Mañana domingo 27 de octubre, 7 p. m., nos conectaremos vía remota a la sesión de investidura de D. Pedro Cátedra García como académico de número de la RAE. Su discurso tendrá por título «Biografía de un libro».
De qué podemos hablar hoy, si ayer hablamos de otra cosa y mañana callaremos, para escuchar el discurso «Biografía de un libro», de D. Pedro Cátedra García, en la Real Academia Española. Hablaremos, quizá, del cabello de la joven caminando frente a nosotros un par de horas atrás, en una calle amplia, larga, que más bien sería una avenida, conduciendo, a lo lejos, a un lago. En esa cabellera —pensamos cuando la vimos— se contiene la armonía del concierto cósmico, que a pesar de la guerra en el Medio Oriente y las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, no deja de sonar.
Yo podría hablar, también, de la sonrisa amplia de un estudiante, ayer cuando en el curso de una asignatura de gramática y sintaxis, veía su teléfono móvil con emoción. O podría hablarles de mis tablas de Excel, que en vano persiguen, con su morosidad numérica, capturar lo que sucede en las aulas en términos de asistencia, participación y tareas. Como sucede en la contabilidad forense con los números, de un modo parecido el detective, el docente, escruta el entorno para mirar (con margen de error) quién cumple y quién no; o como decimos en México, quién chambea.
Por Fernando Pessoa, a quien no hemos leído aún, sabemos que el poeta es un fingidor. En su poema «Autopsicografia» nos dice: «O poeta é um fingidor / Finge tão completamente / Que chega a fingir que é dor / A dor que deveras sente». Esto es, en castellano, que la poesía tiene por cometido comunicar al mundo lo que el mundo no puede comunicar sin ella. Por influencia de Pessoa, Aristóteles, siglos atrás, acuñó que las artes son una forma de mímesis, imitación de la realidad. El artista, por consiguiente, no altera la materialidad histórica del devenir. No distorsiona nada. En cambio, expone a ojos vistas lo que son las cosas.
En este momento, vienen a mi mente las imágenes de los inventos del Humanismo y el Renacimiento, que he encontrado en libros e internet. Algunas de esas manufacturas han recibido el nombre de alquimia. Otras, de un modo menos alquímico, han sido bautizadas como inventos de la ingeniería. En esta índole de asuntos, han surgido juegos, códigos, acertijos, que mediante procedimientos retóricos y poéticos han desplazado a la hermenéutica de lo inteligible lo ininteligible.
Cuando veo a mis estudiantes en China; cuando observo a los profesores en el campus universitario; cuando agoto con mis pasos cada una de las calles pequeñas del centro de Nanjing y los alrededores; a menudo pienso que me gustaría disponer de un invento que me permitiera entrar en el mundo oriental. Este lienzo hermoso, de unos trazos elegantes, vibrantes, rápidos, llamado China; este lienzo asiático, colgado a la altura de la mirada en un lugar lejano; este lienzo que solo en ocasiones raras alcanzamos a tocar con el dedo índice; nos habla con una música callada, una soledad sonora, que por azares del destino, en el futuro, un poeta de Fontiveros, Ávila, pondrá por escrito en su Cántico espiritual.
Cuando estuve en Xalapa, Veracruz, este verano, visité los lugares más emblemáticos de la ciudad. Observé las cosas desde puntos de vista diferentes. Entré en una función de títeres —lamento decirlo— y salí del recinto al minuto 14, debido a la baja calidad. Lo que da la experiencia a la vida es la capacidad de discernimiento, con base en un criterio renovado y fortalecido por los palos recibidos. De Oriente, esto lo admiro. Aquí saben lo que son (saben lo que han sido durante 7,000 años). En el mundo hispánico, o en el Latinoamericano, mejor dicho, todavía andamos probando suerte. Decimos chicle igual y pega.
Mañana domingo 27 de octubre, 7 p. m., nos conectaremos vía remota a la sesión de investidura de D. Pedro Cátedra García como académico de número de la RAE. Su discurso tendrá por título «Biografía de un libro». Un libro, como sabemos, contiene un mundo infinito. Sus páginas nos hablan de cosas que no vemos con los ojos, ni escuchamos con los oídos. Comunican la sensación de la tierra empapada tras la lluvia. Comprenden la preocupación de la madre que ve al hijo partir a una cita de la que no regresará. Nos cuenta la historia del deshollinador, que Edmundo de Amicis copió en 1886. Un libro son muchas cosas, entre ellas, la labor paciente, solitaria, no devengada, que la autora, el autor, invierte en su escritorio, para configurar su entramado neuronal según la constelación de saturno.
Nosotros hemos aprendido mucho de D. Pedro Cátedra García. Después de nuestros padres, él ha sido una persona que ha abonado nuestra tierra de cardos y espinas. Entre las sentencias memorables que podríamos traer a colación, está aquella de la vez que nos dijo que nosotros no sabemos escribir. O cuando señaló, sin ningún guiño a la metáfora, que yo sonaba en mis escritos como un autor de la Edad Media. También recuerdo que la poesía debe ser lógica.
Si algo puedo rescatar de mi memoria imperfecta, que las más de las veces traiciona y altera los recuerdos, es la experiencia de verlo leer los papeles extendidos por nosotros. Cuando le dábamos un documento (o una poesía mía, sin versos endecasílabos), él dejaba de hacer lo que estaba haciendo y concentraba su atención en la mancha de tinta. Otro día, cuando yo no había tomado mi desayuno, me invitó a la Chocolatería Valor. En ocasiones como esa, en lugares públicos, la gente se acercaba a saludarlo. Él, con unas pocas frases, despachaba a las personas, dejando en el ambiente una gracia de humor e inteligencia.
Podríamos abundar en un dato más, no menos raro y curioso (en términos bibliófilos) que los anteriores. Un dato que a decir verdad deberíamos omitir. Cuando entrábamos en las Caballerizas, o sea, la cafetería de la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca, el gerente (cuyo nombre no recuerdo) dejaba a un lado sus menesteres y se acercaba para decirle que si quería unas tapas de lo prohibido. Esas tapas las acompañábamos de un café que él apuraba en dos tiempos, para volver al trabajo.
Mañana será su investidura como académico de número. Ayer, 25 de octubre, de otro lado, fue el cumpleaños de Nieve, una estudiante mía, con una facilidad innata para comunicar conceptos difíciles en términos sencillos. Nosotros, ayer mismo, en Xalapa, Veracruz, México, nos vimos honrados con la ocasión de dar una conferencia magistral en el XIII Congreso Internacional Horizontes de la Contaduría en las Ciencias Sociales, de la Universidad Veracruzana. A esta cita del evento de los Doctores Flor Lucila Delfín Pozos y Jorge Antonio García Gálvez, nos acompañó la Lic. Wang Jiao Jiao, sin cuyo apoyo en temas de contaduría forense nada hubiera resultado posible. Nuestra conferencia impartida en el Museo de Antropología de Xalapa se llamó «El desarrollo de la contaduría forense en China».
Por hoy, como lo sabemos por una imagen del Vaticano, o por alguna pintura vista en los libros, guardaremos silencio. Traeremos al recuerdo la estatua de Fray Luis de León, del Patio de Escuelas de la Universidad de Salamanca, en la calle Libreros, donde por la noche los estudiantes retroalimentan sus estudios con cañas y vinos. Veremos con los ojos del alma a ese Fray Luis de León leído, que hoy 26 de octubre de 2024, desde la hechura de bronce de su escultura, nos sugiere con su mano severa, despacio.
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