Llega la primavera, a veces con flores y temperaturas altas, otras con granizo como piedras de río que caen por sorpresa y con rabia sin ser invitadas al festín de colores de la madre Naturaleza.
Y en Valencia, la fiesta grande viste las calles de colorido, el ambiente de olor a pólvora y ruido, y a la gente de algarabía y bullicio.
Peina, a sus bellas mujeres, trenzas recogidas en moño trasero y rodetes sembrados de horquillas y joyas, zarcillos en la oreja, y las atavía con sus mejores galas. Camisa interior y enagua con ahuecador de vuelo, medias de seda bordada, zapatos entelados, faldas de brocatel de colores, ceñido corpiño, y bordadas, de oro o plata, las manteletas. Para terminar, collares de orfebre y peinetas. Y a pasear con orgullo sus raíces, recamadas de tiempo y pasión.
El origen purificador del fuego y las hogueras es pagano y antiguo. Se quema lo malo para atraer lo bueno.
En esta tierra de carpinteros, se cuenta que éstos se alumbraban con teas y candiles, y al llegar la primavera y la luz, al no ser ya necesarios, se quemaban con virutas y restos de madera a la puerta, lo que pudo dar origen a esta costumbre. También se asocia a la celebración de su patrón, San José, y a la quema de trastos inservibles. Sea como fuere, (los historiadores harán su trabajo para explicar), existe esta larga tradición.
En cada barrio, los vecinos forman comisiones nombrando a alguien que preside y a una fallera mayor, reuniéndose en su “casal” durante todo el año para preparar sus actividades. Según sus ingresos y medios, eligen los temas y organizan su falla, con su punto de ironía, que se quemará en la “cremá”, tras la cual, se renuevan los cargos y se comienza todo el trabajo de nuevo.
Para hacernos idea de su valor basta recordar que las Fallas fueron declaradas Fiesta de Interés Turístico Internacional, además de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Durante esos días de fiesta grande, Valencia se engalana y se vuelca en la calle, esperando con ganas la intensidad de sus “mascletás”, su sinfonía de colorido y armónica explosión de fuegos artificiales, y el gran momento crucial en que sus “ninots” van siendo conquistados por las llamas, antes de forma bella y lenta, colmada de poesía al ser de madera, ahora más devoradora: nuevos tiempos, nuevos materiales.
Y al caer, cuando todo son rescoldos y cenizas, flota en el aire el himno de su tierra, que emociona y hace caer lágrimas que aguardan ya, llenas de esperanza, otro año de trabajo y renovación.
Mercedes Sánchez
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