El pregón fue pronunciado a última hora de la tarde del viernes en el Teatro Nuevo Fernando Arrabal
Allá por el mes de noviembre, cuando Juan Luis me llamó para comunicarme que la Peña del Caballo había pensado en mí como pregonero del carnaval, quien me conozca se puede imaginar mi sorpresa por este, a mi juicio, inmerecido honor. Al principio, mi respuesta no estaba clara, ya que pensaba que ¡quién soy yo para merecer que mi nombre esté junto a figuras del mundo del caballo, del toro o prestigiosos ganaderos y artistas que me han precedido!, pero ya sabéis cómo es Juan Luis y, entre él y Merchy, terminaron por convencerme.
Así que, muchísimas gracias por pensar en mí, y espero estar a la altura de esta responsabilidad, de pregonar el carnaval de una ciudad íntimamente ligada a mi vida y en la que resido desde hace unos años.
Una ciudad ubicada en una comarca ligada al caballo desde hace miles de años, donde la mezcla con el toro y la celebración del Carnaval dan sentido a una tradición única en el mundo desde las primeras referencias históricas allá por 1732. Permitidme decir algo tan claro como sencillo: Ciudad Rodrigo no se concibe sin el caballo, y prueba de ello es la joya que supone el yacimiento arqueológico de Siega Verde, donde podemos admirar esos impresionantes petroglifos de siluetas equinas. Y evidencia suficiente la ofrece la estatua del Marqués de Bayamo, garrochista y primer campeón de España de Acoso y Derribo, estatua con la que mucho tiene que ver vuestra Peña del Caballo.
Desde mi nacimiento, mi vida ha estado ligada a Ciudad Rodrigo, debido a la actividad ganadera de mi familia en la cercana finca de El Gardón, situada a escasos 35 kms de Ciudad Rodrigo en la que, desde muy pequeño, se me inculcó el respeto por la ancestral profesión de ser ganadero.
Pasaba en el campo todos los fines de semana y largos periodos durante las vacaciones, unas veces por propia voluntad y otras por encontrarme cumpliendo algún castigo provocado por mis, por aquel entonces, inapropiados resultados académicos (bendito castigo).
Y durante el tiempo que pasaba allí junto a mi familia, mis primos, mis hermanos y yo estábamos deseando que alguien viniese a Miróbriga y, sin dudarlo, acompañarlo a hacer los recados que hubiera que hacer. Aún me acuerdo de esa tienda de los cencerreros que era como un museo de los útiles del campo y donde acompañaba a mi padre muchas veces cuando venía a comprar las cosas que hacían falta para el trabajo diario en el campo. Donde adquiríamos esos cencerros que hacen la función de vuestra campana gorda ubicando el ganado, campana que, en vuestro caso, anuncia la presencia de los toros en las calles de la ciudad. O las paradas a ver a Loren y Carmen para comprar los medicamentos que hicieran falta en ese momento.
Recuerdo cómo el fin de semana del concurso de acoso y derribo, insistíamos hasta que por fin nos traían (no siempre) a verlo y a pasar el día rodeados de caballos y de sus gentes, con nombres como Mariano Zumel, José Ignacio Charro, Alipio Pérez Tabernero o Julio Grande, por citar el nombre de algunos de nuestros garrochistas charros, sin olvidarnos de Dionisio, Agus o Perita como garrochistas locales y todas las demás colleras que venían y vienen de fuera de Ciudad Rodrigo, al que, a día de hoy, es considerado uno de los mejores concursos de esta disciplina que se organizan en nuestro país y al que tengo el privilegio de asistir cada año realizando las funciones de veterinario.
Tampoco puedo olvidar cómo dábamos la matraca para que nos trajesen a ver el encierro a caballo del domingo de carnaval para ver el espectáculo, único en el mundo, de ver a toros y caballos por las calles del casco histórico de la ciudad, conducidos por consumados encerradores hasta esta plaza de toros singular, construida con tablones en la Plaza Mayor; plaza que se monta y se desmonta en tiempo récord desde hace muchísimos años y que conserva la pátina de lo antiguo, haciéndonos pensar que estamos disfrutando del carnaval de la misma manera y en el mismo entorno que se viene haciendo durante generaciones. No es casualidad que ya en 1418 un documento escrito y custodiado en el archivo de esta ciudad estipula una asignación económica para instalar las talanqueras que delimitan el encierro a cambio del arrendamiento de un coto de pesca en el rio. Regresando a mi pasado más reciente, no debo dejar de citar algunos de estos encerradores: Juan Luis, ¡cómo no! y su hermano Manolo, Cristian, Emiliano, Josete y Elvira, de los cuales, además, tengo el privilegio de presumir de su amistad.
