Por si fuera poca fiesta la de las ferias, que en La Aldehuela apuran sus últimos viajes, despedida de residentes. ¿En septiembre? Sí, no en mayo como era costumbre, porque aquellos sucesos que trastocaron el mundo cuatro años atrás demoraron la incorporación de los médicos que en 2020 comenzaron su período de formación especializada (MIR). Tomaron posesión con distancia de seguridad y sus compañeros tardaron en ponerles cara del todo, eclipsado su rostro por la sempiterna mascarilla. La mayor parte de esos más de siete mil R1 son ahora despedidos con abrazos sin miedo y la sonrisa bien visible; los que cursan especialidades de cinco años y algunos que tengan que alargar su estancia por haber estado enfermos o haber sido padres, por ejemplo, se despedirán más adelante, pero sin esas barreras que imperaban cuando se les dio la bienvenida, entre la incertidumbre y el alivio por la llegada de refuerzos.
Ahora a los médicos residentes que culminan su formación, al menos en nuestra comunidad autónoma, se les ofrecen contratos de fidelización. Nada que ver con la promiscuidad a la que nos lanzaban en su día, v.g. 2012, pues algunos incluso nos echamos una “novia” en cada centro de salud del norte de Cáceres. Sin embargo, no se trata hoy de hablar de mis penas antiguas, que en el fondo fueron puerta de muchas alegrías, ni tampoco de las que creo justas reivindicaciones en relación con mi profesión, que pasean a menudo por esta Calle de la Fe desde que empecé a transitarla hace casi once años, precisamente desde tierras extremeñas.
Este sábado último de septiembre, con el recuerdo aún fresco de las fiestas de despedida de los residentes a las que no faltarían tutores, erre mayores, co-erres y erre pequeños, cuando el Sistema Nacional de Salud ya cuenta con varios miles de nuevos médicos “especialistas” a los que, si quiere, puede cuidar, mi causa es el “generalismo”, el enfoque propio de la Medicina Familiar y Comunitaria, que nominalmente será especialidad pero esencialmente es generalista.
Abel Novoa, en un reciente artículo en AMF, cuya segunda parte esperamos con expectación, recuerda que “el objeto del generalismo no es la enfermedad sino la persona” y precisa que “la medicina generalista no se define por la cantidad de conocimiento que se tiene sobre enfermedades órgano específicas, sino en cómo y para qué lo utiliza”.
A lo largo de la Historia, a medida que más medios han estado a disposición para conocer detalles concretos del proceso clínico, como poner cifras a la tensión arterial o a la temperatura corporal, someter células y tejidos al escrutinio del microscopio, recontar con asteriscos los fluidos corporales, o cartografiar nuestros adentros a base de radiaciones o ultrasonidos…, más hemos sabido sobre cada enfermedad en abstracto y menos tiempo hemos dedicado a pasar al pie del enfermo en concreto, del que antes no nos separábamos porque era allí donde había que estar. La Medicina, arte y disciplina humanista, fue acaparada por lo científico y lo técnico que, sin duda, habrían de enriquecerla pero no desvirtuarla o desviarla de su sentido primigenio, alejarla del sitio donde ha de permanecer, a la cabecera del paciente. Porque la Medicina era, y es, puede ser, me atrevo a decir que debe ser, necesariamente generalista.
Así que, compañeros, os digo lo que quizá nadie os ha dicho en vuestras despedidas: ¡Enhorabuena, ya sois especialistas en generalidad!
En la fotografía, la sede provisional de mi Centro de Salud, el de Alcañices, con motivo de las obras de reforma cuya culminación se espera… para, ejem, finales de septiembre.
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