En esta ocasión, y desde mi Arcadia miezuca, que es el Mirador de la Code, desde el “más imponente mirador de la Ribera”, como lo calificaba Unamuno, contemplo, lo que para el rector de nuestra “alma mater” suponía “la hoz del Duero como un hondo surco abierto en la meseta, como una gran hendidura de sombra”, y me dejo embriagar con la suave brisa del viento, el trinar de los pájaros, el ruido del agua bajando por los arroyos y el silencio de unos campos huérfanos de las faenas agrícolas y de la presencia humana.
Y estando en este paraíso perdido, mi imaginación vuela en el tiempo y hacia los primeros años del pasado siglo XX. Por entonces, la actividad principal de mis paisanos era el cultivo y la producción de aceituna, centenares de miles de kilos que brotaban de esos olivos centenarios, enclavados en los “paderones” –que es como se conocen aquí a los bancales-, en los parajes de “la Ropinal”, “el Pasil”, “el Picón de Mateos”, “el Lagarizo”, “la Manga” o “los Esquinos”. Los miezucos, según cuenta la tradición, eran unos sabios en el cultivo, recogida y aderezo de la aceituna, que, según reza en archivos, pergaminos y periódicos de la época, era la mejor de la provincia. Mis paisanos se merecían esta honorable distinción porque hoy día parece inimaginable que por esos senderos de Dios, empinados, pedregosos y sinuosos, subieran cientos de labradores arreando los mulos cargados de “banastas” repletas de aceituna. Subir 300 ó 400 metros de desnivel en tan sólo dos o tres kilómetros de distancia, era una actividad de dureza extrema, sobre todo después de haber estado jornadas de 10 ó 12 horas recogiendo aceituna. Ya se sabe, y lo dice la canción, nuestra canción, reunida en su cancionero popular por Dámaso Ledesma, organista de la catedral de Salamanca, en los primeros años del pasado siglo: “apañando aceituna se hacen las bodas/ el que no va a aceituna no se enamora./… Las mocitas de Mieza crían colores/ cuando suben y bajan los Reventones”.
Y estando en este paraíso perdido, mi imaginación también voló hacia lo que entonces era el conocido como “Salto del Duero del Cachón”, una cascada de agua impresionante, y cuando había crecidas por las lluvias, el ruido de la caída del agua se oía en el centro del pueblo, que está, sendereando, a 3 kilómetros de distancia. Una cascada que vomitaba normalmente unos 34.000 litros de agua por segundo. Con la construcción de la presa de producción hidroeléctrica por Iberduero en Saucelle, a finales de los años 50, desapareció esa “cachonera” –que es como la conocían en Mieza- y ya sólo quedó como importante cascada en la comarca de Las Arribes la del “Pozo de los Humos” entre Masueco y Pereña.
Y estando en este paraíso perdido, mi imaginación se dirigió a las noticias económicas que generaban la esperanza de desarrollo integral de esa zona fronteriza. Diarios tan importantes como “El Adelanto” o “El Lábaro”, de Salamanca o el Heraldo de Zamora, destacaban que gracias a los estudios realizados por “un competente ingeniero de caminos” cuya propiedad era del industrial de Villavieja de Yeltes, Señor Godinho, se pusieron de acuerdo las dos empresas eléctricas de Salamanca “La Unión” y “Electricista Salmantina” para “utilizar el magnífico salto de agua del río Duero en el término de Mieza y transmitir a Salamanca la fuerza del citado salto, a fin de utilizarla para el alumbrado eléctrico, con lo cual resultarían positivas ventajas para el consumidor, porque siendo sencilla la apropiación de la fuerza en el Duero, por las condiciones del cauce en Mieza, la unidad de energía eléctrica resultaría a precio muy aceptable…” (El Lábaro, 5 de junio de 1902, también recogido en El Adelanto el 7 de junio). También se informaba por esas fechas que debido a la explotación del agua del “Cachón” de Mieza para producción eléctrica (destacaban los estudios la caída de 34 metros cúbicos de agua por segundo, ¡ya está bien!) había un “proyecto importante” (lo titulaba en primera página el Heraldo de Zamora el 16 de junio de 1902), para construir un ferrocarril que una la importante villa de Fermoselle con Lumbrales, Villavieja y Salamanca, pasando por Mieza. El referido diario continuaba diciendo lo siguiente: “El proyecto en cuestión no puede ser más importante y bien merece que le presten su concurso los capitalistas que se dedican a esta clase de negocios. Facilitar las relaciones comerciales entre pueblos productores como son Lumbrales y Fermoselle tiene siempre excepcionales ventajas, mucho más apreciables en este caso, porque alcanzan los beneficios a una comarca rica en producción como, lo es sin duda alguna la de los pueblos que el Duero baña y que hoy, por carecer de vías de comunicación limita su comercio a unos cuantos pueblos ribereños y de la frontera portuguesa”. También se hacía eco, previamente, de esta importante noticia El Adelanto el 7 de junio.
