El día ha amanecido nublado y oscuro, pero la calle mantiene su ritmo presuroso de siempre entre carteras, mochilas con ruedas que van tirando de sí mismas y de los niños en las aceras, carros de compra que van ligeros y vuelven agotados, coches con prisa, ventanas que se abren y sacuden las polvaredas acumuladas de la vida diaria, rodillas que se mantienen, tan derechas como pueden, arrastrando la edad con la mayor dignidad posible.
Los cierres de las tiendas levantan sus brazos perezosos y abren sus ojos para permitir el paso de los primeros clientes.
La conductora del autobús encuentra coches aparcados en medio de la calzada, obstáculos que paralizan su recorrido como si fueran enormes piedras despeñadas en medio de un estrecho camino, y con una elegante sonrisa, quién sabe si mordiendo los dientes por dentro, retoma su volante cuando alguien, con parsimonia, sale de donde fuere como una aparición y, mientras levanta la mano sin mirar a modo de leve disculpa, abre la puerta de su coche y por fin sigue su camino pensando que total, por un momento… Mientras, el autobús retoma con paciencia su funcionamiento exclamando hacia sí: ya es el cuarto vehículo parado, en todo el medio, en este mismo trayecto…
La radio sigue esparciendo como polen noticias y anuncios publicitarios con voces sugerentes, haciendo llegar la magia de sus ondas directamente al oído de madrugadores, cuyos auriculares precisan un volumen tan alto que se divulgan a su alrededor. Rápidamente los ancianos se sientan en un banco, como si hubieran sacado entrada en tribuna preferente, para observar la vida diaria en una ciudad a la que, seguramente, sus almas no pertenecen.
Detrás de las fachadas se inicia el baile diario de saludos, fichas perforadas que marcan la hora de entrada, sillas y mesas de despacho que reciben la consabida visita de quienes estiran sus jerséis antes de sentarse, colocan los puños de sus ropas, ajustan los nudos de sus corbatas y, como una coreografía, cada dedo índice va derecho a encender el ordenador que se despereza e ilumina su rostro colorido para comenzar otra agotadora jornada.
Los ascensores escriben noticias en sus pantallas, interpretan la música que sale por sus altavoces, muestran sus fotografías de paisajes que son inhabitados paraísos con los que soñar entre la vida cotidiana, cuentan con números en blanco los pisos por los que pasan, y observan con distancia los saludos, las breves conversaciones sobre el tiempo, las medias sonrisas silenciosas.
Por la calle encuentro a alguien conocido a quien pregunto qué tal va todo.
La respuesta es sencilla: lo normal, lo de siempre.
Y al despedirme, me alegro al pensar que hoy puede ser un día similar al de ayer, al de mañana, al de casi siempre.
Y doy gracias por poder disfrutar de ellos, de todos los días, cuando no pasa nada.
Mercedes Sánchez
La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.
La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.
En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.