“De error en error, de daño en daño,
de una desdicha en otra desventura,
de un desvarío en otra gran locura,
de un viejo engaño en otro viejo engaño…”
GUTIERRE DE CETINA, 1540.
La situación de la grave escasez de agua, sobre todo en la vertiente mediterránea española, particularmente en Cataluña, sigue pareciendo anecdótica para el resto del país a juzgar por el tono con que se aborda en las informaciones periodísticas españolas. No es así, ni mucho menos, para quienes sufren las obligadas restricciones que, en breve tiempo, subirán de nivel y exigencia para enfrentar una situación tan alarmante que tendría que servir, ojalá, como llamado de atención en otros lugares donde se sigue derrochando con inconsciencia y no poco nivel de ignorancia un bien tan preciado y escaso hoy día como el agua dulce.
Las recientes noticias de que un país entero, México, se enfrenta a una brutal escasez de agua que va a condicionar toda su vida en el futuro, con restricciones y escasez que van mucho más allá de los “simples” cortes o racionamientos que hoy sufre Cataluña, cuales son el cierre total del suministro público en las ciudades o la imposibilidad de atender cultivos capitales para la población, quizá, ojalá de nuevo, nos haga recapacitar, pensar seriamente y enfrentar con voluntad, mucho antes de que sea obligado e imparable, una concienciación efectiva de lo que significa la escasez de agua que, sin duda es ya el principal problema para la supervivencia del género humano y cualquier otra forma de vida en el planeta.
Mientras gobiernos autonómicos españoles, ungidos al parecer con la virtud de la indiferencia y tocados con los más caros atributos de la estupidez, aprueban regadíos abusivos, urbanizaciones irrazonables o usos arbitrarios del suministro público del agua, mostrando una irresponsabilidad que debiera acarrear consecuencias penales a tanto gobernante incapaz, en otras zonas, como la misma Cataluña, se esfuerzan en racionalizar un recurso cada día más escaso, consiguiendo, de grado o por fuerza, una creciente concienciación ciudadana que está muy lejos de existir en otras zonas; lugares cuya población, desinformada por sus gobernantes cuando no indiferente ante la realidad misma, sigue despilfarrando y desperdiciando el agua de todos en piscinas privadas, regadíos insolidarios, céspedes de lujo o consumos de exagerado abuso. La relación de las “excusas” que se extienden a nivel popular para “argumentar” no preocuparse del uso particular del agua, para minimizar la importancia del grifo abierto, de la ducha interminable o del lavado dominguero del coche, están basadas todas ellas en la comparación abstrusa con la exageración de otros, el paralelismo bobo con la inconsciencia ajena o un desprecio boomerang que habla de campos de golf o cañones de nieve, y que no son sino el reflejo del egoísmo descreído, de la ignorancia activa y de la vagancia mental, disfrazado todo con los viejos ropajes de la ceguera voluntaria.
Serán menos que años, meses, lo que tardará toda España en verse enfrentada con la escasez de agua, y de nada valdrán las engreídas soberbias y las patosas superioridades que exhiben los regidores de las zonas favorecidas por la existencia de agua abundante, porque habrá de ser la solidaridad, que ante la desgana, uno teme que haya de ser obligada. Los llamados, pues, a la responsabilidad en el consumo y el uso del agua, en cualquier ámbito, a cualquier nivel y en toda ocasión, nunca deberían ser tomados como mensajes burocráticos ni advertencias vacías, sino como verdaderos llamamientos al compromiso, a la incumbencia y a la madurez de una ciudadanía que, en gran porcentaje, está perdiendo ahora el derecho a lamentarse cuando los grifos se sequen.
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