Y estando en este paraíso perdido, mi imaginación se dirigió a los últimos años de la década de los años veinte del pasado siglo, años de la dictadura de Primo de Rivera y recordé una interesante noticia en la portada de El Adelanto, de 23 de mayo de 1929, en la que se informaba de que en una de las más bellas comarcas salmantinas, la Ribera del Duero, se está finalizando la construcción del camino de la Code, un precioso camino que transcurre “entre breñales de las arribes, poblados de frutales, viñas y olivos, ofreciendo al viajero sus frutos entre su encantadora variedad de verdes como los de las sierras de Granada. Y al fin de tan lindo paseo en auto, el soberbio mirador del Duero, de la Code, dominando uno de los más abruptos paisajes de la Ribera, sobre el oasis del monasterio de la Verde y las cataratas del Cachón de Mieza. Al terminar este hermoso camino hay una rotonda para que los autos, cómodamente, puedan volver. Y cerca del mirador de la Code, una bonita gruta en la que se colocará la imagen de la Virgen, para que las peregrinaciones turísticas, a tan hermoso paraje, sean presididas por la devoción a Nuestra Señora de la Peña. Para mediados del próximo mes, estará terminado el camino a la Code; oportunamente lo anunciaremos, a fin de que se organicen excursiones de placer, que en auto, desde Salamanca, tienen un recorrido de no más de 100 kilómetros (dos horas) por buenas carreteras…” Inmediatamente me vino a la imaginación que en esa gruta, al lado de la Code, que refería la información periodística, nunca hubo imagen de la Virgen de Nuestra Señora de la Peña. Curiosamente, y gracias al buen hacer de una Cofradía (la de la Virgen de la Code) que se constituyó a finales del pasado siglo, se instaló la imagen de una Virgen, que no denominaron de la Peña, sino de “La Code”. ¡Curiosidades del destino!
Y estando en este paraíso perdido, mi imaginación me trasladó a la realidad actual, cuando llevamos cubiertos casi un cuarto del nuevo siglo, el XXI y sigo contemplando la excepcional belleza de nuestro paisaje, aunque la dolorosa emigración de los años 50, 60 y 70 –fundamentalmente- del pasado siglo, ha convertido aquéllos productivos olivares en un nutrido bosque abandonado y a los olivos –más centenarios aún- les han salido a sus troncos innumerables zarzas, escobas, hierbajos y otros vegetales que crecen más alto que los propios olivos. Y, recuerdo, que las más de mil doscientas personas que aquí habitaban se han reducido a dos centenares, que los cerca de 400 niños de entre 3 y 15 años que poblaban las cuatro escuelas a finales de los 50, se esfumaron, como también desapareció el servicio público de educación, se cerraron las escuelas, como en la mayoría de los tristes pueblos de la melancólica y maltratada “España vaciada”. Y aquél proyecto tan importante, que tanto ilusionaba al industrial Sr. Godinho, nunca se llegó a materializar, como tampoco la construcción del ferrocarril que uniera Fermoselle con Mieza, Lumbrales, Villavieja y Salamanca. Eso sí, se construyeron los saltos de producción hidroeléctrica de Saucelle, Aldeadávila y Villarino (en Salamanca) que producen miles de Gigavatios al año, que son miles y miles de millones de vatios. Pero, esto, incluso, no frenó la hemorragia de la emigración, porque dejó muy pocos puestos de trabajo sostenibles en los habitantes de la comarca y, por el contrario, las empresas hidroeléctricas no han sido demasiado generosas con nuestros vecinos. No hubiera estado mal que nos hubieran eximido de pagar nuestras facturas de la luz o, al menos, que nos hubieran hecho importantes bonificaciones en sus recibos. Eso sí, desaparecieron para siempre las ricas anguilas y lampreas que en las “pesqueras” explotaban como negocio algunos vecinos, que unieron a su profesión de labradores, la de pescadores.
Y sigo y seguiré amando mi paraíso perdido, el Mirador de la Code y todos los miradores, parajes y paisajes de mi querido pueblo de Mieza. Eso, nunca caducará. ¡FELICES FIESTAS!
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