Cuando caía el sol y la tarde daba paso a la noche, los marinos habían aprendido a leer las estrellas para determinar su curso de navegación. En base a su movimiento en el cielo podían determinar el rumbo navegable, de la misma forma que durante el día observaban el recorrido del sol. Aprendieron a medir la altura de las estrellas en el cielo para seguir su progreso. Sin duda fue una etapa de avances y descubrimientos que posibilitaron que se hicieran cartas geográficas y se llegara a medir la Tierra.
¿Es que pretendo darnos a las tribunas de opinión la misma importancia que otrora tuvieron las estrellas para los navegantes? ¡Pues claro que sí! Las opiniones que vertimos día a día, con el enriquecimiento que significa la diversidad de enfoques, incluso posiciones muy personales pero que siempre pretenden dar un nuevo punto de vista, son nutrientes (al menos deben serlo) para la sociedad en general, porque pocas cosas quedan en lo cotidiano, que nos hagan detener un momento y reflexionar porque determinado autor nos ilustra con una visión que no teníamos en cuenta. Nos ayuda a ampliar nuestro criterio, ver las cosas desde otro ángulo de visión, y por supuesto, ampliar nuestros conocimientos. Para lo burdo y chabacano, especialmente de bajo nivel cultural ya tenemos la televisión, salvo honrosas excepciones. ¡Sí…las hay!
Pero ahí no acaba nuestra responsabilidad: o sea, creer que las tribunas de opinión son solo un momento de reflexión y ejercicio intelectual. ¡Es mucho más que eso! Sin duda, juegan un rol mayor en la sociedad, determinan cómo deberían ser las cosas, en ámbitos diferentes como la economía, la política, el deporte, la cultura, etc.
Porque lo que es lamentable es que estamos bombardeados hace ya un tiempo, por una especie de discurso único. Y en la medida que nos alejemos de él (que nos inculcan masivamente), especialmente la clase política, es que estaremos confundidos y desorientados, por no decir muchas veces…PERDIDOS… cuando nos quieren vender gato por liebre. En cierto sentido, nuestra responsabilidad con nuestras aportaciones, es crear una especie de red antimisiles que evite que nos contaminen gratuitamente.
O sea, por un lado, una red defensiva para que no haya obstáculos al pensamiento crítico, porque imponer ideologías no es garantizar la libertad de pensamiento. Por otro, ser proactivos, no solo proteger desde la clase intelectual a los valores y principios que forman parte del acervo cultural de una sociedad, sino promover continuamente ideas y acciones. Un pensamiento creativo e innovador sobre un problema que afecta a, determinado sector de la sociedad, por ejemplo, al de la dependencia, tiene que dar pie a la acción. A que se resuelva el problema. La cuestión es que la manera de resolverse siempre es de tipo endogámica, o sea, desde la burocracia (a través de los órganos correspondientes) y siguiendo instrucciones de la política establecida por los que gobiernan.
La pregunta sería: ¿cuántas veces un gobierno autonómico o el mismo Poder Ejecutivo nacional, han tenido en cuenta en la implementación de políticas, opiniones que provengan de fuera de su estructura burocrática y muy especialmente, de fuera del partido que gobierna? No creo que erremos el tiro diciendo: ninguna, o en casos muy excepcionales, como ser una enfermedad rara, que gracias a determinado movimiento asociativo finalmente se haya considerado la petición y se pasara a la acción.
Esto lo vemos la mayoría de las veces a nivel de la política europea, cuando funcionarios que están alejados de la realidad cotidiana, incluyendo el propio país al que representan, tienen que resolver un problema, por ejemplo, de producción agrícola. Desde ya que requerirían un mayor contacto con la sociedad, porque a pesar de ser miembros de las instituciones europeas que nos merecen todo el respeto, no necesariamente desde los despachos resuelven en función de las reales necesidades e intereses de una región, cuestiones inherentes al campo, a la educación, a las vacunas, o lo que se ponga por delante.
La clase intelectual de cualquier país convive con nosotros en diferentes ámbitos, desde la docencia universitaria, pasando por investigadores en los ámbitos sociológicos o en el de la física de partículas. Los escritores de esa sociedad, también cumplen su cuota parte, como dice el Premio Nobel Vargas Llosa, cuando se refiere a como él los llama: escribidores. Porque describen a través de una narrativa, a veces más de ficción que real, otras exclusivamente autobiográfica, situaciones de la vida real cómo nos gustaría que fuera, lo que no significa, que así tiene que ser. Vargas Llosa así lo dijo en la presentación de un libro en Casa de América de Madrid, hace algunos años, en los que tuve la suerte de asistir: “lo que los escribidores pretenden es que la situación que transcurre pueda de algún modo repetirse en lo cotidiano, como un deseo o una esperanza”.
No le faltaba razón, porque cuando, por ejemplo, Miguel Mayoral nos dice en su última tribuna en Salamanca al día en “Penurias que están por llegar…” en su primer párrafo “Vivimos tiempos muy confusos en los que nos mienten con la verdad, y nos dicen verdades como mentiras. Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada”, sin duda es un faro para navegantes (la sociedad en su conjunto) … una alerta sobre lo que hay que combatir o evitar que suceda. Porque cuando sucede una y otra vez lo damos por normalizado. Y este es el peor error que podemos cometer como sociedad.
Y cuando Enrique Arias Vega dice también en su última tribuna en Salamanca al día en “Europa, indefensa” que inicia diciendo que “Los asesinatos cometidos en la localidad alemana de Solingen demuestran, una vez más, la vulnerabilidad de Europa frente al terrorismo”, tiene que ser también un toque de atención para las autoridades europeas. Lo que debería ser y que no es, y qué caminos hay que trazar para lograr que las cosas sean de otro modo. Esto es parte de la reflexión de las clases intelectuales de un país, a las que lamentablemente poco valor da la clase política.
Las tribunas de opinión no deben ser inalcanzables como las estrellas… sino deben ser guías como ellas lo fueron y lo siguen siendo. Me refiero a que, si bien abarcan desde poesía hasta filosofía, pasando por actualidad política, los ciudadanos (especialmente nuestros lectores) no deben tener la sensación de lejanía como las estrellas del firmamento, sino la proximidad de una guía que, referido a determinada temática, damos a los que nos leen cada día, nuestra experiencia y conocimientos, con toda modestia y también, con todo el orgullo (les aseguro) de poder hacerlo.
De poder contribuir a que las personas eleven a las alturas el pensamiento cotidiano a que forme parte de otra categoría más propia del análisis sosegado, fundado y reflexivo; al mismo tiempo, que no comulguen con las demagogias y mantengan una mente abierta y flexible, condición básica para que nos entendamos mejor entre las personas, muy especialmente, en los cambios generacionales que están experimentando una aceleración inusitada, y que no sabemos que tipo de trabajos van a existir en no más de dos o tres años.
El impacto del cambio es de tal calibre, que requiere forzosamente reflexión, no solo en lo que hacemos, sino en lo que somos. Como siempre digo, no cejar y mantener firme nuestra determinación de humanizar más las organizaciones, por ende, todos los ámbitos de la sociedad. Las tribunas de opinión, juegan un papel fundamental en la dignidad de las personas, porque nos recuerdan justamente eso, que somos personas.
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