Solamente esos, ciento cuarenta y siete, son los versos que han llegado hasta nosotros del conocido como Auto de los Reyes Magos, considerado la muestra más antigua conservada del teatro en lengua castellana. Hallado el texto, aunque incompleto, en la Catedral de Toledo en el siglo XVIII por el canónigo Felipe Fernando Vallejo, se ubica su origen seis siglos atrás, en el contexto de los dramas litúrgicos que se comienzan a desarrollar con el objeto de dar a conocer al pueblo los misterios de la Salvación, sobre todo en torno al ciclo de la Navidad y de la Semana Santa, pero también con la representación de las loas y milagros de la Virgen y los santos. Como toda práctica en auge, por muy popular o informal que pudiera ser en los inicios, terminó por regularse, y así se puede leer en Las Partidas de Alfonso X el Sabio: Pero representación ay que pueden los clérigos fazer, así como de la nascencia de Nuestro Señor Jesú Christo, en que muestra cómo el ángel vino a los pastores e cómo les dio cómo era Jesú Christo nacido. E otrosí de su aparición, cómo los tres Reyes Magos lo vinieron a adorar. E de su Resurrección, que muestra que fue crucificado e resucitado al tercer día: tales cosas éstas que mueven al ome a fazer bien e a aver devoción en la fe, pueden fazer…
La sucesión de secuencias es sencilla, inspirada obviamente en el relato evangélico de Mateo: los Magos ven la estrella, se ponen en camino, llegan a Jerusalén, hablan con Herodes… y es entonces, con Herodes corroído por vanidosa incertidumbre, buscando apoyo en sus sabios, cuando se interrumpe el texto sin llegar al verso ciento cuarenta y ocho. Los primeros están reservados a los monólogos de los Magos, que después de cuestionarse sobre lo que aquel hallazgo podría significar declaran sus intenciones.
Gaspar: Allá iré; [d]o que fuere, adorarlo he, por Dios de todos lo tendré.
Baltasar: Iré, lo adoraré y pregaré y rogaré.
Melchor: Bien lo veo que es verdad, iré allá, por caridad.
Convenidos en ir donde la estrella les condujese, el diálogo de los Magos aborda una cuestión fundamental, la condición divina del hombre recién nacido. ¿Cómo salir de dudas? Melchor propone y obtiene la conformidad de Gaspar y Baltasar: Oro, mirra, incienso a él ofreceremos; / si fuere rey de tierra, el oro querrá; / si fuere hombre mortal, la mirra tomará; / si rey celestial, estos dos dejará, / tomará el incienso quel’ pertenecerá.
La imaginación ha de suplir la ausencia de la escena en que los Magos, llegados a Belén, pusieron sus dones de oro, incienso y mirra delante de aquel Criador, señor, rey. Es precisamente este título regio el que enfurece a Herodes: ¿Rey otro sobre mí?. No da crédito: Por verdad no lo creo / hasta que yo lo veo. Y tampoco sus rabinos se aclaran cuando el texto se interrumpe…
Al celebrar un año más la Epifanía, brillante y universal manifestación de Dios encarnado, ocasión para expresar el amor entre familiares y amigos a través del camino incierto de la sorpresa, hay que volver también a mirar los dramas litúrgicos que, como el Auto de los Reyes Magos, dan forma hermosa y plástica al fondo inagotable de la Redención. Cuando pasen las Candelas, epílogo navideño, quedarán diez días para Ceniza, prólogo cuaresmal que conducirá a una nueva Semana Santa que, en su celebración popular, tiene bastante de drama litúrgico y siempre le quedan versos por escribir. Como los de esa carta incompleta que cada año, a su manera, nos envían los Reyes Magos con el encargo firme de seguir escribiendo páginas hasta la siguiente Epifanía, y buscando estrellas, y emprendiendo caminos, y bajando las letras a tierra, y descubriendo momentos ciertamente epifánicos en nuestra vida…
En la fotografía, el sello de Navidad del año 2012, que nos muestra la “Adoración de los Magos” de la Capilla de San Martín o del Aceite, en la Catedral Vieja de Salamanca.
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