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Nuria Galache, las tablas de la vocación
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La actriz salmantina hace vivir a las heroínas olvidadas de la historia y de la literatura

Nuria Galache, las tablas de la vocación

Actualizado 05/06/2024 10:02
Charo Alonso

El rigor y la profesionalidad destacan en el trabajo de la actriz que da vida a las heroínas silenciadas

Sobre el escenario, Nuria Galache es pura pasión entregada al personaje. Voz que llega más allá del público y se alza valerosa porque sabe del empeño del día a día, del rigor, de la técnica, del estudio, de la entrega y el respeto a un arte puesto en pie frente a nosotros. La actriz bajo los focos, en la calle, en la plaza, en las tablas del teatro más hermoso, oficia su tarea misteriosa de vivir otras vidas, de encarnar el papel que soñó mientras dormía el sueño de las mariposas. Un sueño en el que se levanta el telón y ella se asoma, vestida del ropaje de la escena.

Charo Alonso: Has sido Dulcinea y eres ahora la señora Lázaro, tus heroínas son el reverso del héroe clásico.

Nuria Galache: Todo héroe tiene un impulso que viene del amor y de la figura de la mujer. Los personajes clásicos emprenden el camino a la búsqueda de algo relacionado con ella: en el caso de Don Quijote, es Dulcinea, en el de Lázaro, es el deseo de explicarse ante una sociedad que critica lo que hace su esposa.

Ch.A.: ¿Te sientes más cómoda en los monólogos?

N.G.: No es que me sienta más cómoda, es que se trata de un formato más práctico tal y como están las cosas en las artes escénicas. También es porque ha surgido por ahí el camino.

Ch.A.: Tu empresa teatral se llama “La Befana”, la bruja italiana.

N.G.: Sí, es la bruja buena, la que trae regalos a los niños, no una bruja mala, negativa. El primer espectáculo que sale de “La Befana” es “Apasionadas”, seis personajes clásicos a la altura de Medea, Salomé, la Señorita Julia, Laurencia… fue dirigido por Pollux Hernúñez y en él sonaba un violonchelo que le daba un poco la réplica a la actriz. A partir de este montaje empiezo a estudiar los clásicos y a ver que, por ejemplo, Dulcinea tiene mucho que decir, que ha sido la pasión de un hombre pero que también tiene que contar su historia. De ahí parten estos monólogos en los que me siento cómoda sola, pero también estoy muy bien con más actores que me permiten salir un poco de la soledad, poder moverme con ellos y recibir las miradas de otros ojos.

Ch.A.: En el último gran montaje en el que participaste, El tiempo inventado, estabas muy bien acompañada…

N.G.: Esta obra es una magnífica evocación lorquiana, creo que en ella José Antonio Sayagués e Isabel Bernardo nos han entregado un Lorca completamente nuevo y desconocido, sin ataduras políticas, un Lorca vivo, real.

Ch.A.: La escena en la que interpretas a Vicenta Lorca, peinas a Federico y él te pregunta: “Mamá, ¿estoy guapo?”, me emocionó muchísimo. Es la voz de la infancia, de la inocencia.

N.G.: Hay quien me ha dicho que en esa escena parece que le estoy amortajando. Fue un momento muy especial, ha sido como volver a parir a Lorca. Esa escena me llegó muy hondo, ese ritual de recoger al hijo ciego y decirle “te cuido y ahí te lanzo al mundo”. Y todo con esa música tan maravillosa… A poco que lo sintieras, sabías que al espectador le iba a llegar esa escena.

Ch.A.: ¿Cómo es trabajar con José Antonio Sayagués?

N.G.: Trabajé con él hace muchos años en el Grupo Garufa. En aquel momento él llevaba una compañía, todo era un poco más complejo… Ahora encuentro a un José Antonio sabio, calmado, que tiene sus momentos, sí, pero también la experiencia, el saber hacer de muchos años.

Carmen Borrego: Yo os he visto ensayar a los dos ¿Quién es más exigente, Galache o Sayagués?

N.G.: Yo creo que él es muy exigente, pero la edad y la experiencia le hacen ser más calmado. Yo estoy en otra época en la que me exijo mucho. Yo a él le entiendo su enorme exigencia, porque me exijo y exijo al otro. Sayagués es mi maestro para bien y para mal, empecé con él, mi base es él. De él he aprendido ese respeto al trabajo, ese respeto hacia el público que está haciendo un acto de amor en la intimidad, sabiendo que lo que sucede entre el actor y el público es un pacto porque lo que le estamos contando es una mentira.

