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Lucidez
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Lucidez

Actualizado 19/10/2024 11:03
Juan Ángel Torres Rechy

En ese pequeño poema quisimos expresar la naturaleza de un modo de operar humano diferente. Recogimos unas citas del libro Despacio el mundo, de Ramón Andrés, proporcionadas por nuestro librero mexicano, y las vertimos, con un acento menos prístino, en un vocabulario rutilante.

Con el paso de los años, aprendemos que los cambios en la conducta de la gente guardan una relación con los asuntos del pasado, del mismo modo que las cosas del pasado no pueden no conservar desde ese entonces un vínculo directo con el mañana. En la antigüedad grecolatina, las Sibilas representaban este papel asignado a la adivinación, del mismo modo que los pueblos prehispánicos, en algún momento posterior al Estrecho de Bering, seguro comenzaron a practicarlo en esas tierras más cercanas al espíritu latinoamericano.

Lo que se desprende de ese planteamiento echa luz a un entramado estrecho de interrelaciones entre distintos elementos de la existencia sin importar el espacio y el tiempo. Al margen del plano visible de los hechos, que muchas veces engaña con sus evidencias, una realidad aparte mana todavía desde una fuente no sabida ni por la poesía castellana del Quinientos, ni por las tortugas maravillosas del I Ching. (Quizá por eso me gustaban las tortugas de pequeño: por esto de la adivinación que encontraría años más tarde en los libros de una cultura asiática.)

Este tipo de cosas nos debe brindar al menos una pequeña esperanza: no todo está perdido. No todo lo que pasa en el siglo comporta en su hechura material la suma de su sustancia: la sustancia, o la esencia, de las cosas materiales del mundo visible comparte su existencia con la esencia de un curso distinto manando de esta ladera del lenguaje.

Por esta razón, dicen los sabios, el todo cabe en la parte, el árbol en la hoja, la hoja en el tallo, el tallo en la célula, la célula en la nada (la nada del silencio en el origen del todo). Nos queda la esperanza de sabernos trenzados en la trama de algo que antecede a la materia: por eso, decimos, nuestros seres amados continúan vivos en el corazón, por ejemplo. O decimos, como arriba, que aprendemos que los cambios en la conducta de la gente guardan una relación con los asuntos del pasado, del mismo modo que las cosas del pasado no pueden no conservar desde ese entonces un vínculo directo con el mañana. A menos que escapemos del destino.

Cuando nosotros lo hicimos, el primer escrito que redactamos fue un poema. Le pusimos por título “Lucidez”. En ese pequeño poema quisimos expresar la naturaleza de un modo de operar humano diferente. Recogimos unas citas del libro Despacio el mundo, de Ramón Andrés, proporcionadas por nuestro librero mexicano, y las vertimos, con un acento menos prístino, en un vocabulario rutilante.

Antes, sin embargo, habíamos redactado otro escrito, que pretendíamos enviar al periódico español Salamanca RTV al día, para el que escribimos desde el 2016. Habíamos desarrollado un argumento sobre la personificación (prosopopeya) en la literatura hispánica. Por ejemplo, en el caso de Julio Cortázar, el azar aparece personificado (al menos en sus entrevistas) como un ser dotado de una sabiduría ancestral. Con la danza de la muerte, de la Edad Media, sucede algo similar: a su manera, este otro personaje se encarga de inculcarnos una pedagogía donde rebaja las cimas y eleva los abismos para disponer en el mismo orden horizontal la jerarquía del ser humano. Otra palabra que contiene el asunto en general es la alegoría.

En ese escrito, que finalmente no enviamos a la prensa, citábamos un caso poco conocido de un autor epígono del estilo italiano de poesía y difusor del mismo en los primeros años de la Conquista española, Cristóbal Cabrera. En uno de sus muchísimos manuscritos, no el menor en importancia, si bien su obra se encumbra con énfasis en los estudios teológicos, el libro mismo cobra voz propia y se dirige de manera personal a su lector. La novedad del caso, o al menos el interés literario, recae, como ustedes lo saben, en la inauguración de este guiño a la modernidad en un mundo hispánico en ciernes.

Nuestro ensayo, mientras tanto, continuará guardado en una caja de maderas nobles, impregnada aún del aroma del fruto de la vid, regalo de un amigo, bibliófilo español. No continuaremos mencionando nada del manuscrito de Cristóbal Cabrera, Instrumento espiritual. En cambio, para acercarnos al colofón del imperio de esta columna, copiaremos y pegaremos nuestro poema anunciado arriba, “Lucidez”, compuesto a la vuelta de la esquina, después de haber librado, sin querer queriendo, los hexámetros que las Sibilas habían reservado, en vano, para nosotros.

**** Lucidez ****

El tiempo que escancias de tu vida

aquí en mi escrito que te habla.

Aquí cuando medito lo que callas

detrás de tu silencio en mi lectura.

Te miro con las letras que contemplas,

sonando en el silencio de la página.

Yo siento con tu tacto en el teléfono,

el tacto de tus ojos que me miran.

Tú sabes que te escribo con tu imagen

impresa en el lienzo de mi alma.

Tu nombre, que pronuncio, me designa

un ser que tiene vida en tus pupilas.

Las rosas de tu cuello, tus estrellas,

tus labios que me dicen un encanto.

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