No le den más vueltas, si algo va a salvar del ninguneo y el desprecio de que “goza” hoy la fiesta de los toros es la emoción del toro.
No es nada nuevo, siempre fue así. De todas las características y matices que explican la condición exclusiva del toro, la única que le da carta de naturaleza es la bravura: si un toro bravo no es bravo esencialmente, es una milonga, una argucia, un trampantojo, una forma como otra cualquiera de enredar sin ir a la cuestión principal del asunto. Y el asunto esencial de la fiesta de los toros es el toro bravo. Y la bravura es lo que le da identidad, tu temperamento bravo es la esencia de la columna emocional que desprende, lo que le hace único.
Lo sabe el maestro Capea de sobra, pero sus toros ayer se fueron por los atajos de lo que no es un toro bravo, huelga enumerarlos. El talentoso de la tarde, el alumno espabilado se llamó Salinero. Salinero se mimetizó con la actitud emocionalmente volcánica de Marco Pérez. Nos vinieron a decir: ¡Eh, que yo si soy de verdad! Y le tocó un torero elegante: una pena.
Pero es demasiada carga para Salinero. Un gran toro, pero demasiada carga.
Toño Blázquez
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