Este es el título de un conocido cuento del escritor británico Roald Dahl y al que muchos recordarán por títulos como ‘Charlie y la fábrica de chocolate’ o ‘Matilda’. En el caso de ‘El dedo mágico’, que se publicó en 1966, el asunto es que su protagonista, una niña de 8 años, tenía el poder especial de transformar, cuando se enfada, a las personas en animales usan su dedo mágico. Quizás en este nuevo siglo el bueno de Roald podría pensar en actualizar su cuento porque hoy todos tenemos un ‘dedo mágico’ y con él podemos hacer casi cualquier cosa, incluso transformarnos nosotros mismos en animales de rebaño al servicio de aquel o aquellos que nos conceden ese poder.
Con nuestro ‘dedo mágico’ nos creemos poderosos y libres. Con él podemos comprar, vender, leer, escuchar, aprender, opinar, votar, asistir a talleres y conferencias, incluso ver y hablar con una persona que este al otro lado del planeta. Pero, también podemos él insultar, calumniar, acosar, excluir difundiendo rumores y noticias falsas; sin apenas esfuerzo. Nuestro ‘dedo mágico’ nos da poder y haciendo uso de él creemos ser libres, pero olvidamos lo que el tío Ben le dijo a su sobrino Peter Parker (Spiderman) antes de morir "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad".
Sí, somos libres para elegir nuestro banco, pero no para decidir tener o no una cuenta corriente. Sí, somos libres de decir cuál será nuestro proveedor de correo, pero no de tener o no tener una cuenta electrónica. Sí, somos libres de optar con una u otra plataforma que nos proporciones TV e Internet, pero debemos tener una. También somos libres de votar a uno u otro candidato, pero sólo a aquellos que nos ofrecen. Hay muchas otras obligaciones que debemos cumplir y lo hacemos ‘libremente’ porque resultan necesarias para vivir y convivir en esta sociedad del siglo XXI. Todo ello nos da una falsa sensación de libertad cuando hacemos uso de nuestro ‘dedo mágico’.
Y ese aparente libre albedrío se nos refuerza continuamente desde el exterior con menajes y frases pretendidamente positivas y motivadoras: El poder es tuyo, Eres capaz de todo, El mundo está en tus manos, Te tienes a ti. Y es lo más importante, Es tu momento, Solo los que corren riesgos pueden avanzar, Se tu propio jefe, Primero, tú. Tenlo claro … Resumiendo ¡Just do it! (¡Hazlo!) que popularizo una conocida marca de material deportivo, puedes hacerlo tú sólo. Parece que es obligatorio estar siempre a tope, listo y en marcha, y eso resulta agotador.
Para mí, todo eso son frases que quedan bien en la nevera o el espejo del cuarto de baño, porque no creo en esa abundante literatura de autoayuda sobrevalorada y llena de mensajes motivadores y vacíos que ocultan el individualismo creciente de nuestra sociedad. Y no lo creo porque ninguno de los significados que la Real Academia de la Lengua España asigna a la palabra ‘ayuda’ lo puede realizar uno solo[1] ya que exige al menos otra persona a quien pedírsela.
Y entonces, me pregunto ¿por qué hay tanta gente empeñada en que creamos que somos los únicos responsables de lo que hacemos con nuestras vidas? Y la respuesta que más me cuadra es que si nos convencen de eso, la responsabilidad de la sociedad, ese ente que entre todo hemos creado para convivir atendiendo a unas normas comunes, se disuelve en millones de individualidades que únicamente comparten un espacio y un tiempo. Si logran que creamos que nuestra vida depende exclusivamente de nosotros mismos, mi fracaso, mi frustración, mi ansiedad o mi depresión serán sólo culpa mi y fruto de mi incapacidad para hacer buen uso de las oportunidades que se me ofrecieron, y así la sociedad queda impune.
En mi opinión la política actual comete error sustancial cuando al observar el mundo quiere organizarlo partiendo del individuo para luego elevarse hacía el colectivo lo que supone un giro de 180 grados con relación a la política y la filosofía anterior que, partiendo del bien común de la sociedad, se esforzaba por proponer reglas y normas a los individuos lo que obligaba al debate, el acuerdo y el consenso, cosas que resultan imposible si se anteponen las exigencias de individuo que no aceptan renunciar a nada para beneficio de otros.
Quizás por ello el filósofo coreano nacionalizado alemán Byung Chul-Han escribe: La depresión es la enfermedad de una sociedad que sufre de excesiva positividad. Y añade: El individuo deprimido es incapaz de estar a la altura; está cansado de tener que convertirse en él mismo[2]. El sociólogo y filósofo británico de origen polaco Zygmunt Bauman afirma que el pensamiento moderno es un pensamiento líquido ya que contiene un proceso de individualización consistente en liberar a los individuos de cualquier atadura colectiva por lo que deben hacerse completamente responsables de sus propias vidas y si fracasan en el intento pues peor para ellos.
Creo que sería bueno recordar las palabras del tío Ben y utilizar con responsabilidad y sentido común el poder de nuestro ‘dedo mágico’, el poder que poseemos como ciudadanos.
Para finalizar les recomendaría la lectura de un libro del profesor y catedrático de Filosofía en el City College de Nueva York, Lou Marinoff que se publicó en 1999 con el provocador título de ‘Más Platón y menos Prozac’ en el que quiere demostrar que la filosofía, entendida como análisis crítico, puede ser una buena opción para intentan cambiar esta sociedad del cansancio y pensamiento líquido.
[1] cooperación, auxilio, socorro, colaboración, asistencia, amparo, apoyo, favor, fomento, refuerzo, contribución, subvención.
[2] La sociedad del cansancio (Editorial Heder marzo 2024) De muy recomendable lectura.
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