... o interior, o material,
que este Capitán divino
puso su cruz por señal
para no errar el camino.
A los postres del estío, más bien seca y amarilla es la alfombra sobre la que se levantan la oración vertical y el horizontal abrazo que hacen uno de dos, lo celestial y lo terreno, en cada encrucijada. Es entonces, ahora, hoy mismo, cuando se exalta la Cruz en la que está clavado el Cristo, sobre la que está entregado el Cristo, desde la que reina el Cristo muerto siempre vivo. Tres veces Santo, tres veces crucificado.
Es la del 14 de septiembre fiesta de la Cruz gloriosa, que, con más altas o más bajas palabras, es lo que cada hombre busca, la gloria. No de efímera fama sino de eterna inmortalidad, aunque como escribió Machado, Antonio, se piense que nunca la persiguió. En los versos de Lope que he escogido de antífona de entrada, y valdría con ellos, no se insta a buscar la gloria, sino a encontrarla en la vida verdadera buscando la Cruz, su Cruz, en la cruz, tu cruz. No será un hallazgo arqueológico como el de Santa Elena pero sí tan verdadero y tan rico espiritualmente como aquel. Porque, para no errar el camino, la señal de la Cruz viene a resumir el código de la cotidiana circulación.
Sobre la frente quedan signados con la cruz los pensamientos, y así vuelve el alma humana a la natural armonía entre fe y razón. No fue casualidad que Juan Pablo II publicara Fides et ratio un 14 de septiembre, el de 1998. Al referirse a Santo Tomás de Aquino, escribe que la fe es de algún modo «ejercicio del pensamiento»; la razón del hombre no queda anulada ni se envilece dando su asentimiento a los contenidos de la fe, que en todo caso se alcanzan mediante una opción libre y consciente. El ejercicio de pensar la Cruz, de integrar el suplicio en la liberación, el dolor en la travesía, pone a prueba los límites de la razón humana y anhela ese encuentro con la verdad, que en la Cruz traspasa todas las fronteras y levanta cualquier barrera.
Encontrada a menudo en el silencio, la cruz signa una boca a la que le cuesta callar para recogerse en el recinto purificador de la humildad y a la que también le cuesta abrirse para lanzar el grito profético del Evangelio, con palabras defendidas por obras, sí, y con obras que no pueden quedar desnudas de anuncio, del Nombre-sobre-todo-nombre. No es cualquier cosa hablar de la Cruz, predicarla, exaltarla, cantar en su honor himnos que remiten a Quien la abrazó.
Cruz trazada sobre el pecho, al fin, que como hoguera inextinguible arde en el corazón y lo calienta en las llamas de un fuego lleno de Espíritu Santo. El fuego prendido por Cristo crepita en su Corazón y lo hace avanzar en el via crucis hacia la cumbre del Calvario y en la Historia cargando con el peso de todas las cruces, de todos nuestros crímenes que lo trituran para que todas sus cicatrices nos curen. No se comprende de otra forma dar gloria a la Cruz, buscar gloria en ella, enarbolarla como victoriosa bandera, si no es aceptando su herida de amor.
Cruz busquemos. Cruz nos conviene.
En la fotografía, inscripción en la ermita dedicada a Santiago el Menor (Desierto de Ntra. Sra. de Belén – Las Ermitas, Córdoba).
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