Jueves, 12 de diciembre de 2024
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La deslealtad y el silencio
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La deslealtad y el silencio

Actualizado 28/06/2024 07:49
Ángel González Quesada

Uno iba a ponerse a escribir sobre lo que ha significado de grave castración para la libertad de expresión e información el caso Julian Assange, el editor australiano por fin libre tras catorce años de encarcelamiento en distintas formas, y después de haber tenido que declararse culpable, hoy liberado de los abstrusos cargos penales que la administración estadounidense mantenía contra él. Mas la reflexión que a uno se le imponía sobre el retroceso de los derechos de información y expresión, palidece al pensar en el innoble zarpazo de la deslealtad, una de las mayores indignidades que existen, al recordar el silencio vergonzoso y vergonzante, mezquino, insolidario, desleal, ingrato e indigno, que los medios de comunicación que en su día se aprovecharon de las filtraciones de documentos facilitada por Assange, han mantenido durante los largos años en que, además de una injusta obligada reclusión, el periodista australiano sufrió en forma de insultos, mentiras, falsas acusaciones y tendenciosidad contra él, frente a las que nunca obtuvo el menor apoyo ni la más mínima defensa por parte de esos influyentes periódicos globales.

Basta hojear estos días el diario inglés The Guardian, el estadounidense The New York Times, el francés Le Monde, el alemán Der Spiegel y el español El País, principales y directos beneficiados por la publicación en su día de los documentos que les facilitó Julian Assange, y que provocaron su persecución, para comprobar la “cebada al rabo” que todos esos diarios (y otros muchos beneficiarios ‘a título lucrativo’) ejercen hoy en forma de una apestosamente falsa celebración de su libertad, cuando durante cada día de cada año del largo calvario del fundador de WikiLeaks, todos esos diarios (y otros voceros del posibilismo) mantuvieron silencio cómplice alineados sin pudor con la administración de Estados Unidos en su acoso a Assange.

El silencio es un componente principal en muchas disciplinas artísticas (música, teatro…) y puede ser en ocasiones creativo, solidario o comprensible en muchas situaciones de la cotidianidad. Pero a veces, cuando la injusticia quiere expresarse, cuando el acoso o cuando la vil persecución asoman y obstaculizan los más elementales de nuestros derechos (y el acoso a Assange es eso para todos), hay que romperlo para que se sepa nuestro rechazo, para decirnos, para sabernos afectados, implicados, vivos… Callar es entonces otorgarle lugar a la injusticia, dar carta de naturaleza a la censura. En ocasiones, el silencio, como el mantenido durante años por los citados periódicos respecto a la persecución a Julian Assange, cuando las calles estallaban de reivindicación por su libertad, se torna complicidad con sus perseguidores e, incluso, anuencia o, peor, indiferencia con una situación provocada, precisamente, para beneficiar a esas mismas bocas tanto tiempo cerradas.

La situación se repite, casi idéntica, con casos todavía abiertos cuales son los de Edward Snowden y Hervé Falciani, ambos perseguidos también por instancias gubernamentales de varios países por haber dado a conocer, mediante la publicación en medios de comunicación de todo el mundo, de documentos fehacientes sobre prácticas militares ilegales, comercio criminal de armas entre estados, sobornos del más alto nivel, abstrusas negociaciones políticas o por haber revelado las formas más alambicadas y delictivas de evasión fiscal mediante redes de empresas, complicidades gubernamentales y trampas financieras de miles de evasores de impuestos en decenas de países, nombrados, identificados y localizados y a los que, sin embargo, no ha tocado la “justicia” de los silenciosos cómplices. Los silencios, las anuencias, las complicidades y la indiferencia de medios de comunicación influyentes hacia Falciani y Snowden -ambos escondidos-, se parece tanto a la mantenida durante lustros con Assange, que si llegase el día de la “liberación” de alguno de ellos, habremos de taparnos la nariz para que el olor de la falsedad del hipócrita jolgorio periodístico por esa libertad, como ahora con la de Assange, no nos asfixie.

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