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Cuando el destino nos alcance
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Cuando el destino nos alcance

Actualizado 26/07/2024 08:13
Ángel González Quesada

(Título tomado del de la edición en castellano de la película de 1973 ‘Soylent green’, de Richard Fleischer).

Quizá un día, el resto de la especie humana que supere, en su caso, la amenaza de extinción que anuncia el cambio climático, al volver la vista atrás se horrorice de cómo, durante siglos, fuimos capaces de despreciar, maltratar y abusar con interminable inclemencia, sevicia y crueldad, a los animales.

Los seres humanos crean límites temporales y arbitrarios para excluir a los seres que no son como ellos y a lo largo de la historia han justificado guerras, la esclavitud, la violencia sexual y las conquistas militares a través de la creencia equivocada de que aquellos que son "diferentes" no sufren y no son merecedores de consideración moral cuales son los animales.

Como ahora (algunos) nos horrorizamos al leer que no más anteayer (y todavía) el racismo formaba parte del ordenamiento legal de muchos países, y que los seres humanos eran sometidos por la fuerza a discriminación, diferenciación, marginación y maltrato por el color de su piel, su lugar de su nacimiento o su ‘posición social’, nuestro comportamiento con los animales alcanza hoy tal nivel de infamia y maldad, de crueldad y vileza, a pesar de la gran cantidad de investigaciones, estudios, organizaciones de defensa y certezas comprobadas que debieran ayudarnos a entenderlos como seres vivos iguales a nosotros, seguimos creyéndolos por encima de seres sintientes, pensantes, sufrientes y conscientes en su realidad e identidad, tanto o más que el soberbio guerrero antropocéntrico que todavía se atreve, nos atrevemos, a creerse por encima de las demás especies.

Lenguaje, sentimientos, decisiones, memoria, lealtades, dolor y sufrimiento, miedo, espera o vergüenza, son, entre otras muchas, realidades sensibles y perceptivas que tienen los individuos de cualquier especia animal, y que sabemos, o deberíamos saber, los hacen pobladores en nivel de igualdad, junto con la especie humana, de un mundo en el que la única diferencia entre ésta y las demás es la capacidad humana de destruir conscientemente un hábitat que no es suyo.

Al margen de la vergüenza e indignación que a cualquier sensibilidad provocan los repugnantes y nauseabundos festejos taurinos (afortunadamente en proceso de desaparición y solo aquí como ejemplo), así como las cárceles en parques zoológicos o los espectáculos con ballenas, delfines y otros animales en los que, para diversión y disfrute de algunos, se tortura, maltrata, martiriza y asesina a indefensos animales, y de otras celebraciones del salvajismo humano cuales son los usos de especial bestialidad de animales en tareas de carga, cacería o competiciones de envite, las depuradas técnicas que se aplican a la ‘producción y consumo’ de seres vivos (especies aviares, bovinas, porcinas, equinas, peces, crustáceos y otras muchas), muestran una indiferencia tal con la sensibilidad de los seres vivos y sus capacidades sensitivas que cualquier sensibilidad que se respete luchará para evitarlas empezando por su depredación, cría interesada y consumo.

Los animales no son nuestros para experimentar, comer, vestir, usar para el entretenimiento ni para maltratarlos de ninguna forma. Todos los seres desean la libertad para vivir una vida natural, según sus deseos e instintos inherentes. Si bien la vida de todos los seres necesariamente implica una cierta cantidad de sufrimiento, los seres humanos deben dejar de infligir sufrimiento deliberadamente a todos los seres para nuestros propios deseos egoístas. No perdemos nada con reemplazar una hamburguesa con queso por una hamburguesa vegana, o un bolso de cuero por uno de tela. Los seres que explotamos pierden sus vidas tan solo por nuestros gustos fugaces.

Las asociaciones mal llamadas ‘animalistas’, que no son sino colectividades conscientes de su obligación de compartir el hábitat, y por lo tanto sus recursos, con las restantes especies vivas (y también vegetales, tan vivas como diferentes en sus capacidades sensitivas), son todavía, julio de 2024, objeto de desprecio, chanza y ninguneo por parte de una gran parte de la sociedad (y, peor, de la clase política y económica, verdaderos líderes de la indiferencia), cuando constituyen la punta de lanza (débil aún y probablemente ya incapaz de alcanzar sus objetivos antes de que dejen de tener sentido) de una lucha por el respeto a todos los seres vivos que, lamentablemente, la especie humana no habrá alcanzado ni comprendido cuando el destino nos alcance.

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