La mirada barroca es aquella que perfora el firmamento. Es el par de ojos vítreos de los que pende un caudal, el iris oscuro que toma de la pasión el fruto y de la sombra hace eclipse. Es el dolor del que nace el estado de gracia.
Reconozco en esas esculturas barrocas tan bellas, tan finas; tan rutinarias, tan rudas; tan duras, tan dulces; un ambivalente deleite encontrado en un inmenso campo vacío. Hablo de campo vacío y lo entiendo como una extraña ausencia cargada de presencia. La mirada barroca tiende a hallar un cielo inexistente en el techo de yeso. Está absorta y plena, conoce el estado de gracia y lo recorre como un peregrino vuelve a su lugar de origen, con la curiosidad del que recuerda la tierra prometida y la nostalgia de una estancia sagrada. La mirada barroca habla de cosas que solo ella ha visto y su lenguaje es el de un amante sin anillo. Veo a esa Santa Teresa que ama y habla del agua en pleno estado de gracia, me fijo en ese brillo ocular que revela el éxtasis de una reciprocidad amorosa. Santa Teresa, de la herida sin dolor, que reconoce la visión y lee en la luz una carta de otros tiempos; emparedada, clausurada. Con el espíritu afectado, sin duda, asisto a una clausura interior que solo se puede ver a través de un entramado gestual. Ese castillo interior que tiene como torre una arrobada mirada, un lánguido puente levadizo, una mano en el pecho con conciencia de muralla y la otra abierta y desposada. El éxtasis místico recuerda al correspondido que aquello que lo levanta también lo ata al suelo, como el que espera. Barthes enamorado, monjas ingresando al convento como Antígona llega a la cueva. Porque el estado de gracia tiene más de espera que de ausencia y más de amor que de posesión. Y la espera, aunque tiene mucho de virtud, también lo tiene de maldición. Cabe en ella esa ambivalencia de la mirada barroca, perturbada, aunque enamorada. Quebrada e ingenua, sabia e íntegra.
Esa indefinición que fundamenta el barroco es precisamente también la que precisa el estado de gracia. Y el corazón inflamado y la flecha divina y la sacralidad de construir un momento y el alma desesperada.
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