C.B.: Veros ensayar es como invadir un espacio íntimo vuestro. Nuria, a mí me parece que tú estás muy enamorada de tu profesión.

N.G.: Ver un ensayo, todo lo que sostiene la obra, los tropiezos, las tensiones, es muy hermoso. Luego, el día de la función, hay algo que no se sabe lo que es que nos cubre a todos y nos protege, y sale bien. Sí, estoy enamorada de mi profesión pero, como a un buen amor, a veces, la odias. El teatro no se puede afrontar sin amarlo y respetarlo. Se merecen respeto todas las artes y más ahora.

Ch.A.: ¿Malos tiempos para la lírica y para el teatro?

N.G.: El teatro siempre está en crisis, si no, no sería teatro. Leí a alguien decir que la Inteligencia Artificial puede hacer mucho daño al cine, pero no tanto al teatro. El teatro es el aquí y el ahora, si te doy una obra en vídeo no aguantas ni media hora. El teatro es el privilegio de que lo que ves está pasando ahí, en el momento, nada más. Lo que pasa sobre el escenario es único e irrepetible tanto para el actor como para el espectador, aunque sea la misma obra nunca se actúa igual.

Ch.A.: ¿Por qué está siempre en crisis el teatro?

N.G.: Porque es el pobre de las artes, es el que se mueve por la pasión, porque requiere de mucho esfuerzo, un día a día de esfuerzo, de cuidarte la voz, el cuerpo. No hay que fallar, el público requiere mucha exigencia, no hay un “corten” y repetimos.

Ch.A.: Mis alumnos piensan que para ser actor no hace falta estudiar.

N.G.: Es una idea muy común, yo llevo mucho tiempo en esto y sigo estudiando, estudio todos los días, y no solo el texto. Trabajando a Lorca tuve que adentrarme en el universo del poeta, lo que para mí fue un privilegio.

Ch.A.: Escribes tus textos, actúas, diriges… ¿Qué te gusta más?

N.G.: Es muy diferente actuar y dirigir. A mí me gusta mucho que me dirijan porque soy actriz, pero también me gusta mucho dirigir, trabajar los temas, participar en todo y montarlo a mi manera porque lo veo en sueños. Yo estoy en mi mundo y de repente, lo veo, lo sueño, la escena, la escenografía, todo.

Ch.A.: ¿De verdad lo sueñas?

N.G.: Cuando empiezas un proyecto lo ves por todos los lados, estás tan metida en él que cuando te levantas piensas en ello, cuando te acuestas, también. Yo he soñado espectáculos enteros y los he hecho tal cual los he soñado.

Ch.A.: Lo que es un auténtico sueño es esta magnífica obra sobre Lorca. Isabel Bernardo, la autora, dice que le has enseñado mucho a la hora de trabajar una escena o el diálogo con un personaje.

N.G.: Isabel Bernardo escribió esta Vicenta Lorca para mí y es un privilegio. Yo conocí a Isabel en un espectáculo sobre Gabriel y Galán y desde entonces siempre me admira e inspira, poco le puedo yo enseñar, es ella la que me enseña porque es una profesional de la curiosidad, le das un dato, un nombre y al momento lo sabe todo, todo lo indaga, se embebe en el saber, tiene hambre de saber… El papel de Vicenta Lorca lo escribió para mí, esta mujer que se sacude el pelo de la tontería, que no era una señora de su casa al uso, con mandil, que era una mujer culta… Estudié mucho sobre ella porque creo que estamos de paso aquí, pero el saber nos mantiene jóvenes, vivos…

Ch.A.: Eres actriz, un trabajo que la gente no entiende que tiene su parte ejecutiva, administrativa.

N.G.: De mi trabajo es verdad que solo se ven las luces, lo bonito, pero no el proceso para que llegues a ese aplauso final. Un proceso como el de cualquier otro trabajo. Un arquitecto hace un plano, estudia cómo construir una casa sin humedades, tiene que pedir presupuestos, realizar cambios… pues así hago yo, lo que pasa es que no hago una casa, sino un espectáculo. Busco financiación pública, privada, gestiono altas, bajas, nóminas… Como cualquier otra empresa aunque, como actriz, tú seas tu propio producto.

Ch.A.: ¿Cuándo sentiste que tenías que dedicarte profesionalmente al teatro? ¿Nunca pensaste en marcharte a Madrid?

