De ese modo, mientras el atardecer termina de consumir con su fuego breve el perfil caprichoso de las montañas a lo lejos, pensamos en la distancia que media hasta nuestro sueño y, tras un descuido, nos conformamos con nuestra suerte modesta, que carece de todo lo que no tenemos, pero que a cambio posee todo lo que ofrecemos gratuitamente.
No siempre la arquitectura de nuestras actividades se erige en el deseo, cuanto lo hace en la realidad. Esto lo dijo Luis Cernuda, con un arte poética más consumado. Nosotros en la ocasión presente, no obstante, no lo decimos en relación con él, sino con base en lo que tenemos ante los ojos del alma cuando redactamos la columna.
Las potencias del ánima, según hemos leído en las notas a pie de página de las obras de Fray Luis de Granada, las potencias del ánima, que son la memoria, la voluntad y el entendimiento, nos llevan a dirigir la mirada a un horizonte tendido a la distancia, donde nace el sol, como acostumbra. El camino a ese destino (metafórico, o simbólico), sin embargo, pasa por el sendero que tenemos a los pies.
No podemos ir allá sin pasar por aquí. Aunque el aquí, ciertamente (hablamos en tono metafórico, o simbólico, como lo anunciamos antes), aunque el aquí, para ir allá, ciertamente carece de una consistencia definida. El mundo, a las primeras de cambio, se torna imaginación: nuestra mirada no reconoce objetos puramente materiales, nuestra mirada, en esos objetos, atisba la forma del deseo, que mana por el tiempo de la imaginación a la vez que permanece estático en las cosas.
Algunos autores han referido el hecho con la explicación de la imagen del sueño. No podemos saber con certeza si el diseño conceptual del entorno responde a nuestro juicio particular: por esto, muchas veces, el intercambio de ideas favorece una aproximación más certera al objeto inquirido. Sin querer decir que el libro que citaremos habla sobre este asunto (no lo hace), mencionaremos el título, en cuanto que aislado, a la manera de un par de versos, refleja lo que hemos intentado comunicar: El sueño caballeresco. De la caballería de papel al sueño real de Don Quijote.
Don Quijote, como todos sabemos, reflexiona en la primera parte sobre una realidad española cifrada en el código de la caballería, desplazando la caballería de ficción (de papel) y la aristocrática (de ocio y deporte), al mundo llano y raso de los pueblos castellanos; mientras que en la segunda parte lo hace a través de un metalenguaje: Don Quijote y Sancho reflexionan sobre ellos mismos, como lectores de sus propias aventuras en un libro impreso. El diálogo entre Don Quijote y Sancho interpreta y desmonta interpretaciones sobre las cosas de su realidad.
En el idioma chino, el nombre de Pablo Neruda implica la semántica de contar con tres oídos: el autor de Crepusculario dijo que su tercer oído era para escuchar el mar. Para ver el azul del mar, habría respondido seguramente Rubén Darío, en caso de haber visitado China y haber sido él quien tuviera un nombre de tal tipo, conceptualizado en su caso en el sentido de la vista. En ese oleaje conforme con las leyes de la naturaleza resuena, destella, un símbolo de algo tan puro y honesto como la verdad. No podemos no escuchar, meciéndonos en el bote del lenguaje, el batir de las alas de las gaviotas que ignoran la vida intelectual.
El valor de un objeto se encuentra, en ocasiones, en el tiempo depositado en su hechura. La crítica del arte lo ha puesto de manifiesto. La reproducción mecánica de las obras de arte aleja de su sentido humano a la pieza original manipulada en persona por el artista. La obra creada, por lo tanto, contiene la esencia del creador. Las manos, para este efecto, comunican, o infunden, una vida nueva: la vida nueva del Dante, cuando posó su atención en las muñecas de Beatriz. Como también recordamos haberlo leído en Luis Cernuda, la mujer, el hombre, a los ojos de la persona amada, vale por una luz que guía el camino de la selva oscura de los primeros pasos a la región más transparente del aire en el vuelo.
Saramago, en su novela Todos los nombres, dejó a la vista algo de nuestras personas. No resulta fácil eliminar el doble discurso de lo oficial y lo real. Aunque nosotros no hablamos de política, no por ello al llegar a casa, al cabo de la jornada laboral, dejamos de preparar la cena, poner música y tumbarnos en el sofá para leer la prensa. De México leemos La Jornada. Revisamos la sección “Mundo”. Leemos las columnas. Reímos amargamente con los cartones. Esa información la comparamos con las agencias de noticias de España, Estados Unidos, Rusia, China, el mundo Árabe, etc.
Después de nuestra lectura de la prensa, anotamos en un cuaderno los hechos que pensamos encontrar en la continuidad de las noticias. Hacemos previsiones. Nos detenemos de nuevo en las cosas de las guerras (en las mentiras de sus discursos oficiales). Apagamos la lámpara de la lectura. Nuestras vidas comprometidas con la academia no pueden ignorar lo que pasa en el mundo, no pueden, además, dejar de inclinarse por la búsqueda de la verdad, al margen de la conveniencia cómoda e irresponsable. Este derecho del género humano a conocer lo que pasa en la tierra y el espacio no lo pueden perjudicar actores privados, con sus intereses puestos en otras cosas aparte de la transparencia.
Nuestras lecturas de Chesterton, Woolf, I. Berlin, Baudelaire, Foucault, Rilke, W. Benjamin, Warburg, Segio Pitol, Carlos Monsiváis, Dussel, etc., las nutrimos con los correos electrónicos que recibimos de dos bibliófilos mexicanos. De esos materiales de lectura, recogemos minucias del lenguaje para abordarlas en un sentido gramatical y sintáctico en el salón de clases. Los estudiantes preparan concienzudamente los apuntes y preparan preguntas muy eruditas, que a veces abordamos en una plataforma electrónica habilitada para el caso.
Cuando terminamos todo esto, salimos a la calle a dar un paseo. Buscamos a alguna persona para ejercitar el aprendizaje del idioma de la ciudad donde estamos. De ese modo, mientras el atardecer termina de consumir con su fuego breve el perfil caprichoso de las montañas a lo lejos, pensamos en la distancia que media hasta nuestro sueño y, tras un descuido, nos conformamos con nuestra suerte modesta, que carece de todo lo que no tenemos, pero que a cambio posee todo lo que ofrecemos gratuitamente.
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