Desde el siglo XV se lleva encerrando en Mirobriga, según los documentos que tan cuidadosamente se guardan en diferentes archivos. Documentos que dan fe de lo obstinados que sois a veces los mirobrigenses, que incluso con prohibiciones reales, imaginabais la forma de celebrar vuestros encierros buscando cualquier resquicio para burlar esa injusta censura, esa que os quería condenar a no correr más de 6 toros al año y que, a día de hoy, no os daría ni para una sola jornada de Carnaval: “non se pague a esa dicha ciudad más de fasta 6 toros repartidos por las fiestas que a vos paresciese e bien visto…” ingenua declaración, a poco que se os conozca…
O esa amenaza papal de excomunión si se corrían toros en las plazas cerradas, lo que os llevó, en un alarde de ingenio, a abrir las puertas de la plaza y cerrar las de las murallas para así burlar la prohibición, acabando en ocasiones la fiesta con capeas en algún patio de los impresionantes palacios y casas nobiliarias que hay en la ciudad y donde se habría refugiado algún toro…y es que Ciudad Rodrigo es tierra de toros, de caballos, de carnaval, de tradición, de amor por su idiosincrasia, de profundas convicciones que ni la Guerra Civil fue capaz de atajar…
Ciudad Rodrigo, por tanto, es culpable en parte de mi afición al caballo, esa que se ha convertido en mi vida profesional y de la que sigo aprendiendo día a día.
Como primeros maestros, mi propio padre y Alfonso el de Paradinas, aquel enjuto y recio vaquero del que tanto aprendí y con el que tantas horas pasé escuchando sus historias y aprendiendo de su sabiduría durante nuestros largos paseos a caballo revisando el ganado o corriendo las cercas. Aún resuenan en mi cabeza sus palabras: “¿ves aquella vaca embarrá y rabiestirá que hay allí? pues hay que apuntar que el toro la ha cubierto”, o “a aquella vaca que va echando amojo le queda poco para parir”. Era prodigioso cómo cosía el material, arreglaba los cencerros y arneses y, a media tarde, con qué cuidado arreglaba las cuadras y echaba de comer a los caballos. Sin embargo, nunca llegó a convencerme de una cosa y era del efecto curativo de aquel padrenuestro rezado ante un cardo que colocaba en forma de cruz. No creo que la vaca afectada por alguna coquera que había pisado con su mano derecha donde aquella cruz era colocada notara dicho efecto… y es que hay cosas en las que a un hombre de ciencias le cuesta creer. En cualquier caso, pasara lo que pasara, al llegar la noche siempre acababa en su casa, junto a la chimenea, hablando de caballos, vacas y las cosas del campo. Supongo que aquel hombre pensaría, “¡qué intenso es este chaval!”.
Poco a poco fui curtiéndome con el ganado, echando a las vacas con la percherona y el carro (como se hacía antaño) y, de vez en cuando, recibía algún rapapolvo por no saber las querencias o cortar la salida de alguna vaca mientras apartábamos. Pero, al final, fuimos aprendiendo a “ganarle la cara” al ganado, a apartar, desahijar terneros, encerrando vacas, todo a lomos de nuestros inseparables compañeros, nuestros caballos (Triunfo, Rubia, Guinalda, Charri, Volapié, Gitano y tantos otros) nombres que nunca olvidaremos y que, con solo su recuerdo, hacen que se me escape una sonrisa, después de todo, fueron nuestros amigos y maestros, después de todo, fuimos auténticos centauros: hombres y caballos a un tiempo, inseparables…
Por aquel entonces, mis amigos empezaban a hacer sus pinitos practicando el acoso y derribo y a mí también me llamaba la atención, pero, nuevamente, mi “buena cabeza” en el colegio me lo impedía. Aun así, alguna vez lo intentaba, con resultados perfectamente descriptibles…
También recuerdo con cariño que, cuando veníamos al campo desde Salamanca, una parada obligatoria era El Cruce, donde mi padre conversaba con amigos como Pepe Jeromo, Leoncio Macotera o Eugenio El Canario entre otros, de los que tengo el mejor de los recuerdos y que eran una especie de enciclopedia del campo… ¡cómo nos gustaba parar allí! tanto era así que, el día que no parábamos por el motivo que fuese, ya íbamos “rezongando” hasta El Gardón…
Y así fue como, poco a poco, se fue construyendo esta, mi relación, con el caballo, el toro y Ciudad Rodrigo, esta última a través de sus gentes, auténticos embajadores de su tierra y de sus costumbres y que, sin lugar a duda, es la forma en la que se establecen los vínculos más sólidos entre personas, entre lugares, entre sentimientos, entre las vidas de unos y otros…
Así fuimos creciendo y llegó el día de tener que elegir una profesión para el futuro. He de decir que mi familia (padre y hermanos) se dedican a la medicina humana y ello, inexorablemente, propició la insistencia para que yo siguiera esos pasos, pero yo ya llevaba el campo y el caballo en las venas y no me resignaba a que mis visitas se limitasen a los fines de semana, así que, en contra de la tradición familiar, me matriculé en Veterinaria para dedicarme a lo que más me llenaba.
