En el sitio de mi recreo se quejan de los turistas como en cualquiera de los muchos sitios donde, en esta España de mis amores, el turismo da de comer y fastidia un rato largo. Al mismo tiempo, los veraneantes (yo hago una diferencia, pero quizás me equivoque) nos quejamos del pueblo y de lo poco que lo cuidan los que, lógicamente, deberían estar interesados en ello para seguir atrayendo turistas, que son poco fieles, e impedir que los veraneantes (amores más duraderos que suelen repetir cada año) se escapen a otros lugares más pacíficos y menos masificados. Parece un asunto sencillo pero me parece que, a no ser que nos caiga otra pandemia encima, es como buscar la cuadratura del círculo; la única esperanza que me queda son esas muchas manifestaciones ciudadanas, y no sólo en Barcelona o Málaga, que reclaman poder vivir y pagarse un alquiler (de comprar mejor no hablamos) en unas ciudades que dejaron de ser suyas desde el momento en el que Air bnb se las apropió.
Decía Santa Teresa que hay que agotar todos los esfuerzos antes de quejarse; desde su inmensa sabiduría, la Santa abulense no se imaginaba lo que era convivir con gentes ruidosas que llegan a las tantas de la madrugada, depositan la basura en tu puerta, se cuelgan por ventanas y balcones y montan fiestas a ritmo de reguetón sin importarles ya no el mañana sino el sueño reparador del vecino. Me hubiera gustado verla en estos nuevos tiempos recios propagando sus máximas de que “tristeza y melancolía no las quiero en casa mía” …Si viera la que hay montada para evitar la tristeza en este momento, no ya por las costas y playas sino por pueblos e interiores vaciados, creo que levitaría todavía más de lo que lo hacía y sin ayuda de sus hierbas contra el reumatismo. La última: un pueblo de Aragón ha decidido recrear la batalla del Ebro (episodio sangriento de la sangrienta guerra civil de infausto recuerdo) y pasa estos días de trescientos a tres mil habitantes; dentro de nada sus vecinos ya estarán lamentándose de haber perdido la arcadia feliz en la que consumían el verano a pesar de que este año estén encantados por la afluencia de público. Tiempo al tiempo.
Y ya que va de quejas, me voy a quejar yo también después de haber visto una ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos que solo ha tenido en común con las anteriores lo larga que ha sido y los discursos de las autoridades. Ceremonia que ha sido una pura maravilla visual, llena de referencias a la cultura francesa que, en muchos momentos de la historia, es la propia cultura europea en la que lo queramos o no estamos insertados. Me quejo de los comentaristas de la televisión pública española (que pagamos todos, yo también, aunque viva fuera) que sabrán mucho de deportes pero que ante tal despliegue de referencias culturales estaban más perdidos que una burra en un garaje y, no contentos con su propia ignorancia que no se molestaron en disimular, entablaron el uno con el otro una conversación que no habría desentonado en la barra de un bar, pero que ahí, y ante una audiencia más que considerable, era de sonrojo. Comenzaron notificándonos que la delegación griega ya navegaba por “el Siena” y de ahí en adelante, no dieron una al derecho sin que aquello haya suscitado una disculpa del ente público ni hayan rodado cabezas como rodó la de María Antonieta que salía en la ceremonia cantando con la suya en la mano y que nuestros osados comentaristas no lograron identificar.
Que sea por el turismo que no deja una playa sin su correspondiente reguero de latas de cerveza, por la invasión de los espacios naturales, por la pérdida del alma de las ciudades, o por los errores de bulto de un par de periodistas deportivos en una tarde de verano, la queja sigue siendo libre y necesaria, incluso sin haber agotado todos los esfuerzos como nos recomendaba la santa. Y es necesaria la queja ante la ignorancia, que es peligrosa y mala consejera y que, en la era de la inteligencia artificial (artificial pero inteligente) no puede ser que la alimentemos y nos gobierne. Y ahora, a seguir contemplando los Juegos Olímpicos, que son el sedante perfecto para las siestas de verano.
Concha Torres
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