Lunes, 07 de octubre de 2024
Volver Salamanca RTV al Día
Calle Melancolía
X
EL APUNTE DE ANA PEDRERO

Calle Melancolía

Actualizado 14/09/2024 22:48
Ana Pedrero

Nostalgia y agradecimiento porque Hermoso y Ponce son tiempo mío, vida mía, si crecimos a la par

Bipolar. El poso de la memoria, la alegría por lo que tenga que venir. Una montaña rusa, cuatro décadas del toreo en La Glorieta. Alfa y el Omega, lo que se cierra, lo que comienza. Dos despedidas, una presentación. Hermoso de Mendoza como el Nazareno de San Julián, morado y oro en su casaca de caballero, el último brindis, el último rejón, el último galope aunque no hubo oponentes.

Verde botella y oro. Enrique Ponce, vidrio oscuro que guarda el sueño de los licores, la fruta y la canela macerando en alcohol, sorbo a sorbo, sol y sombra, despacito, apurando la fórmula que nadie más tiene cuando ya nada hay que demostrar. Y ese brindis postrero a quien tantos brindis guarda en sus manos, y ese quinto que nunca es malo, con calidad y transmisión, y esa espada hasta la bola. Los pañuelos blancos, desatados, quisieron despedirlo acariciando el cielo de Salamanca, más por una trayectoria impecable que por la faena a un buen toro de Capea. Emoción y lágrimas en una hermosísima despedida. Nunca fue mi torero, pero siempre ha sido, estado en maestro. Gracias siempre, Enrique Ponce.

Blanco, plata, bautismo, comunión. Un milagro, dos sacramentos, estampa casi infantil con una cabeza tan lúcida. Marco Pérez, torero porque le brota, despertando, llamando a la resurrección a Salamanca, los tendidos en pie, el blanco sin mácula manchado de sangre. Y el brindis, la montera como vino negro sobre el albero. Por la familia, por los amigos, por su peña, por su gente. Por los dos maestros que le han acompañado en esta tarde primera de novillero en su Salamanca. Torero desde el vientre, que lo parieron para esto. Dos inicios de faena vibrantes, la segunda genuflexa, rezando, aunque los dioses le negaron la espada. Y los pasodobles perfumando el último sol de la tarde con un buen novillo de Capea que prometía más, impecable de colocación, espacios, tiempos. Asombroso siempre. Se tiene o no se tiene, pero el salmantino lo desparrama. Aire fresco como los besos que ya no tengo. Una promesa tan de verdad.

Como quien viaja a lomos de una yegua sombría, así mi silencio, alguna lágrima, un viaje interior, esta canción de Sabina, esta Calle Melancolía que me habita. Nostalgia y agradecimiento porque Hermoso y Ponce son tiempo mío, vida mía, si crecimos a la par. Con ellos también se va una parte de mi recorrido, lo que soy, lo que fui, lo que dejé atrás. Tantas faenas cantadas, contadas, tantas plazas, ferias, norte, sur. Porque tuve la suerte de ver torear a toreros de leyenda que ya no están. Y ví pasear a Ponce el rabo de aquel extraordinario toro de Capea. Y a Marco Pérez cuando no levantaba un palmo del suelo y ya asombraba al mundo.

Y así, como vimos los de mi quinta hacerse hombres y toreros a quienes ahora se despiden, serán los niños, los periodistas del mañana, quienes lo escriban. Que vieron torear a Ponce y a Hermoso a caballo. Que lo mismo un día, cuatro décadas por medio, cuentan la despedida de Marco Pérez, cuando nosotros no estemos y nuevos toreros lleguen a emocionar a quienes se sienten por vez primera en una plaza.

Para entonces me habré mudado a la calle de la Alegría. Viento, ya sólo tenue viento en La Glorieta.