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Tavira, la luz del sotavento algarvío
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SUR DE PORTUGAL

Tavira, la luz del sotavento algarvío

Actualizado 10/10/2024 15:50
Raquel Martín-Garay

Huellas de un pasado árabe entre la sierra y el mar

Tavira es uno de los enclaves del Algarve mejor conservados, que ha conseguido guardarse del turismo de masas y defender su fisonomía frente a la alocada construcción urbanística.

Situada a sólo 30 km de la frontera española por Huelva, casi equidistante de Faro y Vila Real de Santo António, su geografía se divide entre el mar y la sierra, con paisajes diversificados: dunas en el litoral, suaves colinas cultivadas en las tierras intermedias y pueblos serranos.

Con 15.000 habitantes en la ciudad de Tavira y unos 28.000 en el total de un concejo formado por seis ayuntamientos, esta comarca del Algarve oriental está resguardada de los vientos atlánticos, por eso cuenta con una media de 300 días de sol al año y una temperatura media anual de 18º C. Sus playas son de arena fina y clara, y el cinturón dunar de sus costas está protegido, al formar parte de la Reserva Natural de la Ría Formosa.

En medio de este ambiente aún genuino, eminentemente natural, sobresale también la huella cultural de las civilizaciones que la hicieron grande. Fenicios, romanos y árabes dejaron vestigios aún visibles, por ejemplo, en el estilo decorativo, con azulejería andaluza en el interior de iglesias y en fachadas residenciales.

Tavira es una ciudad dividida en dos por el río Gilão. Precisamente desde el puente romano de siete ojos que conecta ambos márgenes, se obtiene la mejor panorámica de la urbe mirando hacia el mediodía, con el mar al fondo. En sentido opuesto, la ciudad asciende por callejuelas adoquinadas hasta el castillo, resto de la muralla musulmana, ampliada tras la reconquista, cuando los monarcas lusos pasaron a serlo “de Portugal y de los Algarves”.

A la relevancia aristocrática que vivió Tavira durante los siglos XVI y XVII, le sucedió una burguesía basada en la industria conservera. Desde mediados del sigo XIX hasta mediados del siglo XX, Tavira lideró la pesca del atún en la región. Actualmente, Tavira sigue viviendo de la pesca y de la agricultura, pero los ingresos mayoritarios vienen del turismo.

Una sopa de coquinas, un pescado fresco a la brasa, un arroz de pulpo o un atún encebollado son opciones gastronómicas nativas recomendadas. Toda la dulcería a base de almendra y algarrobo es de ineludible cata en una tierra donde, en cuanto nos introducimos en el interior, el paisaje se vuelve una sucesión de almendros, naranjos, nísperos, higueras o algarrobos.

Abundante en iglesias y campanarios, en edificios de ricos azulejos, un paseo por Tavira puede partir de la Praça da República para seguir dos direcciones: una hacia las riberas del río Gilão, para descubrir la arquitectura solariega; otra hacia el casco viejo, pasando por la Porta de Dom Manuel para subir hasta los jardines del castillo.

Tavira es una pequeña ciudad que destaca por su luz. Las coloridas flores sobrepasan muros muy blancos o cuelgan por ventanas de labrada forja, en casas sencillas o casas palaciegas, de tejados moriscos, de cuatro aguas, que aquí llaman “de tijera”, con chimeneas que evocan minaretes.

Ilha de Tavira, el Algarve en calma

A ella se accede en los barcos que de forma regular salen de Tavira. Una vez amarramos en el muelle de la isla, un puñado de restaurantes y un camping nos reciben. Atravesando una pasarela de madera sobre las dunas, llegamos hasta la orilla. Con varios kilómetros de largo, la playa de Ilha de Tavira es de arena blanca, mar en calma y aguas transparentes. Dadas sus dimensiones, lo más probable es que no volvamos a coincidir con los pasajeros con los que vinimos en el barco hasta nuestro regreso.

En temporada, hay socorristas y servicio de sombrillas y tumbonas. Sin embargo, el resto del año es un arenal casi desierto. En su parte final, hay una playa nudista.

Tavira es uno de los pocos enclaves del sur de Portugal donde se ha conseguido preservar la tranquilidad propia del Algarve, con su fisonomía original, sus largas playas semivacías y su luz, que lo llena todo.