Este joven salmantino, natural de Terradillos, hermano Servidor de Jesús, comparte su camino de vocación que le llevó a estar junto a personas con discapacidad que viven en la casa Padre Alegre de Barcelona
SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN
En su parroquia de origen, Nuestra Señora de la Asunción de Terradillos, Gabriel fue monaguillo desde bien pequeño. Como él mismo recuerda, siempre sentía la necesidad de ir a misa los domingos. “De hecho, si en alguna ocasión no iba, sentía como si no hubiera pasado la semana, como si algo me faltaba”. Este joven asegura que desde niño siempre tuvo ese sentido religioso de búsqueda del Señor. Y desde que tomó la primera comunión, servía de monaguillo cada domingo, y como él mismo confirma, “lo hice hasta que me fui, durante unos 30 años”. Gabriel asegura que ha sido, “una riqueza y un privilegio”.
En un nuevo curso pastoral, donde las vocaciones centran una de las prioridades para la Diócesis de Salamanca, Gabriel relata cómo fue su llamada al servicio de la Iglesia, en concreto, en el Cottolengo de Barcelona, la casa Padre Alegre, hace ya ocho años. Él habla de un conjunto de “momentos y circunstancias” que le llevaron a donde está. La raíz de la vocación surgió en unas navidades de 2005, cuando desde la Pastoral Juvenil, Vocacional y Universitaria de la Diócesis de Salamanca se ofrecía a los jóvenes realizar una experiencia de servicio a los pobres durante tres días.
“A aquella experiencia solo me apunté yo y me acompañó el que era rector del Seminario, José Vicente Gómez”, apunta Gabriel. El lugar elegido era el Cottolengo de Las Hurdes (La Fragosa), “donde me dijeron que atendían a enfermos bastante profundos”. Este joven recuerda el viaje hasta allí, “pasando por bastantes valles y curvas”, y ubicándolo como algo medio perdido, “en medio del mundo”. Pero allí sintió mucha paz, “y para mí aquellos tres días fueron un flechazo y me sentí muy interpelado”.
De aquella experiencia se queda con la alegría y la felicidad de los acogidos, de los enfermos, “y de cómo era posible dentro de su fragilidad, de su debilidad y de su vulnerabilidad”. Y Gabriel sintió que esa alegría él no la sentía, “no la había llegado a descubrir”. De aquel lugar también subrayó la acogida que tuvo: “Si no me conocen de nada y tienen esa capacidad de abrir su casa, su corazón, a una persona que no conocen, cuando en el mundo siempre nos estamos poniendo corazas”, reconoció.
Gabriel cree que la mayor libertad es sentirse y expresarse tal como uno es, “y eso te da una gran libertad de vivir en tu verdad y aceptar tu propia realidad, tu propia historia, y vivirla con cordialidad, a la luz del Señor”. De su vivencia en el Cottolengo de Las Hurdes también resalta la vida auténtica de las hermanas Servidoras de Jesús, “una vida de entrega absoluta dedicada a unos enfermos, sin darse importancia ni hacer publicidad”, “de 24 horas los 365 días entregados al Señor en el servicio a sus hijos predilectos”, remarcó.
Después de vivir esa experiencia, Gabriel estuvo dos años en el Seminario diocesano, “lo dejé y seguí en búsqueda, porque no sabía qué era lo que Dios quería para mí”. Lo único que tenía claro era que Él le había interpelado en la atención a las personas frágiles y enfermas, “y en esa búsqueda me invitaron a conocer la realidad de San Juan de Dios, pero tampoco sentí que era mi sitio”.
Fue entonces cuando Gabriel volvió al Cottolengo, “porque allí volvía a sentir ese flechazo”, y en una ocasión, la madre superiora le habló de la realidad de lo hermanos Servidores de Jesús, que en su tiempo habían existido, “pero que se extinguió con el último hermano, y su deseo era que se volviera a reabrir la rama masculina”.
Este joven sintió que era su camino, “ponía palabras a todos los sentimientos que yo había tenido durante casi diez años,” desde que conoció el Cottolengo. Pero justo en esa etapa de su vida iba a iniciar los estudios de Enfermería, y decidió seguir con esa idea. “Tenía que discernir la propuesta de la madre superiora, porque iba a ser el primero, no había hermanos e iba a depender de una rama femenina, con psicologías diferentes”, enumeraba. Aunque Gabriel piensa que ser el primero tenía un plus añadido. “Cuando terminé la carrera decidí coger la mochila e irme para Barcelona”. Y con 32 años, el 2 de agosto de 2020, hizo la profesión de sus primeros votos, tras un año interno en el Cottolengo, seis meses de postulantado y dos años de noviciado.
En la actualidad, el Cottolengo del Padre Alegre acoge a 160 personas, como casa madre, casa general y noviciado. En cuanto a su día a día, como describe el hermano Gabriel, “siempre comenzamos dando gracias al Señor por la vida y la vocación, y por estar en un lugar privilegiado donde nos permite descubrirle cada día en la eucaristía”. Sobre las seis y diez de la mañana rezan laudes, “después hacemos un tiempo de oración en silencio hasta las siete y diez”. Y ese es el momento de empezar a atender a los enfermos para levantarlos de la cama, “les damos el desayuno, y a las ocho y media, celebramos la eucaristía”.
Tras otro tiempo de oración personal, comienzan sus tareas sobre las diez y media de la mañana. Gabriel es el responsable de la sala de infancia en el Cottolengo, y tiene bajo su responsabilidad a 23 enfermos. Su labor fundamental va “desde ir a consultas médicas, hacer curas, revisar todas las cosas que faltan de material, preparar medicación, etc.”.
Al final de la mañana, rezan nuevamente, y tras un pequeño descanso después de la comida, dedican un tiempo a la lectura espiritual antes de retomar la atención a los enfermos, para meriendas y cenas. Y cierran el día como lo empezaron, rezando.
De su vida allí, Gabriel habla de su voto de providencia, “que es lo que hace referencia más a nuestro carisma, que es no pedir necesidad”. Y lo realizan a través de la oración. “Cuando tenemos una necesidad, presentamos las necesidades al Señor, y la providencia se manifiesta en todo, desde los voluntarios que van cada día a nuestra casa, hasta el que hace una aportación económica, o el que lleva un lote de alimentos”, manifiesta.
Una de sus personas de referencia desde que sintió esa primera llamada tras conocer el Cottolengo de Las Hurdes fue el sacerdote diocesano, Domingo Martín, “que para mí ha sido un pilar fundamental en mi vida, y que siempre ha confiado en mí”, apunta Gabriel. Y considera que el acompañamiento espiritual es fundamental: “Vivir la fe y la vocación acompañado por otro que te ayude y que te guíe, te ayuda también a situar bien las cosas y a ponerlas en su sitio”.
Para Gabriel, Domingo ha sido “un padre” al que siempre estará agradecido por su labor callada, “silenciosa, y que siempre ha estado ahí cuando lo he necesitado”.