Hasta finales de la década de los ochenta, tenía su sede en Zamora el Regimiento de Infantería de Defensa Contra Carros “Toledo, 35”. Era una unidad militar muy bien dotada, tanto en personal como en armamento y vehículos, por ser la única del Ejército de Tierra dedicada exclusivamente a la lucha contra carro. Todas sus dependencias, a pesar de haber sido construido en 1927, estaban muy bien conservadas. Baste añadir que los soldados contaban con cine, amplia biblioteca, salón de duchas, capilla, campo de deportes con pista de aplicación y una moderna churrería – en mi época, los soldados desayunaban con churros todos los días. El Plan META hizo que desapareciera en 1987. Un acuerdo entre los ministerios de Defensa y Educación y Ciencia ha convertido esas instalaciones en un moderno campus universitario adscrito a la USAL.
Estuvo en ese cuartel de Zamora un soldado natural de Madrid, bastante introvertido y solitario. Por lo demás, no había sufrido ningún arresto, era disciplinado y cumplía con todas las obligaciones del servicio militar. Daba la impresión de haber entrado en el cuartel con la intención de seguir al pie de la letra el mensaje que solían dar los veteranos a los novatos: “Tu procura pasar desapercibido”. Con aquella personalidad algo retraída, y a pesar de no tener problemas económicos, sus compañeros notaron que, en los fines de semana y estando libre de servicio, nunca se iba de permiso. Uno de sus vecinos de dormitorio, después de mucho insistir, logró convencerle para que le acompañara a su pueblo.
Con el uniforme militar, llegaron al pueblo en autobús a la hora de comer. Se trataba de un pueblo muy pequeño del oeste zamorano, edificaciones antiguas, barro en las calles desiertas, y sin un bar. El invitado, después de girar la vista a derecha e izquierda, le dijo a su compañero que no le gustaba lo que veía y que, por lo tanto, se volvía al cuartel. De nada sirvieron los razonamientos del zamorano diciéndole que no había ningún medio de transporte hasta el día siguiente y que su madre ya había cocinado un pollo de corral para agasajarle.
Ni corto ni perezoso, el madrileño salió caminando sin rumbo hasta que dio con la vía del ferrocarril Zamora-Orense. Estaba perdido. Después de otear el horizonte, siguió paralelo a la vía hasta que apareció una pareja de la Guardia Civil. Era la época en la que el GRAPO presentaba sus credenciales saboteando instalaciones oficiales. Cuando vieron al soldado, le preguntaron si había visto alguna persona por aquella zona. Él contestó que no y los guardias le informaron que habían encontrado un pedazo de rail atravesado en la vía. El soldado respondió muy serenamente que lo había colocado él mismo. Ante tal respuesta, los guardias siguieron preguntándole y el soldado confesó que lo que pretendía era hacer señas al maquinista que parara el tren y poder preguntarle si, para ir en dirección a Zamora, debía seguir hacia la derecha o hacia la izquierda.
Los guardias llevaron el soldado al regimiento para informar sobre el incidente. Se le trasladó al Hospital Militar donde se le diagnosticó una cierta discapacidad intelectual. Se le declaró no apto para el Servicio Militar y sus padres, cuando fueron a recogerle, declararon con cierta tristeza que no habían querido alegar nada al ser llamado a filas para evitar que se enterara su círculo de amistades.
Dado el caos que estamos viviendo en la red ferroviaria española, que más parece una maldición, o el mal fario de algún responsable, me ha venido a la memoria este hecho. Vista la biografía del actual Ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, he sentido alivio al constatar que no se trata de aquel soldado que estuvo en Zamora. El titular de la cartera es un fanfarrón, tiene más cinismo y menos educación que el pobre militar perdido. Comprendo los apuros que pasará cuando le den el parte diario y vea la proliferación de averías y trastornos que se causa a los viajeros. Afortunadamente, no hemos tenido que lamentar desgracias personales, pero su cartera debería llevar el rótulo de Ministro de Averías y Movilidad Restringida.
Por supuesto que el ministro no debe ser quien maneje la llave inglesa ni se suba a la locomotora. Lo que sí es de su incumbencia es no mentir. Comprendo que la mentira también se transmite por vasos comunicantes y ya se ha contagiado de la habilidad de Sánchez. Ahora bien, pretender acallar las críticas de los usuarios insultándoles y afirmando que los ferrocarriles españoles están atravesando su mejor momento, ya no se lo cree ni Tezanos. Es cierto que ya le crecen los enanos y sólo le falta que se pinche una rueda del AVE, pero algo habrá cuando se destituye al presidente de Adif. Son demasiadas averías para que todas sean casualidades. Más sinceridad y algo de seriedad serán el primer paso para que los viajeros abandonen la inquietud que les invade antes de cualquier viaje en tren.
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