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Dolientes y atribulados
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Dolientes y atribulados

Actualizado 19/01/2024 10:10
Ángel González Quesada

Una reciente encuesta del CIS revela que el cuarenta y cuatro por ciento de los hombres españoles se siente discriminado por los avances en feminismo y reconocimiento de derechos de las mujeres. Ese porcentaje de discriminados, desolador si se contempla como la cifra de lo que aún nos queda por avanzar es, sin embargo, también la constatación del resto que lo supera, ese cincuenta y seis por ciento de hombres que está de acuerdo en apoyar la lucha feminista y satisfecho con sus resultados, porcentaje que, con toda probabilidad, antes de la eclosión de las políticas de igualdad propiciadas principalmente por Podemos y, específicamente, por el ministerio de Igualdad, alcanzaría cifras de más del noventa por ciento.

Sólo hay que ver las respuestas que a la encuesta del CIS, “Percepciones de la igualdad entre hombres y mujeres y estereotipos de género”, han opuesto ciertos columnistas, opinadores y tertulianos (lo que ha dado en llamarse la casquería periodística, mayoritaria en este país), para constatar el abismo que separa la inteligencia de lo que no lo es. Porque las críticas y las quejas no han partido de quienes, hombres y mujeres, siguen luchando por conseguir la igualdad y no ningún tipo de supremacía ni diferencia en cuanto a derechos, sino de quienes en una encuesta lanzan un “me siento discriminado como hombre”, ese más del cuarenta por ciento de hombres (bueno, de personas del género masculino) a los que les queda todavía mucho camino para alcanzar la capacidad de entender el mundo.

Esos dolientes sufridores de la discriminación deberían explicar en qué la basan y cuáles serían, a su juicio (de tenerlo), las rectificaciones o correcciones que propiciarían su sosiego. Deberían informarnos, los que convican en pareja, qué porcentaje de su tiempo dedican a las tareas domésticas, cuánto a la atención igualitaria de sus hijos menores, la frecuencia con que asisten a reuniones escolares de padres, el tiempo que emplean en cuidar de sus parientes enfermos, de acompañarlos al médico, de ayudarles cuando lo necesiten… Y los “discriminados” que vivan solos, decirnos cómo se plantean ir y venir de su casa, a su trabajo, a qué hora, por qué solitarios parques, calles o lugares les está casi prohibido caminar, cómo se enfrentan a una entrevista de trabajo, en qué condiciones, con qué limitaciones, diferenciaciones y menosprecios trabajan por ser hombres, qué ropa están obligados a lucir en según qué empleos, qué miradas deben ignorar, qué gestos o posturas evitar, qué propuestas, insultos, “piropos” o abusos deben aguantar o evitar, rechazar o denunciar…

Deberían contarnos esos “discriminados”, atribulados sufridores de los avances del feminismo, qué tipo de pérdidas han experimentado cuando se han reconocido a las mujeres derechos que ellos llevan siglos disfrutando, en qué insoportable marginación se ven hundidos cuando se aprueba la paridad, la discriminación positiva, la lucha contra el maltrato, la igualdad de salario… Argumentar esa “discriminación”, razonarla adecuadamente en lugar de limitarla a la insensata quejumbre y el ridículo martirologio de decirse discriminados, tal vez alumbrara un documento revelador de la (escasa) intensidad de las luces de muchos, demasiados “discriminados”.

La asociación que hace el “cuñadismo”, es decir la reacción machista, conservadora y más que pelín fascista –y no solo, ay, masculina-, entre los avances en los derechos de las mujeres (que no otra cosa es la lucha feminista) y las personas que en los últimos tiempos han encarnado esa lucha, principalmente la ministra Irene Montero y la secretaria de Estado Ángela Rodríguez (ambas cesadas hoy en sus cargos), y también muchas/os más, suele utilizar el ataque personal, recurrir a la descalificación del nombre y usar la maledicencia en lo particular, como arietes para negar los avances en la conquista de derechos las mujeres de este país, de todas las mujeres. Esa actitud, profundamente fascista en lo político y asquerosamente egoísta en lo social, se suele presentar en individuos con notable cortedad intelectiva que, salpimentada con un lenguaje siempre mezquino y un clasismo vomitivo, es el esperpento de lo más oscuro de cierta instancia de la españolidad, que podría tomarse por cómico (en esencia no es sino un mal guiñol desembozado), pero que se vuelve trágico porque se apoya en el machismo radical, una de las enfermedades que desde la noche de los tiempos envenenan la convivencia.

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