Desde hace treinta años me gano el pan hablando con propiedad (o eso creo yo) y poniéndole nombre a las cosas, algunas de ellas muy novedosas y que no tenían nombre o no lo tenían en esta lengua castellana que tanto nos empeñamos en maltratar. Ahora he entrado en la fase de la vida en la que el asombro por lo nuevo ha cambiado de simple asombro a muchas veces espanto y sobrecogimiento; las décadas que suman juntas en mi carné de identidad me permiten desconfiar de todo lo moderno que no suponga un avance de la ciencia médica o una manera de acabar con la pobreza, y el lenguaje no cae en ninguna de esas dos categorías.
Además, en esos mismos treinta años he vivido rodeada de personas que hablan varias lenguas (yo también) y he fundado un hogar en el que se hablan dos, en un país donde hay tres lenguas oficiales y se usan todas sin tener que llamar a las barricadas por ello. He hecho esfuerzos ímprobos por conservar en mi cabeza esa lenga materna que es la española (o castellana, recuerden que recibe ambas denominaciones) sin que se contamine excesivamente, sin llenarla de muletillas anglosajonas y sin que lo que sale por mi boca sea un sin sentido; esfuerzos que doy por buenos porque, la verdad, aquello de Fernando Pessoa de “mi patria es mi lengua” es una frase que me representa.
Mis hijos navegan ahora en las procelosas aguas del estrecho que separa la vida estudiantil de la profesional y, para ello, tienen que elaborar un currículum para el que los modelos anglosajones son infinitos y las traducciones al español, de risa. También es verdad que este fin de semana la dependienta de una perfumería que me atendió en perfecto francés llevaba una chapa donde ponía “beauty consultant” (traducido: consultora de belleza) y hace unos años, un vendedor de discos y libros del Carrefour se presentó ante mi como “gerente de un espacio cultural”; así que supongo que el currículum debe ser algo escrito en buen inglés y en malas versiones lingüísticas de ese inglés para que a uno lo tomen en serio. Por cierto, advierto al respetable que “hobbies” incluso en un currículum destinado a brillar en las finanzas se puede traducir como “aficiones” sin invocar por ello al maligno y sin caer en pecado mortal.
Buscar piso es otra actividad apasionante donde el nombre de las cosas adquiere nuevas dimensiones. Si se compra usted un “loft” está comprando en realidad un desván o buhardilla donde no hay tabiques, que tampoco cuesta tanto decirlo así (otra cosa sería un entretecho, sobrado o palomar, que ahí entiendo que el producto se devalúa) y si lo que le venden es una “lofty suite”, pues que la fuerza le acompañe y que no le timen porque eso ya es más complicado de explicar. Lo del baño “en suite” se podría decir simplemente adjunto o adyacente a condición de que el comprador entienda lo que significa “adyacente” que no siempre está garantizado. Y hace unos días, finalmente comprendí que ese engendro que se construye ahora en el que una de las paredes del salón se constituye en cocina, sin puertas ni nada, se llama “zona social” …Ya ven ustedes que encontrar el nombre en español no siempre es garantía de acertar. Las viviendas de lujo asiático que no sé para qué se anuncian porque los que se las pueden comprar no pierden el tiempo buscando en los anuncios, se llaman por ahora “branded residences”, pero ahí ni merece la pena quebrarse la cabeza en buscarles otro nombre porque los que las compran lo hacen en inglés directamente.
La moraleja de todo lo anterior es que, además de envejecer, contemplo aterrada como se habla cada vez peor, con menos recursos, menos palabras y empleando mal las que pedimos prestadas a otros idiomas, muchas de ellas fácilmente traducibles. Los ingleses no tienen la culpa de haber descubierto hace años la gallina de los huevos de oro en forma de lengua en la que se canta, se baila, se hacen películas y se venden todo tipo de productos; listos son un rato largo porque engendraron la gallina y después se encontraron con varios millones de papanatas que se la compraron. Por cierto, “papanatas”, en inglés de a pie de calle; “fool”; para los que saben lo que significa en su propia lengua y si han oído ustedes hablar de Shakespeare, Oscar Wilde o incluso Agatha Christie: “simpleton”. El inglés y los ingleses no tienen la culpa; nosotros sí, por catetos.
Concha Torres
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