En este reencuentro postvacacional con ustedes quiero aprovechar una triste efeméride para proponerles la lectura de la obra entera de un autor de cuya muerte se cumplirán dos años el próximo día 11. Se trata de Javier Marías, el escritor más destacado, a mi juicio, de la literatura española en las tres últimas décadas. Sus libros han concitado el casi unánime respaldo de la crítica y el masivo reconocimiento del público, circunstancia esta última ciertamente insólita dados la complejidad y el carácter poco complaciente de la escritura del académico madrileño.
De entre la larga veintena de títulos que he leído de Marías y viéndome obligado a seleccionar uno solo, hoy quiero recomendarles, como homenaje en este aniversario de su muerte, la que quizá representa el culmen narrativo de su vasta producción, su novela más ambiciosa y, probablemente, la más lograda también; en cualquier caso, uno de sus libros de lectura más apasionante, un exuberante y gozoso festín literario, cerca de mil seiscientas páginas de arrebatada y envolvente prosa, un inmenso caudal de inteligencia y riqueza lingüística, de penetración y hondura, de lucidez y humor y profundidad y belleza. Les hablo de Tu rostro mañana, título genérico de una trilogía que incluye los libros Fiebre y lanza, Baile y sueño y Veneno y sombra y adiós, publicados -todos por Alfaguara- en 2002, 2004 y 2007, respectivamente.
En las novelas del académico madrileño poco suele importar el argumento o la trama, aspectos que, también en el caso que nos ocupa, aparecen diluidos o desdibujados o evanescentes o difuminados o incluso -con leve exageración- hasta fantasmales o inexistentes. De tal manera que resulta difícil -por no decir imposible- dar cuenta del tema que articula la trilogía. En síntesis, la novela nos presenta a Jaime Deza -de comparecencia asidua en la obra de Marías, y su inequívoco alter ego-, contratado por uno de los muy inaprensibles servicios secretos británicos para una también poco concreta misión de espionaje, consistente en elaborar dictámenes o informes sobre distintas personas, casi todas anónimas -cuya existencia presentaría un supuesto valor estratégico, aunque de nuevo nebuloso, para los organismos de información-, a partir de las impresiones que la singular agudeza y la penetrante perspicacia de “Jack” -como se le llama en Londres- captan en sus sagaces observaciones de los “investigados”.
Este leve núcleo argumental se ramifica en decenas de otras historias menores, auténticas “subtramas”, que surgen en el transcurso de la narración principal y la interrumpen y la completan y aparecen y se diluyen y vuelven a aflorar después y se entremezclan y se confunden y conectan de nuevo con la línea central, en ese rasgo típico de la prosa de Marías, la digresión, tan definitorio de su estilo.
En cualquier caso, tales relatos, más allá de su intrínseco interés y su genuino valor literario, son una excusa que permite a Marías hablar de sus temas favoritos, presentes en la mayor parte de sus obras: el paso del tiempo, la vejez y el recuerdo; la traición y la crueldad; la delación y la violencia; el dolor y la infelicidad; la honrada y digna aceptación del propio destino; la integridad y la secreta valentía ante la desgracia o el infortunio o la persecución o los reveses de la vida; el miedo y la manipulación, el conocimiento y el olvido; la amistad y la memoria; el amor y las mujeres; la pareja y la soledad; la importancia del callar y, simultáneamente, la perentoria necesidad de hablar, de hablar sin cesar, sin pausa, continua e irrefrenablemente (hablar, contar, decirse, comentar, murmurar, y pasarse información, criticar, darse noticias, cotillear, difamar, calumniar y rumorear, referirse sucesos y relatarse ocurrencias, tenerse al tanto y hacerse saber, y por supuesto también bromear y mentir. Esa es la rueda que mueve el mundo); las consecuencias de ver y oír (y de haber visto u oído); la delgada línea que separa el pensamiento de las figuraciones, lo ficticio de lo acaecido, y aun los deseos de sus cumplimientos; la frivolidad y la superficialidad de nuestra época, su pereza y su inconstancia; lo insoportable de las certezas, del convencimiento y las certidumbres; el odio al conocimiento entre la mayor parte de nuestros conciudadanos, la incapacidad de casi todo el mundo para la profundización, para pensar yendo “más allá de lo necesario”, de lo obvio, de lo consabido, de lo superficial, sin contentarse con una primera visión, una primera imagen de las cosas elemental y por tanto imprecisa e inexacta, conformista y casi siempre errónea; y muchas otras reflexiones de esta índole, que podríamos llamar “filosófica”.
Aunque, lo que en realidad importa no son estas historias -que acabamos olvidando con el paso del tiempo y que podrían no estar en la obra o ser sustituidas por otras- sino el virtuosismo estilístico; la elegante calidad de su escritura; la muy trabajada estructura que acoge con fluidez y naturalidad los constantes saltos en el tiempo y la profusión de incisos y anécdotas y secuencias incidentales; la deslumbrante precisión de su enrevesada prosa; la compleja sintaxis, desarrollada a través de un inteligente y eficaz uso de las oraciones subordinadas y los largos párrafos; la cada vez más inusual -en este mundo de generales desidia y ligereza y banalidad y estulticia- precisión en el lenguaje, mostrada mediante una espléndida riqueza de matices en las observaciones, en las frecuentes disquisiciones; la apertura continua a digresiones, paréntesis, incisos, meandros, excursos; la abundancia de enumeraciones, repeticiones y puntualizaciones; la incesante aparición de motivos recurrentes que se yuxtaponen y entrelazan y se asoman a cada poco, dotando al texto de su muy elogiada y siempre magnífica musicalidad; la formidable capacidad de profundización y de penetración, ofreciendo una realidad mucho más rica que la que el lector es capaz de percibir -humano al fin, frente a la excepcional sabiduría del autor- en su roma visión convencional.
Todo ello, además, como siempre en los libros de Marías, en una narración absorbente y adictiva, que desde aquí les recomiendo en admirado recuerdo de su creador.
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Javier Marías. Tu rostro mañana. Editorial Alfaguara. Madrid, 2002, 2004 y 2007. 480, 416 y 712 páginas. 21.90 euros cada uno de los tres tomos.
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