Leer los libros y artículos de Eduardo Galeano, periodista y escritor uruguayo fallecido en 2015, no dejan indiferente a nadie. Fue mordaz y provocador, siempre expreso con diáfana claridad lo que pensaba y eso le costó no pocos disgustos como a otros muchos que como él se atreven a ir de frente por la vida. Porque la libertad de expresión, aunque no esté ya penalizada, sí está sobrevalorada y que hay otros muchos modos para intentar coartarla.
En su libro titulado ‘Patas arriba[1]’ que llevó por subtítulo ‘La escuela del mundo al revés’ da ejemplos de que vivimos en un mundo en el que la escala de valores está trastocada y la lógica y la coherencia parecen haber desaparecido:
En este desigual y sombrío cruce entre el dinero y las personas, el primero siempre tiene las de ganar ya que nadie le pone ninguna traba.
La inmigración es hoy un tema central en el debate político, un tema que levanta pasiones, en ciertos casos negativas y lamentablemente son estos de los que se hacen eco con mayor frecuencia los medios de comunicación haciendo posible la tesis de la profecía autocumplida.
Pero en realidad no se rechaza al musulmán o al negro por ser musulmán o ser negro. No se rechaza al chino o el refugiado por tener los ojos rasgados o proceder de un país en guerra, se les rechaza por ser pobres. No es por racismo o xenofobia, porque a los ricos sean musulmanes, negros, chinos o refugiados se les acepta sin problema, se les rechaza por lo que la filósofa Adela Cortina llama muy acertadamente: aporofobia[2]. Que en sus propias palabras es el rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado que, al menos en apariencia, no puede devolver nada bueno a cambio.
Por tanto, el centro de los discursos en contra de la entrada de personas inmigrantes no debe situarse en rechazos racistas o xenófobos, ni en falsedades nunca apoyadas por la realidad de los datos, como que colapsan la Seguridad Social, que reciben prestaciones sociales que salen de nuestros impuestos, que nos quitan el trabajo o que incrementan la violencia en las ciudades; se trata de algo más profundo y cruel si cabe, el rechazo a las personas pobres por el siempre hechos de serlo.
Vivimos en una Europa cada vez más envejecida y con una tasa de natalidad cada vez más reducida, dar una respuesta adecuada - que debemos reconocer que no es fácil y que no vamos por buen camino- a una imprescindible inmigración es uno de los grandes desafíos del siglo XXI, porque de ello depende no sólo la economía de este país, también la atención al cada vez mayor número de personas mayores, la posible repoblación de la España vaciada, por no hablar del respeto a los Derechos Humanos más básicos.
Los inmigrantes, impulsados por un básico instinto de sobrevivir, van a seguir tratando de llegar a España, a Europa, a los Estados Unidos nos guste o no. Si levantamos muros o mandamos a los buques de guerras para impedirlo, tal vez construirán túneles o lo intentarán por el aire, en paracaídas o alas delta. Devolverlos a sus países de origen no es una buena opción ya que volverán a intentarlo. Recluirlos en centros privados en otros países (previo pago de un indigno precio) y despojados de todo tipo de derechos, plantea muchas y muy serias peguntas ¿A dónde? ¿A cuántos? ¿Hasta cuándo? ¿Cuánto tendrán que pagar los gobiernos por esa prisión? En definitiva ¿resulta más caro expulsarlos o pensar en tipos de medidas más coherentes?
Günter Grass escritor alemán, galardonado con el Premio Nobel de Literatura[3] y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en 1999, dijo: Europa no debería tener tanto miedo de la inmigración: todas las grandes culturas surgieron a partir de formas de mestizaje. Todos somos ya mestizos.
Y si empezamos con Galeano terminaremos también con él:
[1] Publicado en 1998
[2] Del griego áporos: 'carente de recursos.
[3] Entre sus obras más conocidas está El tambor de hojalata, publicada en 1959
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