Jueves, 12 de diciembre de 2024
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La calle es mía
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La calle es mía

Actualizado 23/02/2024 09:01
Ángel González Quesada

Al profundo rechazo que causa el comportamiento fascistoide, banderil y de vomitiva vulgaridad de la inmensa mayoría de los agricultores que estas semanas colapsan carreteras y ciudades, mostrándose como provocadores conscientes de enormes perjuicios para los demás con el abstruso argumento de que los suyos son siempre más importantes (o porque su tractor es más grande), se une la decepción que causa escuchar la simpleza desinformada de sus declaraciones que, a una situación que en parte sería administrativamente corregible, se une una ridícula queja general ‘contra’el cambio climático y sus efectos, se añade un desprecio inaceptable por las medidas destinadas a paliarlo (Agenda 20-30) y se adorna con una negativa radical a aceptar el nuevo clima pretendiendo, literalmente, responsabilizar de ello a las autoridades.

Seguramente la ignorancia y la ausencia de sentido común y comprensión de la realidad que se observa en declaraciones, cartelones y manifestaciones de tractoristas, no exista en las cúpulas políticas que manosean y manejan los enormes trastornos que las tractoradas causan en transporte, movilidad, comunicación y vitalidad de todo un país. El suministro a los agricultores manifestantes de frases cerradas, pancartas simples y argumentos radicales, está siendo inyectado en un colectivo, tan respetable como poco informado, que vierten después una radicalidad preocupante en, por ejemplo, declaraciones que califican de chorradas (sic) las medidas destinadas a paliar los efectos de una realidad climática gravísima (causa primera de sus problemas) y que no solo a la agricultura afecta.

Pretender eliminar las cautelas sobre plaguicidas y otros productos químicos perjudiciales con el argumento de que reducen la producción agrícola, es despreciar los enormes daños que esos mismos productos causan a la fauna, la vegetación, la tierra misma y a la postre la salud de todos en diferentes formas, además de contribuir y acelerar los perjuicios del cambio climático. Pedir el relajo de los controles de calidad para ser como los peores, en lugar de abogar por que éstos sean mejores, es no entender el valor de la progresividad de las normas. Pretender eliminar los controles administrativos de producciones, transportes, calidad y garantías de los productos agrícolas para no perjudicar, dicen, el beneficio del productor, es abogar por una suerte de anarquía productiva sin control ni garantía, una especie de mundo de compraventa medieval que influye directamente en el aumento de la inseguridad en perjuicio de los consumidores. Ignorar que el descenso del nivel pluviométrico, el aumento de las temperaturas, los cambios de ciclos estacionales y en las cosechas y otros problemas que el brutal cambio climático está provocando en la producción agrícola, pueden solucionarse por acciones políticas gubernamentales mediante reducción de impuestos, aumento de ayudas y soluciones monetarias, es situarse en un nivel de egoísmo, irrealidad, radicalismo e ignorancia, fruto sin duda de una intoxicación política interesada, pero impropia de gentes del campo que conocen, o deberían conocer como nadie, la realidad de la tierra.

Seguramente la situación del campo, en general, y de la producción agrícola, en particular, sea de una gravedad no vista hasta el momento. Sin duda algunos de los problemas por los que atraviesan los productores agrícolas sean solucionables en parte con algunas reformas administrativas o ciertas simplificaciones burocráticas. Y también con redefinición de siembras, producciones, diferente utilización del medio y proyectos sostenibles de cultivo. No cabe duda de que en el papel de intermediarios, rentistas y subasteros de la producción agrícola se ocultan no pocos problemas económicos de precios a la producción y, también, de precios al consumo. Pero es inadmisible, en todos los sentidos, que se esté utilizando una situación natural para crear un problema artificial con el colapso de carreteras y ciudades, con perjuicios de enorme dimensión en transporte, plazos, trabajo, compromisos, comunicación y desarrollo cotidiano de cualquier otro sector, no tanto para reivindicar situaciones concretas y solucionables (aunque sea ésa la excusa), cuanto para con medios, lenguaje, actitudes y comportamiento del más clásico totalitarismo, enfrentar una realidad que exige adaptación, comprensión, diálogo y negociación en vez de imposición, griterío, desprecio y bandería.

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