El paso de los años no borra el recuerdo de aquellos veranos en el pueblo siendo niño, cuando nos reencontrábamos todos los primos y amigos para convertir para todos nosotros en inolvidables aquellos veranos.
A medida que pasan los años y uno se encuentra cada vez más alejado de la infancia, no puedo evitar recordar aquellos veranos en el pueblo cuando era niño, cuando nos reencontrábamos todos los primos, cuando los “forasteros” y “los del pueblo” volvíamos a formar ese grupo de amigos que convertía para todos los veranos en inolvidables.
Era un tiempo de felicidad al abrigo de los abuelos, encantados de tener a toda su prole familiar en casa, con el cariño de todos sus hijos y nietos sentido por fin de cerca, lejos de la callada (pero no por ello menos dolorosa) frustración que les suponía durante la mayor parte del año no poder abrazar a buena parte de ellos, y tener que trasladar ese cariño por el hilo telefónico.
“Gracias a Dios llegasteis todos bien” era la frase que daba la bienvenida al pueblo a los emigrados, corriendo la voz de la llegada de “los de la Mari Carmen”, “los de Francisco”, “los de Irún”, “los de Sanlúcar”, y otros tantos que retornaban a sus raíces por el periodo estival, sucediéndose, tras los primeros días de dicha llegada, las visitas de los vecinos y familiares que se habían quedado en el pueblo, con miradas de emoción por ambas partes, abrazos, besos y alguna que otra lágrima de los más sentimentales o de quienes, por haber forjado una relación más estrecha, habían sentido más en su interior el desgarro de la emigración de sus seres queridos.
Los “rapaces”, algo más ajenos al drama que suponía el éxodo laboral de miles de salmantinos, que dejó sin apenas pulso a estas tierras del milenario Reino de León, no acababan de entender el por qué de tanta emoción de “los mayores”, y lo que anhelaban era el reencuentro con sus amigos “del pueblo”, espetando a la mínima la pregunta de “¿Podemos ir a jugar al frontón?”, según se acababa de comer.
Entonces, cuando los móviles aún no habían llegado a nuestras vidas, se iba puerta por puerta buscando a los amigos para ir a jugar al “futbito” al frontón, en una ronda ritual que iba viendo engrosados sus miembros según se iba avanzando en el número de casas a las que se llamaba. Evidentemente, no todos podían siempre sumarse cuando se acercaban a su puerta, y las frases “tengo que ir a ayudar a mi padre con las vacas” o “está con las ovejas” eran habituales, seguidas de un “cuando acabe voy” o de un “cuando llegue le digo que llamasteis para que vaya”.
Así, el grupo de chavales que empezaban a jugar en el frontón se iba haciendo cada vez más numeroso, según se iban sumando los que tenían que ayudar a sus padres con el ganado o, cuando era época de recogida de moras, cuando acababan de llenar los cubos que habían llevado recorriendo las zarceras de los caminos del pueblo.
De esta manera, las pachangas futbolísticas, en las que el esfuerzo de los muchachos se veía incrementado cuando aparecían las chavalas por el frontón, se prolongaban hasta que llegaba el anochecer y la falta de visibilidad hacía que se tuviese que posponer la diversión hasta el día siguiente.
Con el paso de los años, la cada vez menor presencia de chavales en nuestro medio rural, sumado al fallecimiento de algunos abuelos (que conllevaba que algunas familias no regresasen por el pueblo o lo hiciesen menos días), fue haciendo mella en aquella costumbre, para la cual ya se había perdido la tradición de ir puerta por puerta, sustituyéndose por los SMS tras la llegada de los teléfonos móviles.
Por otro lado, los otrora chavales mudaron en adolescentes, y las pachangas se fueron viendo sustituidas por ir al bar del pueblo o a los de la cabecera comarcal a tomar algo. Así, los partidillos en el frontón se fueron haciendo cada vez menos frecuentes, quedando como un bello recuerdo de diversión de unas infancias felices en nuestros pueblos.
Lejos de aquellos tiempos, hoy aquellos niños ya hechos mayores, revivimos en ocasiones con ojos vidriosos de emoción y nostalgia aquellos encuentros estivales, ansiosos porque retornen las fiestas de nuestros pueblos para poder reencontrarnos con las amistades y familiares de quienes nos aleja el día a día, pero que son parte indispensable de nuestros recuerdos y del cariño de nuestra memoria más íntima.