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Apunte para una columna sobre el silencio
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Apunte para una columna sobre el silencio

Actualizado 10/03/2024 16:46
Juan Ángel Torres Rechy

Esto, en términos materiales, lo expresa Esperanza cuando escribe en un comunicado personal: «en el vestir también hay arte, estética; y como consecuencia, algo grato para la vista».

En nuestra columna, apenas suena la voz. El silencio la empuja a callar. Cuando trabajamos con los estudiantes, en su empleo en los ejercicios un silencio similar cubre con su velo la pedagogía. A ese silencio nos acostumbramos años atrás. Como en el cuento “Casa tomada”, de Julio Cortázar, él nos echó a la calle y tomó posesión nuestra.

El profesor J. Ettinger comparte el sentimiento. En el autobús camino a la universidad, no resulta difícil sentarse a su lado. Sabe guardar silencio. Sabe hablar. Escucha. Tiene una buena educación. En algún momento, hemos apreciado cómo despierta el interés de las y los compañeros de trabajo. Además de su experiencia docente de inglés, cuenta con años dedicados a un arte manual.

Días atrás en el salón de clases, los estudiantes dispusieron de más tiempo del habitual para sus ejercicios. Aquí en la columna, al inicio, hemos dicho que apenas suena nuestra voz. “El silencio [a la columna] la empuja a callar.” Esto, tantos ustedes, lectores de la columna, como yo, quien la escribe, ha resultado posible gracias a una práctica que ha visto la luz recientemente.

Días atrás, repetimos, en el salón de clases, los estudiantes dispusieron de más tiempo del habitual para sus ejercicios. Gestionamos el tiempo de la pedagogía de un modo distinto. Mientras que en el pasado recorríamos los pupitres preguntándole a los estudiantes cómo iban, ahora, en cambio, les ofrecimos un minuto más, sin decir nada. Los dotamos de un suministro de oxígeno para respirar. Los dejamos mirar por la ventana.

El lujo del tiempo se palpa con las cosas al corriente. Nos viene a la memoria el libro de Mircea Eliade Herreros y alquimistas. Pensamos en Opus nigrum, de Margarita Yourcenar. Recordamos la figura de Merlín, en la Creación y difusión de «El baladro del sabio Merlín» (Burgos, 1498), de Pedro Cátedra y Jesús Rodríguez Velasco. El poeta salmantino Julián Martín Martín nos contó algo interesante. Estábamos en Fontiveros, Ávila, cuando dijo que la poesía de San Juan de la Cruz no partía de ninguna experiencia mística. La experiencia mística, en todo caso, la había desencadenado la poesía.

La poesía de Martín Martín nos encanta. Lo escuchábamos en la tertulia Papeles del martes. Sus piezas, dotadas de la sencillez y gracia de las cosas naturales, sonaba sin artificio alguno. No resultaba difícil imaginarlo al cabo de la jornada laboral, en el campo charro, poniendo por escrito las rimas arrancadas de la encina de las horas trabajadas. A un amigo médico, cuyo nombre saben quienes integran la tertulia, le gusta escucharlo declamar sus poemas, en virtud de esa rima no aprendida.

Hace tiempo, en China, una estudiante egresada me habló de una competencia de natación donde gana la última persona que toca la pared, sin nadar atrás ni flotar. El nadador, siempre avanzando adelante, demora el trayecto hasta el límite imposible. Esto, naturalmente, se opone a la lógica de la competencia donde gana la persona veloz. Lo mencionamos por lo que diremos a continuación. En ocasiones, nos parece ver, una segunda etapa del aprendizaje consiste en olvidar lo aprendido. En filosofía, según leímos por un artículo remitido por un amigo que un día como ayer, 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, conoció a su novia hace 49 años, en ese artículo leímos que en filosofía no importa tanto el resultado, como el cuidado puesto en el desarrollo narrativo del objeto de estudio.

La disposición de tiempo y espacio nos permite recordar el presente. En la estampa de la realidad transcurriendo todavía, las cosas se muestran tal cual. La máquina del mundo se convierte en una pieza de aparador. No tiene precio. Esto, en términos materiales, lo expresa Esperanza cuando escribe en un comunicado personal: «en el vestir también hay arte, estética; y como consecuencia, algo grato para la vista».

El silencio comporta bienestar. Habla. Proporciona tiempo. Su dote no la cuentan los números, ni la miden las palabras, mas no por ello no existe, ni deja de resultar un futuro transcurriendo en el presente, poniendo ante la oscuridad de los sentidos la posibilidad de despertar a su siglo eterno.

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