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Razones del corazón
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Razones del corazón

Actualizado 25/09/2024 08:32
Juan Antonio Mateos Pérez

Nos falta casi totalmente el modo de conocimiento por contemplación, en el que los Educar para el siglo XXI sería formar ciudadanos bien informados, con buenos conocimientos, y asimismo prudentes en lo referente a la cantidad y la calidad. Pero es también, en una gran medida, en una enorme medida, educar personas con corazón, con un profundo sentido de la justicia y un profundo sentido de la gratuidad.

ADELA CORTINA

El ojo que ves no es

ojo porque tú lo veas;

es ojo porque te ve.

ANTONIO MACHADO

Ni el pensamiento débil y postmoderno, el fin de los grandes relatos, la fragmentación de la historia, ni el nihilismo, han conseguido eliminar la pregunta ¿qué somos y adónde vamos en la lucha por la dignidad del hombre? Pero vivimos una mala época para el corazón, gobiernos de hojalata que les importa más la razón instrumental y económica que las personas. Nunca esa razón instrumental puede reemplazar a las grandes utopías del hombre, no podemos perder el centro y la misericordia ante los gritos desesperados de tantos. No se puede claudicar ante los grandes interrogantes del hombre y del mundo, en el fondo de las grandes preguntas siempre late la esperanza (E. Bloch)

Se nos propone una razón que presupone los fines ya dados desde la producción y el beneficio y se preocupa sólo de descubrir los medios más eficaces para realizarlos (Horkheimer). Desde esta realidad el hombre no necesita saber nada, ni preguntarse nada, solo se necesita hombres robots, un animal laborans, idiotas habilidosos que se explotan a sí mismos, sin coacción externa. Un individuo de rendimiento que se abandona a la libertad obligada o a la libre obligación de maximizar el rendimiento (Byung-Chul Han). El capital en la era de la razón instrumental, persigue el ideal de utilizar la fuerza de trabajo más o menos como utilizan la energía eléctrica o una máquina, poniendo, según convenga, el interruptor en “on o en of” (L. Gallino)

En la era de la ciencia y la tecnología no hay lugar para las grandes preguntas, lo importante es saber como funcionan las máquinas que utilizamos. Una sociedad completamente mecanizada, dedicada a la producción y al consumo, creando un hombre indiferente en “un mundo aparentemente feliz”. Esa primacía de la razón instrumental ha generado un “cierre categorial” que afecta no sólo a la religión, también a la filosofía, a la ética y la metafísica, legitimando sólo los hechos empíricos. Dios ha dejado de ser relevante en una sociedad fuertemente impregnada por la ciencia. Lo sobrenatural se diluye en “el crepúsculo de los ídolos”, en el nihilismo y en el escepticismo que se han instalado como huéspedes privilegiados de nuestra cultura.

Ha sido Adela Cortina quien ha tomado de su mano la expresión “razón cordial”, rescatando la identidad del ser humano, subrayando no sólo su grandeza, también su fragilidad. Desde la indiferencia de la pregunta y el sentido, apostamos por una razón cordial, una inteligencia sintiente en palabras de Zubiri, que busca en la realidad de las cosas no solo ser conocidas, sino sentidas. Un pensar desde el corazón para poder ver al hombre desde la dignidad, desde la humanidad; sentir el mundo como una casa común; y poder cultivar el silencio interior y la contemplación para descubrir a Dios en su creación.

La modernidad es un humanismo, en ella tienen cabida los mitos, los símbolos, las narraciones y las aproximaciones titubeantes esenciales de la vida y la muerte (M. Fraijó). Una razón que permita un devenir continuo entre Atenas y Jerusalén, entre el conocimiento y la poesía, entre la razón y la religión. No hay religión sin alguna base filosófica ni filosofía sin raíces religiosas; cada una vive de su contraria (Unamuno).

Para Max Scheler, la compasión es una de las formas de la simpatía, es la participación en el dolor del otro. Ese sentimiento de tristeza hacía el dolor del prójimo, que surge cuando contemplamos un sentimiento grave inmerecido y pensamos que también nos podía ocurrir a nosotros (Aristóteles). El sufrimiento inmerecido se concibe como un mal moral, por otro lado, esa tristeza que sentimos en la compasión se ha llegado a criticar por muchos pensadores como un sentimiento negativo. Desde Kant a Nietzsche, muchos hacen una crítica feroz, ya que piensan que la compasión extiende la tristeza por el mundo, queriendo impulsar principalmente los sentimientos como la alegría. Aunque todos estos filósofos piensan que es mucho mejor obrar por la piedad o por compasión, que por crueldad o indiferencia.

Por otro lado, es claro que hay una fuerte necesidad de formar ciudadanos políticamente activos, que participen en la construcción de una sociedad más justa e incluyente. Personas capaces de construir sociedad a partir de unos mínimos valores de convivencia y con las habilidades comunicativas que les permitan dialogar y disentir en la diversidad propia de las sociedades actuales. Para ello, siguiendo a Adela Cortina, se necesita una ética de la razón cordial que ha encontrado la fuente de la obligación moral en el reconocimiento recíproco de seres que se saben y sienten interlocutores válidos por compartir el bagaje de una razón cordial. Esta ética es posible desde el factor biográfico, tanto desde el punto de vista del que sufre o desde el que responde al sufrimiento.

Una ética donde la razón escuche las razones del corazón y que pretenda explicar ese abismo entre lo dicho y lo hecho, entre ideas y creencias, actuaciones y declaraciones, entre moral pensada y moral vivida. Una ética que quiere hacer un reconocimiento recíproco y cordial es el vínculo que genera una obligación con las demás personas, un reconocimiento que también es compasivo. Esta ética es relación intersubjetiva, ya que no se trata sólo de saber cómo debo ser, sino también de cómo creo que el otro debe ser o de cómo cree el otro que debo ser yo. Para ello es necesario que los otros sean aceptados en su dignidad, eso que llamamos alteridad. En esta alteridad entra en juego la responsabilidad, resonando la voz de la justicia desde la compasión y el cuidado.

Frente al individualismo de nuestras sociedades, es fundamental la cooperación entre todos, fundamentar la ética en reconocimiento del otro, a la alteridad, al altruismo, a la compasión, a la solidaridad. El deber moral debe imponerse a la ganancia individual. Para ello es necesario introducir una educación emocional, tan importante como educar en conocimientos. Lo importante no es el éxito social, sino el éxito moral, para ello es necesario muchas dosis de prudencia, de juicio y de sensatez. Es desde el corazón y no desde la cabeza donde vivenciamos los valores y por los valores nos movemos y somos. Esto nos lleva que la educación moral no puede quedar reducida a la obediencia de unas normas, es necesario interiorizar las normas y degustar los valores. Para ello es fundamental la educación, cuyo principal objetivo no es sólo hacer buenos ingenieros o médicos, sino buenas personas.

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