Acostumbramos a verlos desfilar el día de la ceremonia, derechos, enhiestos, glamurosos, elegantes o llamativos, despampanantes, atrevidos, jactanciosos, pavoneándose de su belleza de cuna o financiada, de los dinerales invertidos en sus galas y aderezos, (seguramente oliendo a almizcles y azahares, a sándalo y bergamota, a rosas fragantes enfrascadas en delicados envases), exhibiendo cada cual su elevado grado de tontería o de sencillez, que los hay, porque sólo quieren destacar por su oficio, trabajado en la dureza de martillo y cincel de quien busca la perfección en su disciplina, de quienes quieren ser mejores actores, primeras directoras, excelentes maquilladores, extraordinarias productoras...
Solemos verlos en todos los previos, en numerosas entrevistas, en fragmentos de sus películas, de sus sonidos, de sus voces y sus músicas y sus luces y sus sombras, y en todos los directos de gala y pasarela, en las instantáneas de sus posados aquí y allá, otra foto por favor; en sus primeros planos, con sonrisa inmutable, antes de ser nominados; en sus paseos acelerados subiendo las escaleras que llevan al olimpo de la estatuilla hecha premio; en los aplausos (que resonarán eternamente en sus oídos); de nuevo en el papel brillante del que volverán a ser portada y que llenarán página tras página una y otra vez.
En otro lugar, alguien se ha levantado temprano y ha ido a caminar, paso a paso, hasta hacerse siete kilómetros. Sin cámaras, ni flashes, ni luces de neón.
A la vuelta, tras una ducha, se ha metido en la piscina, brazada a brazada, impulso a impulso, y ha nadado un largo, y luego otro, y después otro, así hasta 70.
Y esto, así contado, no sorprende demasiado.
Tampoco impacta conocer su edad, ya sopladas cincuenta velas.
Lo que realmente le añade valor es saber que tiene una enfermedad cuyo nombre aquí no importa. Algo degenerativo contra lo que lucha cada día.
Aquí el foco se centra en Óscar. Alguien de carne y hueso a quien, un día, le tocó algo que, a veces, le pasaba sólo a otros: un número al que nunca había jugado.
Una noticia que modifica la vida de cualquier ser humano.
Que cambia, incluso, la de su entorno.
Familiar.
Laboral.
Social.
Y él, con una cabeza que tritura cada día lo que, en cualquier otra persona, podría ser irremediable, con la fiereza de un gladiador, planta cara al deterioro, le mira a los ojos de tú a tú y va frenando su avance.
En muchos lugares están los protagonistas de diario de los que nadie habla. Personas a las que el reflejo del sol pone, diariamente, brillo en las gotas de agua que se deslizan por su espalda cuando nadan; o en las que corren, en forma de sudor, cuando van en andador a hacer sus recorridos; o cuando se desplazan en sillas de ruedas por ciudades que todavía tienen barreras arquitectónicas que suavizar, abundantes tareas pendientes hasta que se logre la accesibilidad de todos los ciudadanos a todos los servicios.
No se les ve en alfombra roja, pero son protagonistas indudables de sus propios destinos, impecables directores de sus vidas, guionistas diarios de su existencia, músicos que escriben la banda sonora de su día a día.
¡Son de Óscar!
Mercedes Sánchez
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