Pasé mis años de estudiante universitario en Cáceres y, al terminar la carrera, ¡cómo no!, decidí especializarme en caballos, mucho me ayudó a tomar esta decisión y a llevarla a cabo una persona a la que quiero tanto como admiro: Guillermo Marín Pérez-Tabernero, quien siempre me apoyaba y me daba sus consejos…
Gracias a mi profesión he conocido prestigiosas ganaderías bravas y equinas, las cuales, por desgracia, de unos años a esta parte pasan por momentos muy difíciles debido al cambio de mentalidad desinformada de esas gentes tan “peculiares” que habitan en las grandes ciudades y de las que no quiero hablar mucho más…
He conocido a grandes mayorales y vaqueros (Miguel el de Montalvo, Sindo el del Villar de los Álamos o Teyo el mayoral de la ribera de Campocerrado, entre otros) los cuales merecen todo mi respeto y de los que podría escribir un libro con todas las anécdotas que nos han ocurrido a lo largo de los años, pero, por no aburriros, mencionaré solo una de ellas:
Una preciosa mañana de primavera nos encontrábamos Teyo (natural de Villar de Ciervo) y yo intentando anestesiar un novillo que tenía una nube en un ojo. Debíamos hacerle la pertinente cura. Como el animal no nos dejaba acercarnos para poder lanzarle el dardo con la anestesia, decidimos ir a buscar una “culá” de camperina para, según comía el animal, poder tirarle con la cerbatana. Teyo se colocó en el maletero con el saco y yo conducía, cuando los novillos salieron corriendo y Teyo me gritó “¡gánale la cara, profesional!”, aceleré sin pensar que el hombre estaba allí detrás y solo alcancé a escuchar un “¡cogondio, profesional!” y, mirando por el espejo, pude ver los pies de Teyo volando y una polvareda muy significativa…Paré y bajé del coche, salí corriendo a socorrerlo y, al llegar a él, lo vi allí sentado, con su gorra visera descolocada y lleno de pajas y polvo. Sin más preámbulos me dijo: “animal, sujétame que me “talambeo me has dejado croquis”. Durante una hora entera fui en el coche riéndome solo, una vez que sabía que mi Teyo se encontraba bien…
Y así, poco a poco, mi relación con Ciudad Rodrigo se fue agrandando, haciéndome asiduo de los martes en la plaza, de los lunes de carnaval, del baile del casino, del cocido de la peña Tabeque y del desencierro en el Registro, para después seguir disfrutando del Carnaval hasta que el cuerpo aguantase que, por aquel entonces, no era poco…quizá, de forma inconsciente, quería rendir sentido homenaje a los tiempos del auténtico origen de los carnavales, cuando se comía y bebía en abundancia antes de la Cuaresma al tiempo que se disfrutaba del toro y del caballo…
Aún nos reímos al recordar el día en el que nos presentamos a comer ese suculento cocido, con algún vermú de más, Ana y Bea (las nietas de Leoncio Macotera) y yo. La cara de su padre, Tomás, era un poema pero al final no llegó la sangre al rio,
De forma natural y sin pensarlo, el hijo de Quini, el del Gardón, venía más y más a esta bendita ciudad y, sin apenas darme cuenta, pasé a ser José Andrés, el veterinario de los caballos.
La afición por el campo y los caballos seguía creciendo en mí y muchos de mis amigos eran gente de ese mundo. No podría jamás olvidar aquellos martes comiendo en el rincón de Tomás con Dieguito, Acho, Minini, Paquito Galache, Javier Ramos, José Luis Ramos y tantos otros para quienes siempre guardaré un sitio en mi memoria y a los que me sigue uniendo una buena amistad.
