, 23 de junio de 2024
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Sumas y restas
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Sumas y restas

Actualizado 13/06/2024 10:55
Ángel González Quesada

Hace una semana, los titulares informativos de todo el mundo se llenaban con una suerte de euforia poco contenida, anunciando que Israel había liberado a cuatro rehenes de Hamas en Gaza, en una operación con bombardeos masivos. Las noticias, que no ocultaban su entusiasmo, daban los nombres de los cuatro israelíes liberados, describían y mostraban las emocionantes escenas del encuentro con sus familias y se felicitaban por el éxito del ejército de Israel al liberar a estos cuatro secuestrados.

En la inmensa indignidad, en la espesa papilla de asco y vergüenza en que el mundo naufraga, y todos nos ahogamos, especialmente desde el 7 de octubre pasado, en la que el asesinato planificado de palestinos en su propia tierra y sus propias casas por parte de las fuerzas armadas sionistas, la liberación de esos cuatro rehenes se ha celebrado informativa y políticamente sin siquiera poner atención en que los bombardeos en el centro de Gaza que posibilitaron esa liberación de cuatro personas, costaron doscientas diez vidas de palestinos, entre ellos ancianos y niños, además de más de cuatrocientos heridos que, sin poder ser trasladados a hospitales, también bombardeados, están muriendo y sumándose a los casi cuarenta mil cadáveres, cuarenta mil personas asesinadas por Israel en solo unos meses, personas con los mismos derechos humanos que los cuatro rehenes liberados, que la indiferencia del mundo y los más bastardos intereses mercantiles, han causado ya en Palestina.

Tal vez no cabe más que el estupor, la repugnancia y el lamento por el letargo moral en que nos hemos hundido al tolerar la sinrazón y el crimen, más que contra Palestina contra los palestinos. En ese genocidio que suma cadáveres cada telediario, quizá sea precisamente sumar, o restar y dividir esas cifras cotidianas del genocidio, esas cuentas de los muertos, esas listas del crimen que numeran palestinos sin nombre, lo que pudiera, tal vez en vano, hacernos tomar conciencia de la dimensión, del precio y de la balanza del horror. Pues si cuatro rehenes israelíes vivos han costado en esa celebrada operación de rescate del 8 de junio un precio de casi trescientos muertos palestinos, habría que concluir que aceptamos sin pestañeo, sin arcada y sin grito, que pagamos por cada vida israelí el precio de más de setenta muertes palestinas.

La historia de este tiempo, si alguien pudiera escribirla un día sin mordaza ni dedos en los labios, sin amenazas, muros ni falacias, tendrá que escupirnos nuestra pasividad a la cara y signarnos para siempre con la desvergüenza; decir cómo llegamos a crear un mundo insensible e inhumano, un mundo en el que el precio de cada ser humano se fijaba en las mesas de los gobiernos, en las redacciones de los periódicos y en los consejos de administración, y que las divisiones, las sumas y las restas de cuerpos, de ataúdes, de llantos y de alegrías, arrojaban resultados tan despiadados e insoportables, tan absurdos, tan bestiales, que decidimos cerrar los ojos y adormecernos en el cálido sopor de la indiferencia. Y así, en la oscuridad, en el silencio y en la cobarde miseria de la resignación, la historia se convirtió en una oscura riada de ciegos, sordos y mudos, en un hediondo relato de autocomplacencia, en una inmensa mentira.

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