"Ismael Martín, torero que necesita Salamanca, salió con ganas de hacer crujir a La Glorieta, de comerse la tarde a bocados. Y la crujió"
Sexta y última de feria con todo a favor: el sol brillando tímidamente en el cielo, ambiente de runrún, gana de ver toros en la concurso con seis hierros del campo charro lucidos, medidos en el caballo, en el albero de La Glorieta que se veía precioso, que daba emoción sólo con verlo. Eso, la tarde, los puyazos, los premios, lo contarán mis compañeros en sus crónicas, no este último apunte escrito más con el corazón, entre la emoción de ver galopar a los bravos y la nostalgia, la pena, este vértigo, esta sensación de vacío, de saber que hoy se acaba. Que esta tarde las puertas de la plaza cerrarán de nuevo por doce meses dando paso al silencio, la memoria, lo ya vivido.
Manzanares abriendo cartel Nazareno y oro, como el de Medinaceli; empaque y oro, elegancia, mimando al dulce, noble y flojo Murube de Capea que se arrancó con alegría por dos veces al caballo y derrochó bondad y humillación por el derecho. Botijero se llamaba, como la feria de cacharros de mi tierra donde tantos búcaros y tinajas se vendían. Guapo, le decían a Manzanares en los tendidos. Agua pa la sed, preámbulo de una tarde que no pudo rematar con el mansote cuarto, de Hermanos García Jiménez, al que pudo enjaretarle unos bellísimos naturales antes de que se rajase estrepitosamente y todo fuese a menos, la nada.
Incontestable, galáctico, de altísimo voltaje, Borja Jiménez, azul y oro como el cielo cuando rompen, cuando truenan en majestad, reivindicándose, ratificando un temporadón. Azul esperanza, azul expectación, azul torería. Tocado por la mano de Dios, torero de pie, torero de rodillas. Azul rotundo, torero resucitado en el campo charro al abrigo de su fe en sí mismo, bajo la sombra de Julián Guerra, que ve lo que no vemos los demás. Borja Jiménez con un trolebús del Puerto, 650 kilazos, codicioso, con un pitón derecho espectacular. Había que estar, y vaya si ha estado, cómo ha estado, mandón y con mano baja en la muleta, de terciopelo con el capote. Por si había dudas en el aire con la sustitución del Morante, en el mismo aire quedaban despejadas.
Azul torero caro, azul estado de gracia, que en el quinto tuvo enfrente a uno de Olga García, marrajo y manso, que escarbaba en los dos primeros tercios y quedó fuera de concurso; que medía esperaba en banderillas haciéndole pasar un quinario a los de plata, y que terminó metido en su muleta poderosa en la faena más redonda, vibrante y de exposición de la feria, al menos para quien esto escribe. Lo de las orejas es lo de menos, aunque sea lo que a la postre cuente para los de los números. Qué forma de estar y ser la del que está llamado a liderar el escalafón de 2025, a reinar en todas las plazas. El cetro lo tiene.
Y llegó como una revolución Ismael Martín, blanco impoluto engarzado en oro de 24 kilates desde la Escuela de Salamanca, torero de Salamanca, torero que necesita Salamanca, que salió con ganas de hacer crujir a La Glorieta, de comerse la tarde a bocados. Y la crujió desde la larga de rodillas de recibo, con las banderillas, con un inicio de infarto con cambiados por la espalda en la misma boca de riego. Firme, sin dudarle un segundo, como hay que venir, con la muleta puesta en el hocico del de Garcigrande, que lo buscaba, que no era nada fácil, manteniendo el aliento y el corazón de La Glorieta en un puño por su valor seco y su gran exposición, con el blanco impoluto teñido en sangre de pasárselo por la tripa, aguantando parones, el peligro de un toro encastado y muy exigente que tuvo emoción, mucha, en sus embestidas. Dos orejas de verdad, sin ningún pero, en una feria de puertas grandes demasiado baratas que hoy han cobrado su auténtico valor.
Y la crujió de nuevo recibiendo contra las tablas, y la puso de pie con cuatro extraordinarios pares de banderillas al que cerraba plaza, un toraco de Espioja de preciosa lámina que venía cruzado en el capote y se le quedaba corto, parado, en la muleta, a la que llegaba bien breado después del caballo y los rehiletes. Ni un pase tuvo, ni uno, por mucho que lo intentase Ismael, que ya había presentado de inmejorables maneras sus credenciales.
Lástima que parte del público no respetase al torero, que se la estaba jugando. Que lo mismo no saben que también hay que estar con estos toros como estuvo, que no pueden soltar la primera gilipollez que les venga a la boca. Respeto, respeto y admiración por este torero que pide paso, que pide sitios, que no se ha guardado nada. Bien hallado seas, Ismael. Bendito.
Y ahora, mientras los aficionados abandonan La Glorieta y corren hacia la puerta grande antes del silencio del largo otoño, el frío y el invierno, remato este apunte último en el tendido y la contemplo mientras se queda vacía de calor, de latidos, de alma. Y pienso que por mucho que quiera quitarme de este veneno del toro que tanto me ha dado y quitado en mi vida de plumilla; aunque intente tomar distancia de lo que tanto amo y tanto me duele porque considero inútil tanto amor, ya descuento los días que faltan para la feria de 2025. Ay, mi Salamanca, cuánto te quiero, con qué dolor te veo cada septiembre hacerte pequeñita, apenas un lucero naranja, difuso, lejano, en el retrovisor de mi coche.
Como cantaba Duncan Dhu, mil calles llevan hacia ti. Mis calles siempre llevan, me traen, desembocan en ti.