No debería ser noticia que desde la autoridad gubernamental, sostenida en el resultado del juego político, se procure influir, se busque condicionar o directamente se intente ordenar al profesional del ramo que sea. No deja de ser lamentable pero no es novedoso. A los profesionales de la política, licenciados en medrar y doctorados en salir en la foto, a menudo les parece que los otros, los verdaderos, nos hemos formado y esforzado para trabajar a su servicio, y así se entiende que todo lo contaminen si creen que les rentará en su único examen, el electoral. En este contexto se entiende que en el Reino Unido acaben de establecer una pregunta que deben hacer mis colegas médicos cuando soliciten una radiografía a determinados pacientes.
Aprovechando que el Támesis pasa por Londres, reivindicaré las preguntas que hacemos los médicos por propia convicción, las cuestiones hipocráticas, con más solera y solidez que la última aportación añadida por el National Health Service.
¿Qué le pasa?
"Ni lo sé" es de las respuestas más sinceras y precisas, y viceversa, con que me han devuelto varias veces la pelota. Así vuelve tocada de la red y corresponde desmenuzar el interrogante para empezar, entre los dos, cual pareja de dobles, a saber algo. Rastrear los síntomas, definirlos, localizarlos, distinguirlos para unirlos a los demás, es tarea apasionante que puede durar los pocos minutos de una asistencia urgente o los muchos años de una relación médico-paciente en el consultorio y/o la casa. Escribe el profesor Laín Entralgo que "un pasaje de las Epidemias (L. V, 318) nos indica que el médico hipocrático investigaba en el enfermo hasta el sabor dulce o amargo del cerumen. No es extraño que los autores cómicos llamasen coprófagos a los asclepiadas. Con el magnífico blasón de ese epíteto comienza el médico griego a hacer una tékhne de su profesión: un saber hacer, sabiendo por qué se hace lo que se hace".
¿Desde cuándo?
Quizá desde siempre. O desde un tiempo tan lejano que ya es difícil concretar. O quizá desde un momento por completo inolvidable, en el que el dolor se impuso, el cuerpo se afligió, la mente se nubló, el alma se encogió, la vida quedó herida. Siguiendo con Laín, "no menos resalta en las historias hipocráticas la rigurosa ordenación cronológica de los síntomas. Todos son referidos con estricta precisión al día del proceso morboso en que aparecieron, e incluso a una parte de ese día: la mañana, el mediodía, la tarde, la prima noche. El término de referencia es siempre el curso mismo de la afección individual, y el signo morboso es interpretado según la oportunidad temporal en que aparece o kairós".
¿A qué lo atribuye?
No en la prueba complementaria, ni en la sofisticada tecnología, ni en la artificial inteligencia. Es en las palabras del paciente donde está el principio de las averiguaciones del médico. Sus impresiones subjetivas guardan la llave de la puerta de los juicios diagnósticos. Del saber del grande y precursor Hipócrates, "el inventor de todo bien" como lo llamó Galeno, heredamos veinticinco siglos después el tesoro de la entrevista clínica, que de modo natural se continúa en una cuarta pregunta:
¿En qué puedo ayudarle?
Mejor lo explica Laín: "Como el samaritano de la parábola, el médico debe resolver en el sentido de la ayuda la tensión ambivalente que dos tendencias espontáneas y contrapuestas, una hacia la ayuda y la otra hacia el abandono, suscitan siempre en el alma de quien contempla el espectáculo de la enfermedad. Ser médico es, por lo pronto, hallarse habitual y profesionalmente dispuesto a una resolución favorable en la tensión ayuda-abandono. No acaba ahí, sin embargo, el compromiso moral del médico. Así iniciado, ese compromiso crece y se consuma con la ejecución del acto de ayuda, que será esforzado unas veces y negligente otras, y que perseguirá, según los casos, el bien del enfermo, el lucro, el prestigio o quién sabe si una velada granjería de dominio y seducción".
Podría decirse que palidece ante las preguntas hipocráticas esa otra pesquisa que el NHS británico quiere poner en boca de sus médicos cuando pidan una radiografía a los varones de entre 12 y 55 años: ¿Cree que puede estar embarazado? Sin embargo, sin pretenderlo sino todo lo contrario, este fruto del sometimiento a una ideología tan incluyente que suele excluir ciencia y razón, termina por revelar la evidencia científica, la razonable realidad: un ser humano todavía no nacido no es parte del cuerpo que lo gesta sino que en sí mismo es, existe, vive, con toda su fragilidad ante la radiación potencialmente teratógena y toda la dignidad propia de la persona.
Bienvenida pues la ocurrencia de los que mandan en el NHS si a uno solo de los negacionistas de la ciencia y de los abolicionistas de la deontología médica les sirve para abrir los ojos ante el crimen del aborto, ensalzado por bastantes y tolerado por casi todos.
Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco administraré abortivo a mujer alguna. Por el contrario, viviré y practicaré mi arte de forma santa y pura.
Del Juramento Hipocrático
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