Hay una sabiduría discreta, apartada, que huye de las alharacas y que se recoge en las estancias íntimas, así como en la transmisión al alumnado en el recinto recogido del aula, para ser más fértil y eficaz.
A este tipo de sabiduría pertenecía –estamos seguros– Teófanes Egido (Gajates, Salamanca, 1936 – Valladolid, 17 de julio de 2024), el carmelita descalzo y catedrático de historia moderna de la universidad de Valladolid, que se nos acaba de marchar.
Estamos casi seguros de que no se hubiera sentido muy a gusto con ese boato fúnebre y catedralicio con el que se le ha despedido, con presencia de altas autoridades eclesiásticas y civiles. Pero ese es otro asunto. Qué mal casan con el recogimiento y austeridad carmelitanas todos esos tipos de ceremonias.
Se nos van los maestros. ¿Quiénes los sustituyen? Cuando utilizamos la biblioteca de letras de la universidad de León, como recurso para investigación y consultas bibliográficas, advertimos, con gran pena, como el alumnado ya utiliza muy poco los libros… Y mucho nos tememos que estamos derivando, ay, hacia nuevas formas de simplificación y de ignorancia.
Teófanes Egido era un gran conocedor del siglo XVI, en todos sus grandes temas, asuntos y personajes; y, entre otras derivas de tal siglo, también de la religiosidad popular.
Y, en este campo, un trabajo suyo, muy fascinante y sugestivo, titulado “Comportamientos de los castellanos en los tiempos modernos” y publicado en el libro colectivo Historia de una cultura. II. La singularidad de Castilla (1995), qué revelador nos ha resultado y cómo nos ha ayudado, como pauta para conocer y analizar esa “espiritualización del espacio físico” (son sus palabras) de cada uno de los enclaves municipales de toda la Meseta, y aun de todo nuestro país.
Teófanes Egido entraría, en su momento, en contacto con José Jiménez Lozano, entablarían una honda amistad y un hondo diálogo, sobre nuestro pasado, de modo que nuestro carmelita salmantino se declararía discípulo del gran escritor abulense. Vaya par de lumbreras de nuestra tierra; verdaderos faros para conocer mejor nuestro pasado y para conocernos mejor todos.
Dos de nuestros amigos, los profesores universitarios de la propia universidad de Valladolid, Mercedes Cano y Javier Burrieza, mantuvieron relación académica y amistosa con Teófanes Egido. Ambos, por medio de ‘guasap’, me han enviado artículos y valoraciones suyas personales sobre el maestro.
Javier Burrieza escribiría un artículo de despedida en ‘El Norte de Castilla’, con el título de “Valladolid llora a Teófanes Egido, el maestro que acariciaba la palabra”. Mercedes Cano nos indicaba en un mensaje privado: “Ha sido uno de mis maestros y un amigo de verdad”; y, en otro mensaje: “Ha sido una persona de una gran calidad humana. Un sabio humilde y lleno de empatía”.
Se nos van los maestros. Se nos marchan los sabios. ¿Y no habremos de realizar entre todos una tarea hermosa? La de poner en contacto a nuestros jóvenes con las figuras, el legado y la obra de tales maestros, para que la vida siga por los caminos de la humanización y de la civilización, y se cierren las vías ciegas que conducen a la barbarie.
Una tarea moral y cívica que no podemos eludir.
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