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Encomio del silencio
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Encomio del silencio

Actualizado 14/08/2024 07:57

En el silencio sigue

la lira pitagórica vibrando,

el iris en la luz, la luz que llena

mi estereoscopio vano.

Han cegado mis ojos las cenizas

del fuego heraclitano.

El mundo es, un momento,

transparente, vacío, ciego, alalo.

ANTONIO MACHADO, Galerías, VII

Porque la palabra no existe sin el silencio. La palabra tiene... un soporte, por así decir... y es el silencio.

J. FERNÁNDEZ MORATIEL

Después de la celebración y la fiesta, se impone el silencio. Frente al exceso de ruido, la práctica del silencio es también discernimiento. Ciertamente, vivimos en una sociedad con demasiadas palabras y voces. Palabras de todo tipo, pero en nuestros medios, e incluso ya casi en nuestra cotidianidad, se da una atracción casi enfermiza por el interés de personas, cosas y acontecimientos desagradables. Hoy todo vale, con un relativismo tan brutal, que parece que si uno lo cuestiona está atentando contra la sociedad o contra la libertad conquistada. Lo que abunda es el ruido. Cuando menos, el ruido tapona cualquier otra realidad. El ruido es lo que nos impide escuchar

En el mundo griego había cosas que no tenían buena acogida, ni eran aceptables socialmente. Hasta el teatro se sometió a una serie de convenciones, donde en las representaciones de las tragedias o de las comedias no estaban bien vistas las escenas de sexo y muerte que tuvieran lugar en el escenario. Para preservar cierta moralidad o incluso cierta libertad personal, dichas representaciones tenían lugar fuera de la escena, como diría Pericles, ob Skena.

Así en el escenario público, medios de comunicación, o bien el espacio público más privado, grupo de trabajo, amigos, grupos de fe o fraternos, también parece que hay una atracción por las disputas y conflictos personales, elevándolos a la categoría de públicos. No hay un sentido de lo obsceno (ob Skenaç). Como nos diría Aristóteles hay una desfragmentación del deseo, nos es atractivo reproducir cosas de otros, que no entrarían en nuestra realidad, como también ha pasado en el arte o en el cine. Dichos acontecimientos y conflictos son y deberían aclararse fuera de la escena y llevar al grupo lo más positivo y aglutinador.

Desde aquí, queremos hacer un elogio del silencio frente a la huida personal refugiada en el hablar superficial e intranscendente, incluso de la atracción del conflicto personal. Hoy más que nunca hay una necesidad del silencio, corporal, mental, afectivo, místico. Heidegger nos recordaba que el silencio es una forma de habla, no es una mera ausencia de palabras, sino que forma parte de la estructura del comprender. Decir es posible porque el articular del habla es, fundamentalmente, un escuchar. Esta estructura global del habla no es un existenciario cualquiera, es lo más radical y distintivo del hombre.

El bueno de don Antonio Machado, identifica ese silencio con lo que está más allá y por encima del ser. El silencio está lleno de Dios. Como resuenan aquellas palabras de Juan de la Cruz, “una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en el silencio ha de ser oída del alma” . En un mundo con tantas palabras superficiales, paradójicamente, mientras más hablamos y tratamos de decir más cosas, menos comunicamos. Es necesario oír el silencio; sí, oír el silencio. Oír esa voz interior a través de una lectura, una experiencia, un símbolo, una conversación, una oración.

También, como no, es el eco de nuestra vida interior en convivencia y comunicación con los demás, incluso con los que no piensan como nosotros. Oír el silencio es una invitación a la meditación, al crecimiento espiritual, a la apertura exterior y a la trascendencia. Como resuenan en nuestro silencio aquellos versos de Teresa de Jesús: “Alma, buscarte has en Mí, y a Mí buscarme has en ti”.

Atenas y Jerusalén, son posibilidades del existenciario humano, no debemos renunciar al patrimonio de nuestro sentido, sin exclusiones, sino complementando en tensión ambas posibilidades. Vivimos, defendió J. Derrida, en la diferencia entre lo griego y lo judío. Sin convicciones absolutas, sin totalidades, se impone el elogio de la condición humilde, del fragmento, aspirando a una universalidad. No consiste en compartirlo todo, sino en compartir con todos, o tal vez con muchos. Desde esta humildad apelamos a una racionalidad simbólica e incluso utópica, comunicativa, narrativa, entre la razón y el corazón.

Pero hay momentos en la pregunta por el sentido que el filósofo se queda en silencio, no puede ir más allá, en este momento sólo las voces de los místicos o los poetas pueden guiarnos. H. Bergson cierra su trayectoria filosófica con una obra en la que la metafísica se trasciende en mística. La corriente vital, la última razón de sentido y creadora debe definirse por el amor, que es Dios mismo, siendo los hombres personas destinadas a amar y ser amados. Tal vez, el silencio es el lenguaje más propio de Dios.

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