O nuestra actual tertulia del café que compartimos casi cada día, Goyito el de Etreros, Jacobo el de Dorado, Chete el de Los Arcos y un servidor, tertulia, Sr. Alcalde, que suele terminar cuando nos percatamos de que no hemos puesto el dichoso tiquet de la hora en el coche y ya son las cuatro y media, lo cual nos obliga a dejar emplazada la conversación para el día siguiente.
Con el paso de los años me las arreglé para acabar viviendo en El Gardón, donde ya tenía un centro de reproducción equina, estableciendo allí mi base de operaciones. Finalmente, hace unos años, establecí mi residencia aquí, entre vosotros, junto a mi inseparable Merchy, a la que también conocí gracias a los caballos. Pero, esa es otra historia, que me permitiréis guarde para mí.
Como jinete, no he sido ni soy un gran caballista. Además, un grave accidente a caballo me robó el valor de montar con confianza para siempre. No se me borrará de la memoria aquel 15 de Julio del 2000, cuando, quitando el toro de las vacas, al saltar un regato, la yegua que montaba me puso en el suelo, con la mala suerte de fracturarme tres vertebras. Allí acabó el jinete y nacieron el juez y el criador.
Por aquel entonces, ya viajaba mucho a Portugal por trabajo y allí descubrí dos grandes pasiones que, a día de hoy, ocupan gran parte de mi tiempo. La primera de ellas es el caballo de pura sangre lusitana, ese caballo con alma y coraje, seleccionado durante siglos para el toreo a caballo con esa frente de carnero que tantas alegrías está dando actualmente a nuestro país hermano. De este caballo aprendí y sigo aprendiendo mucho, de gente maravillosa, de criadores y jinetes portugueses que tienen esa forma única de entender la equitación, influida siglos atrás por la equitación francesa más clásica, entre ellos nuestra garrocha de plata de este año. Desde hace unos años y de forma muy modesta, crío junto a mi gran amigo Eugenio Baz algunos caballos de esta raza, intentando emular la forma de seleccionar que tienen nuestros vecinos, con un cuidado extremo en las líneas con el fin de mejorar su caballo sin perder el gran patrimonio genético que atesoran, muy influidos también por nuestro caballo de Pura Raza Española.
Muchas son las ganaderías y criadores de nuestra raza equina que ha habido y hay en la comarca. Cómo olvidar la yeguada del Conde de Montarco (en Fuenteguinaldo); de Medina Azahara (en El Bodón); de Rabida o tantas otras. Y las actuales de Domingo Torrens; de Emilio Regatos; de Jacobo Dorado o de José Etreros, que mantienen viva, a pesar de la situación actual, la tradición de criar y seleccionar buenos caballos españoles. Cabe mencionar también a criadores de otras razas de caballos como José Corchete dueño de unos magníficos caballos lusitanos, a D. Manuel Delgado Sanchez-Arjona con sus pura sangres o a Santiago Cambronero, que hace lo propio con caballos de las mejores líneas de saltos; Perita con sus caballos para acoso y derribo o faenas y doma de campo, como se llama ahora en esta época en la que, hasta el nombre de una disciplina ecuestre, hiere la sensibilidad de los urbanitas, y tantos otros criadores que convierten a Ciudad Rodrigo en un buen sitio donde venir a comprar buenos caballos.
Como criador (ganadero es una palabra que aún me viene un poco grande) sigo unas directrices que una vez escuché a un magnífico ganadero como es Vasco Freire, en Portugal. En primer lugar, hay que tener un objetivo (para qué quiero criar los caballos), en segundo lugar, hay que poner los medios (yeguas, terreno y, como siempre, dinero). Y, en tercer lugar, hay que hacer una selección muy exigente (en mi caso es tanta la exigencia que mis amigos me llegan a decir que aún no ha nacido el caballo que me llene plenamente, ya que siempre les encuentro algo mejorable). Por último, debemos apostar por nuestros productos. Cuántas veces he visto y sigo viendo a gente que se dedica simplemente a multiplicar caballos para venderlos sin apostar por sus animales, ¡qué mayor honra hay para un ganadero que concursar o montar un caballo de su hierro.
