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Quemad viejos leños...
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Quemad viejos leños...

Actualizado 07/10/2024 07:58
Miguel Mayoral

Si compra un libro no lo lea, déjelo, no se acerque. No sea que su embrujo le obligue a ojearlo y a caer en el más estéril de los onanismos. La lectura y el saber, decían, sólo os hará más desgraciados. Leyendo no se sale de la ignorancia sólo aumenta. La paz espiritual se verá afectada por las ideas que habréis leído y las preguntas sin respuesta que os haréis. Aunque nos queda pensar que la ignorancia es temporal pero la estupidez es para siempre.

También puede que al leer caigamos en la iniquidad de la lectura, una conducta repetitiva de pecado, un patrón de conducta que toma asidero en nuestra forma de ser y pasa de una generación a otra. Lo que nos impulsa a hacer lo que no queremos hacer y que nos inclinemos o cedamos ante su naturaleza destructora. Es una semilla destructora que pasa de una generación a otra, arraigándose cada vez más hasta que queda como un pecado escrito en nuestros corazones. Iniquidad se refiere a la cualidad de inicuo. Designa maldad, perversidad, abuso o gran injusticia, es decir, todo acto contrario a la moral, la justicia y la religión. La palabra proviene del latín iniqu?tas, iniquit?tis, que traduce “cualidad de injusto”, y sus sinónimos son injusticia, maldad, infamia o ignominia. El saber nos convertirá en seres peligrosos para los demás y no dudarán en atacarnos.

La necesidad de instruirse se la debemos al error fatal de Sócrates, filósofo griego del siglo V aC. Este hombre que nunca escribió nada y habló demasiado. Fue un pensador que afirmaba que “no sabía nada, pero que, precisamente por eso quería saber”. Creía que si adquiría consciencia de su propia ignorancia, esto le haría nacer el deseo de saber. Creía que así adquiriría amor a la sabiduría, que es lo que caracteriza a la filosofía, la más peligrosa e insana de las locuras intelectuales. Los griegos, no le hicieron caso, y lo condenaron a muerte, acusándolo con acierto de pervertir a la juventud con sofismas peligrosos y enredos; pero su influencia ha sido importante, en efecto, bajo su dirección y por culpa de un discípulo un tal Aristóteles y de Platón. En lugar de ser ignorantes a secas, ahora lo somos pero presuntuosos, pues la vida se acaba igual para todos.

Creemos que el conocimiento de la propia ignorancia, acompañado con el delirio de la lectura, nos hace más sabios, pero en realidad tan sólo nos hace vanidosos. Milan Kundera, cuando escribía sobre la inmortalidad, recordaba que una persona insigne puede tener la poca fortuna de ser recordada por una muerte ridícula o peculiar. Pasar a la posteridad por un patinazo en la bañera, por una cornisa mal cementada, por un accidente de coche fortuito, por un penoso infarto en un triste hotel, por una candidatura suicida, etc... Morir por modos poco brillantes e inesperados es una paradoja cruel. Las generaciones venideras se acordarán de tal o cual sujeto por un hecho fortuito y no por una trayectoria sabia y sesuda de vida.

Séneca se suicido lentamente en la bañera, de mármol, a la romana, mientras su mujer la joven Paulina se desangraba lentamente a su lado, aunque a ella pudieron salvarla. Nunca se le recuerda por ser el padre de una de las obras más fascinantes de occidente. Nadie nos pertenece salvo en la memoria. Solo el tiempo y esa memoria es capaz de juzgarnos con la imprecisa perfección que el azar atesora. Tan solo un detalle, un instante, un segundo de vida o muerte, puede definir nuestros buenos o malos propósitos, nuestra existencia, como un resumen macabro...

Confuncio afirmaba que “sólo puede ser feliz siempre el que sepa ser feliz con todo”. En Castilla nos queda la sabiduría y el consuelo de las palabras de Alfonso X, el Sabio: “Quemad viejos leños, leed viejos libros, bebed viejos vinos, tened viejos amigos”. De todo ello sabemos y tenemos experiencia en nuestra vieja tierra ancestral.

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