, 22 de diciembre de 2024
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Añoradas vacaciones
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Añoradas vacaciones

Actualizado 16/07/2024 07:57
Raúl Izquierdo

Llevaba meses soñando despierto con este acontecimiento, anticipando el futuro de forma ansiosa y casi desesperada. Por fin, me llegaba el momento de las vacaciones. Quizá ingenuo de mí, hacía la ecuación mental de vacaciones igual a descanso. Tiempo de paz y remanso del alma, tiempo de desconexión con lo laboral y la vida ordinaria y habitual para tener otro tiempo de encuentro con la naturaleza, incluso conmigo mismo. Desde luego, tiempo de mayor calidad en las relaciones familiares, de saborear una cervecita fresca en una terraza con la calma y la quietud que requiere y de contemplar los atardeceres de la mano de mi querida.

Pero el día anterior a salir, la realidad se fue imponiendo a mis ensoñaciones, en forma de jeroglífico mental para colocar las maletas en el maletero de mi coche.

  • Madre mía, ¿pero tantas cosas tenemos que llevar?
  • Sí cariño, date cuenta de que una maleta por cada uno es lo mínimo más las cosas comunes familiares

Y cuando ya parecía que el tetris había terminado, con sudor físico y mental por mi parte, llega mi hija pequeña y me dice:

  • Papá, ¿es que no hay sitio para el osito?

El viaje hacia el destino elegido fue tenso, agotador y caluroso. Había momentos en los que el tráfico era complicado y monótono, no podía ser que tantas personas tuvieran la misma ocurrencia que nosotros. Pero pensar en la meta anhelada era todo un aliciente frente a la pesadez del trayecto. Se me ocurrió mientras conducía que sería un gran invento la máquina del teletransporte, en la que pudieras ir a cualquier lugar sin el peñazo de viajar: “Viaje sin viajar” podría ser el lema…. Esa idea se me cortó por el aviso de mi acompañante copiloto que me advirtió de un nuevo telepeaje, o lo que es lo mismo, otra ocasión para soltar a la gallina y aportar económicamente para el mantenimiento de las autovías del Estado, además de lo que ya suelta uno con los impuestos y con las multitas retratadas con foto traicionera - ¿Otra vez? Pero ya si ya he pagado hace media hora.

Al llegar al destino, bajada de maletas y subida a las habitaciones asignadas. Desde la ventana, podía ver la naturaleza salvaje que rozaba lo excelso del Caribe o del Niágara: edificios altos no, altísimos…construcciones…. cemento…. bloques y apartamentos todos iguales, pegados….como colmenas de avispas humanas

Nos fuimos a la playa. Menudo calor insoportable, menudo sol asesino. Me dí crema como si fuera el pan del bocadillo de Nutela, pero antes se la dí a mis hijos, lo cual me llevó un rato de desesperación porque no se estaban quietos. Además, asegurarme de que llevaban visera, que tenían su botellita de agua, sus gafas de bucear, sus chanclas… Apenas había sitio en la playa y me sentí estresado ya el primer día, desde el primer momento. No encontré sitio para la sombrilla, así que coloqué las toallas sin la ansiada sombra. Me tumbé y a mis oídos llegaban las conversaciones a gritos de los vecinos que me rodeaban por los cuatro puntos cardinales, a los que tenía a menos de medio metro de mí. Pensé que una flatulencia mal controlada crearía el caos en esta playa. Uno de mis vecinos fumaba y tuvo la delicadeza de echar el humito hacia donde estaba yo. Al cabo de quince segundos que me parecieron casi treinta, mis hijos me reclamaron para ir a darnos un baño, así que allá que fui. Pero antes de meternos en el agua, el ritual de hacer un castillo en la arena, sin sitio físico para ello. Ríete de las grandes constructoras.

El agua estaba tranquila pero llena de señores y señoras. Tuvimos que esquivar seres humanos de todos los pelajes e intenciones hasta meternos por las rodillas. Había un corrillo de gentes en torno a una medusa a la que habían capturado: - Tened cuidado, que hay más dentro. Lo que me faltaba, bichos peligrosos en el mar, aunque reconozco que se me pasó por la cabeza que la presencia de un tiburón, como en la peli, quitaría paisanos de dentro del mar para mi regocijo veraniego.

