Entre los intensos y los quietos transcurre la semana que se inicia con un velo de humedad sobre el patio a oscuras donde relucen, constantes, madrugadoras, las ventanas de los que nos vamos a trabajar al ritmo de un coche que arranca en la calle quieta, de un autobús que bosteza abriendo sus puertas. Los intensos llegan medio dormidos, pero se van activando y se someten a la tortura de permanecer en la silla al ritmo de las lecciones. Los quietos, sin embargo, en la tarde que cae, aman el sillón al resguardo de las obligaciones y se divierten cuando los mirlos, a despecho de las medidas municipales, se posan como notas negras sobre el pentagrama de las antenas. Entre la inquietud y la quietud hay toda una vida que en mis chicos está apenas estrenada y en mis padres, suavemente agotada.
El ritmo de los días es el paso de la calle que pasa, el saludo que se repite mientras el niño que aún no va al colegio arrastra el carrito que le sirve al quieto para desplazarse al charco de sol donde estirar las patas. El perro que tira de la correa, el bebé que redondea la vida desde la sillita son el espectáculo del banco de la calle, el lugar donde ver pasar los días mientras los chicos del instituto cercano salen en tropel a comprarse latas de colores. El paso de los días es un balanceo de bolsa de compra, una pieza de pan que ha subido, un autobús con paso denso que se vuelve perezoso cuando llega, al atardecer, lleno de gente inclinada sobre la pequeña pantalla. La calle tiene su espectáculo de luz que declina, su tiempo de caña en la terraza que resiste al frío, la hoja que cae porque el otoño se impone con sus ocres y sus chaquetas sobre la ropa. En la mañana, los intensos agotan la energía que les sobra corriendo por el pasillo, el que recorren los quietos de pared a pared temiendo caerse, romperse ese hueso delicado que parece salir a través de la piel.
Mi sobrino luce un ala quebrada y sin embargo, con el pie mueve la pelota que le causó la caída. Su abuelo intenta evitar la alfombra y mientras, los inquietos, los que vamos y venimos a ganarnos la vida con el esfuerzo diario, ventana que madruga, no sabemos dónde ponemos el pie ni dónde hemos dejado la zapatilla. La prisa nos lleva, de nuevo, a iniciar la semana. Esa de los intensos en ebullición y los quietos en la labor de cuidarse, y en medio, los autobuses van y vienen, la calle tiene una pátina de frío sol y de gente que camina con provinciana lentitud. La dulce constancia, la vida diaria.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.
La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.
En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.