Nuestros ardientes veranos, nuestros agostos que agostan la piel y curvan las hojas de los árboles deseosos de agua, hacen del fresco de septiembre deseable cambio, exquisito escalofrío que nos empuja a buscar la chaquetita y tirar de la manta suave, de aquello que arrinconamos con los primeros calores y me hallo a mí misma buscando las faldillas de invierno para la mesa donde mis quietos se afanan en taparse el regazo donde moran sus manos.
Y hay un alivio de rebeca que se aprieta contra el pecho, de cazadora que se cierra, de pantalón que abraza las piernas… pero en el fragor aún del mediodía de sol, el niño rompe la charla sobre el cambio de tiempo y se atreve, tímido y cauteloso, a meter los piececitos en el hueco abierto de la lona de la piscina… primero los quesitos tiernos que aún no llevan calcetines, luego los calcañales… y cuando el agua le llega a los pantalones cortos la madre se resigna a que recupere el bañador y se meta entero y verdadero, brillante como una foca, pulido de sol y de verano.
Dejamos el campo donde extender el mantel de los afectos y la última mirada es para el niño solo entre el azul que me ha consolado todo el verano. Su cabeza de nutria nadadora entra y sale del agua que se ve tan azul como el mar que no añoramos, porque en medio del secarral ha conseguido mi hermano el equilibrio alquimista de los químicos y el charco luce un color que nos alegra la vida. Azul tenso y feliz mientras nuestro particular pato entra y sale, nada solo con todo el espacio del otoño en sus brazos fuertes, toda la fuerza en sus pies que son aletas. Quiere estrujar el calor de un sol que disfruta dejándole brillar en esta tarde que se inició fresca y ahora calienta la piel que tiritará entre los brazos de su madre y la toalla que ella mantiene junto al corazón y su calor, que arropará de amor y de escalofrío. Niño que nada, niño que salpica, niño que deja que resbale el verano por su piel mojada, el tacto del tiempo de vacaciones aún sin estuche lleno de rotuladores y cuadernos vacíos. Es el regalo del agua, el atrevimiento del sol, la piel que resbala libre y mojada.
Tiene septiembre deseable frescor de chaqueta fina sobre los hombros cansados de tanto calor, pero también regalo de lo que perderemos tensando la lona sobre el agua, guardando su azul hasta otro verano. Pero nos queda el momento quieto de sol que es don de estos días. Y el niño, pez valeroso, infatigable, sigue nadando su alegría.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
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