Noticias del apocalipsis
Esta semana quiero recomendarles un libro -varios, en realidad-, cuya presencia en esta sección resulta especialmente oportuna, aunque algo tardía. Hace ahora un mes, el pasado 13 de junio, se cumplió un año de la muerte en Santa Fe, Nuevo México, del escritor estadounidense Cormac McCarthy, uno de los nombres mayores de la literatura contemporánea de su país. Con esa ya algo desfasada excusa y para conmemorar su figura, me atrevo a proponerles aquí casi cualquiera de sus novelas: la tres que integran la excepcional “Trilogía de la frontera”; la monumental Suttree; la formidable aunque extremadamente violenta Meridiano de sangre; o los que son sus dos títulos más populares, No es país para viejos y La carretera, entre otras. Todas son novelas magistrales, que cuentan, en muchos de los casos, con unas más que dignas adaptaciones cinematográficas. Con el horizonte vacacional ya a la vista, estoy seguro de que les va a resultar una aventura apasionante adentrarse, con tiempo por delante, en las abundantes páginas del “universo McCarthy”, un mundo caracterizado por tres rasgos que lo hacen muy atractivo.
En primer lugar, la convincente ambientación que, sean cuales sean la época y el lugar en los que se desarrollan las novelas, remite al territorio de la mitología clásica de Estados Unidos, el del western: grandes extensiones deshabitadas, naturaleza extrema y hostil, feroz y despiadada, desiertos, fronteras, un universo árido, baldío, inclemente, mortecino, atroz, poblado por hombres solitarios, asociales, de una violencia desmedida, pioneros y cowboys, vagabundos errantes, prostitutas y asesinos a sueldo, seres condenados al despojamiento y la errancia.
Por otro lado, nos interesan sus temas recurrentes: la violencia, la crueldad, la ausencia de compasión, la soledad y la incomunicación, el conflicto entre el bien y el mal, la difusa línea divisoria entre civilización y barbarie, la lucha por la supervivencia, la búsqueda de sentido, la exploración de los rincones más oscuros de la naturaleza humana, la irrelevancia de la tenue huella de nuestro paso por el mundo -y, en abierto contraste, la necesidad de dejar testimonio de él- en un tiempo y un espacio de dimensiones cósmicas.
Y por último, el tercer elemento distintivo de la novelística de McCarthy es su propia escritura, su singular y muy identificable estilo, la prosa envolvente, austera, concisa, brillantísima, carente de ornamentos retóricos, la puntuación mínima, los diálogos cortantes, lacónicos, las frases breves y directas, las construcciones sintácticas sencillas, sin digresiones ni desvíos, haciendo un uso escaso de las subordinadas, las descripciones poderosas y precisas, la manera de describir los paisajes, con una inusual atención al detalle, el ritmo ágil, rápido, el lenguaje arcaizante, el deslumbrante y vasto léxico, una paradoja, dada su proverbial economía en el uso de las palabras.
Todos estos componentes se hallan en La carretera, una novela genial, Premio Pulitzer en 2006, en la que voy a centrar mi plural sugerencia de esta semana, al volver a estar de actualidad estos días porque acaba de publicarse entre nosotros un muy interesante cómic del dibujante francés Manu Larcenet, en el que adapta la novela con un grafismo espectacular y unas imágenes de un detallismo soberbio que trasladan de manera formidable el carácter distópico del libro.
La carretera, que apareció en nuestro país en 2007, nos sitúa en un mundo apocalíptico, en las ruinas de una civilización devastada tras lo que pudo ser un holocausto nuclear o una guerra total o alguna otra desmesurada catástrofe planetaria (aunque en el libro no se menciona expresamente la causa de tal terrible destrucción), mostrándonos a un padre y su hijo que deambulan por un territorio inhóspito y desolado, sin apenas rastro de vida, en busca de una salvación que parece imposible de imaginar.
Con un carrito de supermercado en el que hacen acopio de los escasos restos de alimentos que encuentran entre los edificios derruidos, de algunas mantas viejas, de prendas de ropa recogidas aquí y allá, de rudimentarias herramientas confeccionadas de manera artesanal, ambos supervivientes se encaminan hacia el sur, hacia el mar, atravesando el espacio quemado y vacío de lo que quizá algún día fue Estados Unidos, con la esperanza de hallar -entre tanta desolación- vestigios de alguna comunidad de hombres buenos que mantenga viva la memoria de una sociedad libre y feliz; una sociedad -previa al holocausto- que en sus recuerdos aparece como algo difuso y perdido, un sueño evanescente en el que, entre retazos de una niebla densa, afloran episodios de la infancia, días felices en una playa, la sombra fugaz y huidiza de una esposa muerta, la intuición de un amor olvidado…
En su caminar, padre e hijo recorren un paisaje mortecino y gris, entre árboles carbonizados y notoria ausencia de vida, sometidos a un humo ceniciento, envueltos en un aire irrespirable que obliga al uso de elementales mascarillas fabricadas con telas burdas. El hollín, la ceniza cubren con una capa densa los pocos restos de las construcciones que permanecen en pie. La lluvia permanente, los temblores de tierra, el horizonte siempre oscuro, dibujan un escenario dantesco, aterrador, hostil. Grupos de saqueadores aparecen de entre las sombras, amenazantes, harapientos, demacrados, mutilados, dispuestos a todo por conseguir un alimento que escasea.
En ese entorno espeluznante, inhumano y salvaje, padre e hijo encarnan la fe, el amor, la compasión. Pese a tanta desolación, pese al panorama de muerte que acompaña la peripecia de los protagonistas, pese a que cada página rezuma dolor y sinsentido, brutalidad y barbarie, la novela nos transmite un impulso vitalista. El fatigoso caminar de los protagonistas, su sufrimiento, su padecer, su enfermedad, su búsqueda doliente, su amor mutuo, nos muestran, sin embargo, la esperanza, el afán del hombre por encontrar sentido a una existencia tantas veces desprovista de él.
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Cormac McCarthy. La carretera. Editorial Penguin Random House. Barcelona, 2022. Traducción de Luis Murillo Fort. 216 páginas. 19.90 euros.
Manu Larcenet. La carretera. Norma Editorial. Barcelona, 2024. Traducción de Eva Reyes de Uña. 160 páginas. 29.50 euros
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