"La empatía
es acupuntura para el alma"
Pablo Sciuto
De un tiempo a esta parte, por desgracia, frecuento el área de urgencias del hospital, al menos, una vez al año. Podría considerarse ya una tradición conyugal cogernos de la mano y esperar horas y horas en esa sala pintada de blanco nuclear y concurrida, con la mirada puesta en la pantalla que te sobresalta cada vez que el “tín” que anuncia la aparición de un nuevo número, suena. Un “tín” emitido a demasiados decibelios, para mi gusto, teniendo en cuenta que allí dentro nos encontramos personas con malestares, dolencias o enfermedades. Es decir, ciudadanos con un estado del cuerpo debilitado que lo que necesita en esos momentos de espera eterna es paz y tranquilidad.
Cuando dejas de oír ese sonido estridente es porque has abandonado la zona común y te has sumergido en una consulta para un trato personalizado, atento y empático hacia tu persona. Sin embargo, en muchas ocasiones, permanecer en esos espacios llega a ser de todo menos amigable. En tu situación de debilidad y vulnerabilidad (no vamos a urgencias a pasar el rato, sino por algo que consideramos importante) nos topamos con auxiliares, enfermeras y enfermeros poco preparados para el trato con el paciente. Con poco tacto, vaya. Supongo que su actitud se debe a la carga de trabajo, los horarios insufribles o la responsabilidad que atañe su trabajo. Pero los pacientes no tenemos la culpa de ello.
Acudimos y pedimos auxilio a este servicio porque lo necesitamos. Porque nuestro cuerpo indica que algo no va bien, y lo que menos necesitamos cuando estamos enfermos es que este tipo de personal nos trate mal. Y a tratar mal me refiero más al plano psicológico que al físico. Cuestionar la dolencia que te trasmite el enfermo, hablarle con desdén o reducirlo toda una percepción personal, no es una buena praxis para con el paciente. Resulta humillante sentirse así tratado cuando no estas en plenas facultades, no funcionas como deberías y tienes puesto un batín que deja al descubierto la parte trasera de tu cuerpo.
No está bien que te insuflen por la vía un suero, para limpiar el tubo, con tal mala leche y fuerza que notes un calambre doloroso por todo el brazo durante un rato; no está bien que, al quejarte de dicha acción, te digan que te aguantes porque el contraste va a pasar por la vena a esa velocidad. Es molesto que te muevan de una camilla a otra, como si de un saco de patatas se tratara, sin tener en cuenta lo que te duelo o que llevas tubos saliendo de tu cuerpo que tiran y hacen daño con cada movimiento.Podría poner más, pero para qué.
Lo que más me molesta de estos momentos en urgencias es que creo que estas personas trabajadoras del Servicio Público de Salud han perdido un poco el norte, es decir, han mecanizo unas prácticas, unos protocolos y unas formas que bien podrían ser la mecánica de una fábrica de construcción en cadena. Tú pones aquí, yo enchufo de allá. Pero la realidad no es esa. La verdad de todo esto es que están trabajando con personas. Personas enfermas. Personas a las que una cara amable, un acabamos enseguida o un te tapo porque aquí hace frío es una bocanada de aire fresco, una caricia dentro de un edificio que se vuelve hostil porque siempre atañe miedos, inseguridades y en algunos casos, malas noticias.
No pretendo con este artículo dilapidar a todo el conjunto de trabajadores de urgencias, ni mucho menos. Varios médicos, celadores y enfermeros me han tratado estupendamente en mis visitas anuales al hospital. Pero sí es verdad que es una pena que comentemos con asombro o casi incredulidad la suerte que hemos tenido, esta vez, con el equipo que nos ha atendido.
Y cierro, aprovechando este espacio, agradeciendo a TODO el personal de la planta 3 del bloque A del Hospital Universitario su atención, sus mimos y concesiones para conmigo. Estar rodeada de ellos lo hizo mucho más fácil, sin duda.
Gracias.
Gloria Rocas
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