Acaban de cumplirse treinta años de la llegada del primer cayuco con dos inmigrantes a las costas canarias. Tres décadas después llegan con cientos y cientos y un día sí y al otro también. Lo que empezó siendo un hecho que pasó desapercibido para todos es ya un gravísimo problema social y un drama humanitario sin precedentes. Decían en el pueblo de mis abuelos que en la mesa de San Francisco donde comían cuatro comían cinco, pero mi abuela, que nació cuarenta años antes de la maldita guerra y sobrevivió a la dictadura, nunca estuvo de acuerdo con eso; para ella, la mesa donde se podía matar el hambre, era la de San Andrés, que donde comían cuatro comían tres. El presidente canario la entendería perfectamente: en su comunidad ya no hay hueco ni para ver comer en la de San Francisco. Y lo más triste de todo es que los presidentes de comunidades gobernadas por su mismo partido y los colegas de Vox, que eso de que les han dado carpetazo a raíz de los resultados electorales del 9 de junio tiene más de comedia que de realidad, en lugar de mostrar buena disposición para atender la respuesta del Gobierno a su llamada de auxilio, aprovechan el viaje del presidente a Mauritania, Gambia y Senegal en busca de acuerdos que permitan frenar la salida de cayucos en manos de mafias e intentar mejorar la integración social y laboral de los que decidan venir, para pedirle, mejor dicho, exigirle, que deje la presidencia de la única forma que saben hacerlo: acusándolo de todos los males de España, de los que existen de verdad, y de los que se inventan para incordiar, de los que las soluciones dependen del Gobierno, y de los que dependen de las comunidades que gobiernan y son incapaces de resolver. Y lo que es más indignante: fomentando en la ciudadanía la falsa idea de que son los migrantes los que dejan sin trabajo a los españoles, los que viven de las ayudas sociales que a los españoles se les niegan, los que matan niños y mujeres y se van de rositas, los que trafican con drogas, los que se adueñan de viviendas, los que hacen inseguras ciudades y pueblos, los que contagian todas las enfermedades habidas y por haber… y dejémoslo aquí porque los ejemplos son infinitos.
No soy tan ingenua como para creer que el presidente volverá de los países africanos con la milagrosa solución en la mano. La inmigración es un problema tan viejo como el mundo y solo finalizará cuando todos los gobernantes dejen de hacer guerras, de fomentar la pobreza, de perseguir ideas políticas, de imponer religiones, de prohibir libertades, de castigar la cultura y de despreciar los más elementales derechos humanos que son las principales razones por las que millones de hombres y mujeres tuvieron y tienen que seguir haciéndolo. España, aunque lo hayamos olvidado, es de los países que más ciudadanos repartió por el planeta. Cuando el hombre pisó la luna se contaba a modo de chiste que con el primero que se encontraron los astronautas fue con un gallego que salió a recibirlos. A la luna no porque no eran tan tontos como para ignorar que llegar a ella era imposible, pero para no morir de hambre o de cuatro tiros tuvieron que marchar con lo puesto a Venezuela, a Argentina, a México, a Perú, a Cuba… y la mayoría de los españolitos que hoy reniegan de los migrantes son hijos o nietos de los hombres y mujeres que para salir de la miseria tuvieron que marcharse a Francia, a Alemania, a Suiza… y a otros países europeos.
Tampoco creo que si algún día el PP llega a la presidencia del Gobierno a pesar de todo vaya a resolver este problema. De hecho ni siquiera han dicho cómo van a conseguirlo, y si lo saben y tanto quieren a España, deberían empezar por decírnoslo para tenerlo en cuenta. Por otra parte, el expresidente Aznar, no recuerdo cuántas leyes de extranjería hizo y deshizo, pero tuvo que marcharse y el problema, como todos los expresidentes, lo dejó en pañales.
No sabemos todavía si el viaje del presidente servirá para algo positivo. Nos conformaríamos con que lo que es un vergonzoso drama empiece a ser un simple problema social, porque los problemas, de una manera o de otra, se resuelven. Pero sí sabemos que es el primero que ha tenido el gesto de intentarlo y justo es darle las gracias y desearle suerte.
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