente terminan afectando a los ecosistemas, contribuyendo al ciclo geológico del planeta. Comprender su impacto se convierte en un dato crítico para los gobiernos, lo que implica los diseños y planificación urbanística y la conservación del medio ambiente.
En cuanto a los astronómicos, los principales son el ciclo de rotación que determina el día y la noche, el ciclo lunar de 28 días, el ciclo de traslación de la Tierra alrededor del Sol que dura un año, y el ciclo de precesión de los equinoccios que causa los cambios de estación cada 25,776 años aproximadamente.
De 1º), 2º) y 3º) vemos que lo que el ser humano por más poder que tenga, por más adelantos tecnológicos e inteligencia artificial generativa de la que dispongamos, no estamos en condición al 100% de llegar a dimensionar en su totalidad el real impacto que cualquier desastre natural puede tener en cualquier región del orbe.
Esto no significa una disculpa para las autoridades de los países cuando no se actúa preventivamente y menos aún, cuando se lo hace tarde y de manera descoordinada.
Pero sí hay que llegar a comprender que al menos tiene que haber una acción coordinada preventiva desde las Instituciones Supranacionales, lo que implica ser muy estrictos en cuanto al cuidado de los océanos, mares y las propias zonas terrestres que son nada más que 1/3 de la superficie total.
Si al organismo vivo le exigimos más de lo que puede dar, habida cuenta de los propios ciclos geológicos y astronómicos referidos, se seguirá “cabreando” con nuestras sociedades humanas y todo lo que necesitamos para vivir: ciudades y estructuras que conforman nuestro estilo de vida.
La vida se preservará cuando forme también de nuestro “estilo de vida” unas formas más adecuadas para que no sigamos destruyendo. Los seres humanos hemos sido a lo largo de la historia los auténticos depredadores, y a las pruebas me remito con las guerras infames del siglo XX, las injustas e inmorales de este siglo XXI y el descuido constante que hacemos sobre nuestro entorno.
Mi dolor y pésame a las familias de todos los pueblos afectados por la dana. Mi solidaridad con ellas…mi determinación para ser una voz de reclamo que hay que hacer más a escala universal si queremos sobrevivir como especie. ¡Así de simple!
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