N.G.: Desde siempre sentí el teatro, pero al principio estaba un poco perdida. En Salamanca tienes pocas oportunidades de profesionalizarte, empiezas como amateur, trabajando con Sayagués como actriz, con ayudantías de dirección… y dices “esto es lo mío”, no sé hacer otra cosa, no sería feliz con un trabajo mecánico. Y entonces comienzo a formarme con José Carlos Plaza, con Tawmin Towers, y soy un poquito de cada uno de mis maestros. Y no, tengo un representante en Madrid, voy cada semana a clases, pero no hay necesidad de vivir allí para trabajar. Quizás cuando eres joven tienes la idea de desplazarte, pero ahora no es necesario vivir en Madrid para trabajar allí, muchos compañeros hacen esto, vivir fuera e ir a la capital solo para lo necesario.

C.B.: ¿Cuál es el montaje tuyo del que te sientes más satisfecha?

N.G.: Cada uno de ellos ha sido un hallazgo en su momento y me ha tocado. En el último, “Juana Reina”, me vacío emocional y físicamente. Es una hora de altibajos con una mujer que lo ha perdido todo, una mujer con sabiduría para callar. Ella pudo cambiar la historia de este país, recibió y calmó a los comuneros hasta que hablaron con su hijo. Yo la defiendo. Tuvo una larga vida, murió con 72 años, ¿cómo no iba a volverse loca? Fue maltratada por su padre, por su marido, por su hijo, sufrió maltratos físicos por parte de quienes debían cuidarla. Es un personaje apasionante, una mujer inteligente que hablaba varios idiomas, tocaba el arpa, traducía a su esposo. Decía: “A mí no me tocaba”, porque era la cuarta en la línea de sucesión, una mujer que acaba no rezando a Dios, sino a su madre. En la puesta en escena, Felipe está en su catafalco, como en los cuadros clásicos. La gente entra en el teatro y huele a incienso, ve la escenografía y se produce un silencio… ahora la estoy poniendo en Madrid, luego voy a Zaragoza y confío en estar pronto con esta obra en Salamanca.

Ch.A.: Como actriz profesional, ¿cuál es tu opinión sobre los grupos aficionados de teatro?

N.G.: Tienen que existir, dan salida a gente que no quiere ser profesional pero que ama el teatro. Y yo como actriz nací en un grupo aficionado. Eso sí, un grupo profesional no puede ir a los mismos certámenes que los aficionados y a la hora de programar no se puede comparar porque se manejan diferentes presupuestos. Entre los grupos no hay problemas y si los hay, no es culpa de ellos. En una ciudad como la nuestra, donde no existe una base para profesionalizarte, la manera de aprender es hacer. Un grupo de teatro aprende porque hace de todo: cargar cajas, montar escenarios, hacer de sastra, hacer escenografías… es la manera en la que aprendes. Y hay gente en el teatro aficionado más profesional que los profesionales.

Ch.A.: Cierto, te puedo dar un par de nombres. Nuria ¡Qué lejos eso de hacer de todo, a lo de ir de diva con tu supercamerino y sin cargar ni descargar!

N.G.: Yo me voy a un bolo, cargo y descargo cajas y hasta conduzco la furgoneta. Soy una trabajadora del teatro y, sobre el camerino, pues voy adonde me toque.

C.B.: Los actores suelen ser supersticiosos… ¿Tienes algún objeto que lleves siempre contigo?

N.G.: Hago antes un pequeño ritual. Y no llevo nada porque cada personaje tiene su vestuario, pero eso sí, cada uno huele de una manera distinta. Dulcinea huele a bergamota, la señora Lázaro a limón, la Reina Juana a algo más potente, a cardamomo.

Ch.A.: ¿Vicenta Lorca huele a verbena, como en el poema de su hijo?

N.G.: Vicenta huele a una colonia muy de las familias de entonces, algo como la Colonia Álvaro Gómez. Cada personaje huele de una forma diferente y eso es precioso, me sirve para situarles, me apasiona y lo elijo con cuidado, busco algo que sea propio de cada uno de ellos.

Ch.A.: ¿Y a qué huele Nuria Galache?

N.G.: A algo más fresco, más suave. A algo que me han regalado hace poco, One, de Dolce y Gabanna.

No podía ser más teatral esta fragancia apasionada. Sonríe Nuria Galache mientras la recuerdo en Martinamor, interpretando a la madre de Rafael Farina, transida de dolores del parto a las puertas del pueblo. Desgarrada e intensa, sabia y contenida. Y se cierra el telón con una ovación que huele a lo que huele el escenario… a pura pasión.

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