Volvimos al hotel y nos dimos un baño en la piscina. Pudimos pillar una tumbona libre para toda la familia. Alrededor de la misma, vasos de plástico vacíos, platos, servilletas… menaje de un solo uso ya usado. Pensé que era cosa de una piara de cerdos que se habían escapado, pero no, me día cuenta que eran otros humanos del entorno que preferían decorar el suelo con sus basuras a tirarlo en las papeleras. Así que el camino a la piscina fue un ejercicio de esquivar objetos no identificados. Dentro del agua, me sentí por unos segundos conectado al líquido elemento, hasta que escuché a una señora de al lado decir: - Anda, haz pis aquí que no te ve nadie. Al sacar bruscamente la cabeza del agua busqué al niño o niña, pero no, la señora se lo estaba diciendo a otro señor, que por la edad, pensé que sería su padre, aunque vaya usted a saber.

Me mujer me animó ante la llegada de la cena, que era buffet libre. Era nuestro estreno en el gran comedor del hotel. Cuando entré en aquella inmensa sala casi me da un soponcio: todo tan abarrotado como la playa, aunque suponía que la peña no dejaba las toallas en las sillas para reservar. Lo cierto es que nos costó encontrar una mesa libre para toda la familia. Y después, a la selva a por la comida. Colas para los arroces, colas para las ensaladas, colas para las cosas a la plancha. Miraba los platos de muchos comensales: llenitos, abarrotados, formando pirámides imposibles de quesos, fiambres, muslos de pollo y calamares rebozados.

Pero todavía tuve una luz de esperanza al pensar en la terraza y la copita de después. Una vez más, todas la mesas petadas. Y las copas las servían en vasos de plástico.

  • Eso sí que no, por ahí no paso. Estoy de vacaciones y la copita me la tomo en vaso de cristal, faltaría más.

Así que nos fuimos fuera del hotel, paseando por el paseo marítimo, lleno de gente mirando el móvil, pleno de todo, esquivando de nuevo para intentar avanzar unos metros. Lo más parecido a la naturaleza allí eran algunas macetas con sus cactus y palmeras y los bañadores floreados de algunos viandantes. Al fin una terraza con alguna mesa libre y allá que fuimos como buitres ante la presa indefensa. Pude ojear la carta y todo por las nubes. Vaya cazada. Vaya precios. Pero llegados aquí, con anestesia y sedante. Se paga lo que sea menester, que estamos de vacaciones. Mientras comenzaba a saborear la copa, los peques pidiendo un helado. Pues venga, que soy un padre espléndido.

  • Ten paciencia, cariño, que hay cola para los helados.

Bueno, pensé, no tengo inconveniente en esperar cinco minutos, lo que haga falta por el helado de mis hijos. Pero cuando ví la cola, casi me entra un síncope. ¡Esta cola para un puñetero helado! Llegué a pensar que la causa de tal fila pudiera ser que los regalaban, pero no, no era eso. A los veinte minutos ya nos tocó… y cuando volví a la terraza, mi copa ya no tenía hielos. Me la tomé con resignación de macho herido. Pero antes, ¡esosí! me saqué un selfie con la copa en la mano y el mar de fondo, para dar en los morros a más de uno y de una, aunque en la foto se coló tres señores entrados en años y carnes y escasos de vello craneal. Que a mí nada de eso me importa, pero es que encima salieron en la foto poniendo morritos y mi cuñado, que aumenta las fotos con análisis exhaustivo, va a sacar punta a aquellos invitados forzados.

Aquella noche, entre el calor, los zumbidos de mosquitos y el ruido de peña cantando y gritando hasta altas horas de la mañana, me costó pegar ojo. Hacía cálculos mentales de lo que nos íbamos a gastar esa semana entre el hotelito “todo incluído” y demás zarandajas y entonces entraba en un bucle onírico en el que caía al vacío. Pero me fui durmiendo cuando encontré una idea tranquila, con la que descansar de verdad, que me producía sosiego y paz: volver a la rutina de mi trabajo y la vida. Y así me dormí, soñando en volver pronto de mi descanso para así poder descansar.

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