La ética consiste en el esfuerzo por responder a una pregunta: ¿qué debo hacer? Una pregunta que presupone la posibilidad de escoger entre distintas opciones; es decir, la libertad. Dicho de otra forma, la ética consiste en el uso reflexivo de la libertad
VICTORIA CAMPS
Al margen de los órdenes normativos vigentes en la gramática que nos ha tocado en suerte, la ética es una relación compasiva, una respuesta al dolor del otro.
JOAN-CARLES MÈLICH
Somos lo que hacemos, nos recordaba Aristóteles. Ese hacer no brota de los grandes códigos, ni de la reflexión, sino de esa red que nos teje a todos y que se solidifica en la actividad, en el pensar de los seres humanos. El Èthos es fruto de lo colectivo para facilitar la convivencia, pero en él se va conformando lo individual y confortando en sus contradicciones (E. Lledó). El Día Mundial de la Ética se celebra el tercer miércoles del mes de octubre y conecta a individuos y organizaciones con la idea de que la ética es una poderosa herramienta para imaginar un futuro mejor.
Ya en los poemas de Homero se pueden descubrir esos proyectos ideales que sobrepasan el espacio de lo natural para crear una convivencia cultural y de vida. La paz y la guerra, las relaciones de poder, el dominio sobre los hombres y las cosas, en los poemas surge un lenguaje que busca superar la violencia y poder encontrar la armonía en la vida en común hacia la Polis.
Platón subrayaba que la vida de la Polis surge cuando descubrimos la indigencia, la capacidad de asociarse con otro por la necesidad, llegando a vivir juntos en la misma morada para asociarse y auxiliarse. El vivir juntos es situarse al otro lado de la violencia, es por lo tanto la base de la organización de las sociedades. Después de la organización, una red de historias, costumbres mitos, hábitos, ritos, han ido entretejiendo nuestra gramática cultural y biológica hasta formar lo que somos.
A pesar de todo, nunca habitamos del todo nuestra casa, somos como extraños en el mundo, ante el desarraigo existencial debemos resituarnos en cada momento, ante ese “otro” que nos habita. Somos naturaleza, lo que nos han dado, lo que hemos heredado o encontrado, pero queremos ser de otro modo, ir más allá, transcender, inventar nuevos parámetros de nuestra existencia.
La ética no es solo un conjunto de reglas abstractas, sino un recordatorio constante de nuestra responsabilidad hacia los demás y hacia el planeta en el que vivimos. Es un llamamiento a la empatía, la solidaridad la justicia y la acción consciente. El mundo se enfrenta a retos sin precedentes. Desde las guerras en curso en múltiples regiones hasta la aceleración de la crisis climática y el rápido desarrollo de la tecnología emergente, potenciar la ética es más importante que nunca.
A diferencia de la naturaleza, que estaría en el ámbito del poseer, del mundo; nuestra verdadera condición es la vida, que se elabora uno mismo, con los demás, con y contra el mundo. Habitando el propio mundo, el individuo se proyecta fuera de sí, sacrificándolo en favor de la vida del rostro del otro. Desde aquí podemos comprender que la ética no forma parte del mundo, sino de la vida. Es un horizonte que nos hace salir de nuestro propio centro y que nos proyecta a ese ideal caminando entre ambivalencias, entre las luces y las sombras hacia la auténtica felicidad.
Para nuestra sociedad nihilista proponemos una ética de la compasión que según Carles Mèlich, no es una ética de las fidelidades ni de las obediencias, sino de las transformaciones, las perplejidades y los silencios. Es una ética narrativa, que pone un énfasis en el espacio de la intimidad y en la cercanía mutua. Subraya la situación concreta que es la forma básica de la existencia. Esta ética es posible desde el factor biográfico, tanto desde el punto de vista del que sufre o desde el que responde al sufrimiento, con ello no hay principios universales válidos que sirvan de referente para la acción.
Es una ética de la ausencia, el individuo está habitado por ausencias que nunca podrán estar presentes, deudas que uno no ha contraído, huellas y marcas que no permiten instalarnos de una vez por todas, rastros de los que nos han precedido. De ahí de la dificultad de poder integrarnos en nuestro espacio y tiempo habitado. Los rostros del pasado se nos hacen presentes en los momentos más insospechados. Por ello es imprescindible en esta ética hacer memoria y ejercitar el don.
La ética de la compasión no es una ética de la piedad. Ésta es una de las formas que adopta el poder (A. Camus). La piedad se ejerce desde arriba, desde el ámbito público. La piedad es una compasión pervertida. La ética de la compasión quiere responder a la interpelación ajena, a la presencia y a la ausencia del otro, a su apelación y a su demanda. Sin a priori, ya que hay manera de saber la respuesta antes de que se haya producido la interpelación, solo puede existir desde la situación concreta y la experiencia, desde la biografía (Carles Mèlich). Esta ética de la compasión tiene que descansar en una antropología corpórea, que incluye lo inmanente y reside en él, pero en constante tensión con lo transcendente.
Una ética que quiere hacer un reconocimiento recíproco y cordial es el vínculo que genera una obligación con las demás personas, un reconocimiento que también es compasivo. Esta ética es relación intersubjetiva, ya que no se trata sólo de saber cómo debo ser, sino también de cómo creo que el otro debe ser o de cómo cree el otro que debo ser yo. Para ello es necesario que los otros sean aceptados en su dignidad, eso que llamamos alteridad. En esta alteridad entra en juego la responsabilidad, resonando la voz de la justicia desde la compasión y el cuidado cono nos recordaba Adela Cortina.
La base de la ética de la compasión no se fundamenta en el bien, el deber, la dignidad, sino en el sufrimiento, la sensibilidad y la compasión frente al dolor de los demás. Esta ética hunde sus raíces en todos aquellos filósofos que tienen en cuenta el sufrimiento humano. Aquello que nos convierte en humanos no es la obediencia a unas normas o un código universal, sino el reconocimiento de la radical fragilidad y vulnerabilidad de nuestra condición. El reconocimiento del hecho de que no podemos eludir el tener que responder ante el lamento de aquel otro doliente que me encara y me apela. Carles Mèlich afirma que lo importante no es quien es mi prójimo, sino de quién soy prójimo yo, quién apela a mí con su sufrimiento.
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