La otra gran pasión, y creo que es el motivo de estar hoy aquí con vosotros, es la “equitación de trabajo”, la disciplina que representa, o intenta representar en una pista, todo este trabajo de campo que aprendimos desde pequeños; esta disciplina que nos da a todos los españoles, y en particular a nuestra comarca, la forma de mostrar al mundo nuestra equitación y nuestra cultura ecuestre (no olvidemos que ya en el S XI, según consta en EL Fuero de Salamanca, todo aquel que tuviese un caballo, tenía la obligación de, durante una temporada al año, salir a cuidar los rebaños de ganado que pastaban por aquel entonces en las dehesas de nuestra provincia). Esta disciplina tan característica de los países que utilizamos el caballo como elemento de trabajo con el ganado en nuestras dehesas, disciplina nacida en Italia, Francia y España y a la que, un año más tarde, se sumó Portugal.
Y nuevamente Ciudad Rodrigo es una parte importante de la evolución y el desarrollo de esta disciplina en nuestro país, ya que este fue uno de los puntos donde se sembró la semilla que hizo resurgir la Equitación de Trabajo en España, ayudándome además a aprender hasta el punto de llegar a convertirme en juez internacional de la misma y miembro de la directiva de la asociación mundial de Equitación de Trabajo representando a la RFHE.
Fue aquí en Casasola, donde junto con Juan Luis, pudimos organizar un clinic o cursillo, donde concentramos a varios jinetes locales y del resto de Castilla y León con el fin de aprender más. El cursillo, impartido por José Antonio García Muñoz, “El Melli,”, fue todo un éxito.
También fue aquí en Ciudad Rodrigo donde se organizó, durante la feria del caballo, una de las primeras exhibiciones de la disciplina con jinetes de la comarca.
Como os podéis imaginar, muchas han sido las dificultades hasta llegar al punto en que nos encontramos, pero cuando te propones algo con convicción es difícil dejarlo (los castellanos somos así), y poco os puedo decir a vosotros al respecto, ya que venís de la estirpe de esos antepasados que soportaron aquel brutal asedio de las tropas francesas durante meses.
Estoy muy orgulloso de esos inicios en la disciplina en nuestra tierra y me alegro al ver los éxitos obtenidos en competiciones continentales, ya que, actualmente, España es subcampeona del mundo en categoría senior y junior, por detrás de los portugueses. Y Ciudad Rodrigo, como no, es parte de este éxito. No hace falta ni decir que mi objetivo es conseguir ganarles algún día, o al menos ponérselo un poco más difícil, y colocar a nuestros caballos y jinetes en el lugar que se merecen.
No puedo olvidarme de mencionar a dos buenos caballos de equitación de trabajo criados en estas tierras: el gran Aire de Cantarinas, que ha llegado a ganar en el SICAB, montado por el portugués Leandro Araujo, siendo hace un par de años el mejor caballo PRE del mundo en esta disciplina, y Ordenado de Arcos, ese potro lusitano que se proclamó campeón de Andalucía la pasada temporada montado por José Antonio Olea. Puedo además presumir de haber inseminado a las dos yeguas que parieron a estos dos caballos.
Aquí, en Ciudad Rodrigo, hemos podido disfrutar en los últimos años, en dos ocasiones, del concurso más importante a nivel nacional y que no es otro que el Campeonato de España, en una localización tan singular como los fosos de la muralla de la ciudad.
Esos fosos que han sido testigos mudos del devenir de la historia que atesora esta ciudad.
Me siento especialmente orgulloso de la repercusión a nivel mundial que tienen los concursos que se celebran en la tierra del farinato, tanto es así que, cuando viajo fuera de España, todo el mundo me pregunta por el concurso de la ciudad de las murallas y me alegra ver que Ciudad Rodrigo ya no es solo conocida por su inmenso patrimonio artístico y cultural, sus dehesas o su carnaval, sino que también es conocida por su concurso de equitación de trabajo, sus caballos y esas pruebas de la vaca realizadas con los mismos animales que se utilizan como cabestros en el encierro a caballo del domingo de carnaval, ese que trae los toros desde Casasola por la calleja de Valhondo y la puentecilla, conducidos por jinetes charros hasta la plaza, pasando por el Registro y la calle Madrid y que hacen de Ciudad Rodrigo el epicentro de la fiesta brava y de nuestras tradiciones camperas en el mes de febrero y que, al son del ronco tañir de la campana gorda anunciando la presencia de los toros por las calles de la ciudad, llenan de orgullo a todos los habitantes de la antigua y señorial Miróbriga.
Yo, por mi parte, os digo que, no me cansaré de pregonar, allá donde vaya, la grandeza de esta ciudad y la hospitalidad de sus gentes y, porque ya me considero uno más de vosotros, puedo gritar con orgullo:
¡VIVA CIUDAD RODRIGO!
¡VIVA EL CARNAVAL DEL TORO!
Y ¡VIVA ESPAÑA!